Otra Historia Repetida…..
La administración de Avellaneda se caracterizó por políticas monetarias y fiscales decididamente conservadoras, para enfrentar una situación presupuestaria en el peor momento (1876) llegó el déficit público a un 93% de los ingresos fiscales. Los ingresos y egresos fueron ajustados para llegar al equilibrio. El gasto del Estado se redujo un 40% en términos reales, y los impuestos aumentaron con la Ley de Aduana de 1876. Mientras se discutían proyectos para una unificación monetaria definitiva, se intentaba llevar adelante una política deflacionista. Los Ministros de Hacienda de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires reclamaron al Banco de la Provincia una reducción en la base monetaria. Con el mismo espíritu antiinflacionario, el Presidente Avellaneda se definía en cuestiones monetarias:
“mirando el papel moneda como impuesto, la ciencia lo condena porque es el más desigual de todos los impuestos, puesto que apenas toca al rico que tiene sus capitales empleados, y hiere al pobre, que vive del salario…”
La depreciación se moderó, y llegó a revertirse, a partir de la mejora en las cuentas externas. El oro volvió a entrar y hacia 1880 había alcanzado el nivel anterior a la inconversión. Llegado a este punto, se creyó que estaban dadas las condiciones políticas para un experimento monetario con pretensiones serias de permanencia. Con la solución del problema de la Capital, en 1880, se había afirmado, definitivamente, la autoridad nacional, y no había razón para mantener el predominio de Buenos Aires en cuestiones de moneda. La Ley 1130 del año 1881 dio a luz la primera unidad de dinero completamente nacional: El “Peso Oro”, de un valor similar al Peso Fuerte. Los Bancos de emisión (el Nacional, el de la Provincia de Buenos Aires, el de Córdoba, el de Santa Fe y el Banco Otero) debían sustituir sus viejas emisiones de billetes por los nuevos pesos de moneda nacional, que valdrían un Peso Oro. La flamante casa de la moneda acuñaría piezas por valor de uno y cinco Pesos.
La reforma monetaria no fue el único ni tampoco el más importante avance económico en el primer periodo presidencial de Roca (1880-1886). La escases de cuentas nacionales no impide comprobar la velocidad del crecimiento de esos años. Lo que todavía era un futuro promisorio en tiempos de Avellaneda, época en que comenzaron los embarques de trigo y carne refrigerada, se materializó en un presente brillante con Roca. El desarrollo era veloz, las cantidades (de exportaciones e importaciones, de vías férreas, de gastos públicos, de deuda) crecían sin pausa, y no solamente algunos puntos por ciento; se duplicaban o triplicaban en pocos años. Pero esa expansión tenía su costado débil. Dos crecientes desequilibrios empañaban o al menos sembraban dudas acerca de la continuidad del crecimiento: el déficit fiscal, el exceso de importaciones sobre exportaciones.
La autoridad con que Avellaneda había enfrentado los problemas presupuestarios había dejado paso a una política fiscal que era, por lo menos, optimista: se ensanchaba el puerto del Riachuelo, se multiplicaban las Agencias del Gobierno, se nacionalizaba la policía de la Ciudad de Buenos Aires, se gastaba en diversas obras públicas, todo con la confianza de que la prosperidad futura brindaría los recursos necesarios para pagar la deuda contraída. Las cuentas externas tampoco eran favorables: el progresivo aumento de las exportaciones no pudo igualar el frenético ritmo de las importaciones. Entre tanto, los servicios de la deuda externa eran cada vez mayores y ya a mediado de los 80 los prestamistas europeos se habían inquietado por la frecuencia con que la Argentina se presentaba a demandar créditos. Pero a pesar de esa deuda el financiamiento se conseguía. Eran muchos los convencidos de que el progreso había llegado para quedarse, y de que estaba tan firme y visiblemente asentado sobre los ferrocarriles que ayudaban a sostenerlo.
El éxito general de la economía, en la primera época de Roca, no evitó un nuevo fracaso de la convertibilidad. El sistema monetario en el que se habían puesto las esperanzas de un ordenamiento definitivo fallo por su base, esencialmente de la misma forma que el esquema de 1867-1874. La paridad entre el Peso Moneda Nacional y el Peso Oro, formalmente iniciada en julio de 1883, solo se mantuvo por 17 meses. Las garantías de respaldo no fueron demasiado estrictas, y los Bancos de Buenos Aires y Nacional fueron muy liberales en la concesión de créditos al sector privado. Una vez más, el valor del Peso papel paso a ser flotante, en esta ocasión por 15 años. De todos modos, durante buena parte de los 80, su valor se mantuvo relativamente estable.
Desde el abandono de la convertibilidad a fines de 1884 hasta antes de los primeros temores del año 1889, la prima del Oro fluctuó alrededor de 140, lo que significa que un Peso Oro era un 40% más valioso que un Peso de papel.
Esos años finales de la década del 80 fueron los más acelerados de toda la época de pre guerra, empujados por un fortísimo auge de las inversiones externas.
John Williams, un economista norteamericano que estudió el sistema argentino, sostuvo:
“durante este periodo del gran endeudamiento se recibieron prestamos de tal magnitud que probablemente nunca se han repetido por parte de un país que tenía una población tan escasa como Argentina…”
Fragmento libro «El ciclo de la ilusión y el desencanto», de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach