miércoles, 12 de marzo de 2025

Historia: los primeros que sintieron el pernicioso influjo de los civilizados, fueron los yaganes y alacalufes en los canales fueguinos, donde era más frecuente el paso de naves.

De ellos contrajeron numerosas enfermedades (tuberculosis, sarampión y escarlatina), que causaron gran mortandad; también aprendieron de ellos el abuso de las bebidas alcohólicas.

Aventureros, buscadores de oro y loberos cometieron acciones nefastas contra los indefensos aborígenes, que remataban después bárbaramente a tiros. De allí que, siendo además extremadamente celosos de su honra, los ultrajes los castigaban con la muerte.

Demografía: los datos poblacionales aproximados del sector argentino austral, dicen que por 1880 habría unos 3.000; 1.000 en 1900 y apenas 300 para 1929. En toda el área chilena austral -según Subercaseaux, por 1950- “(…) salen al encuentro de los barcos para mendigar algún alimento o vestuario. De 70.000 individuos que eran hace tres siglos, se han reducido a unos 80”.

A este pueblo, el contacto con el hombre blanco -supuestamente más civilizado- hizo que fuera desapareciendo hasta extinguirse.

Entre los que estudiaron sus costumbres, merece mencionarse a Martín Gusinde, quien estuvo con ellos entre 1922 y 1924.

Nombres, origen y ubicación: los hermanos Nodal los bautizaron “Pecheray”; los Selk’nan “airu”; los salesianos “alacaluf” y los investigadores posteriores los englobaron entre los pueblos “canoeros”, pues pasaban la mayor parte de sus vidas navegando por los canales.

Originarios de los Chonos que viven en los canales occidentales de la Patagonia, se considera que fueron miembros de aquella familia que emigraron en tiempos remotos hacia las costas australes.

Aspecto físico: comenta el escritor Subercaseaux: “(…) tienen una sonrisa muy bella y dolorosa (…) Sus cuerpos pequeños, pero bien hechos, son de formas pulidas, como los polinésicos, si bien un tanto cortos de piernas debido a la posición recogida dentro de las canoas”.

Por haber sido expertos remeros, se transformaron en individuos bajos y de débiles tríceps, pero de fuertes bíceps y expandidas cajas torácicas.

En su aspecto exterior fueron más desarrollados que los yaganes (1.66 m de altura, según Fitz Roy). Su voluminosa cabeza estaba cubierta de negros cabellos, largos, lacios y enmarañados, cara bronceada, oval y de pómulos salientes; nariz chata, labios gruesos, dientes blancos y sanos, frente angosta, ojos pequeños y en general negros, llenos de picardía. De vista aguda, podían ver y precisar a grandes distancias difusos objetos.

Sociedad: las mujeres estaban siempre a la defensiva con latente desconfianza y respuestas breves, mientras que a los hijos -según el salesiano Entraigas- le daban “libertad superlativa. Apenas comienzan a caminar ya se independizan y son como de otra familia o tribu”; expresiones útiles de analizar ante el contacto entre culturas radicalmente distintas.

Vestimenta y atuendo

Una piel de nutria o de foca, rara vez de guanaco echada sobre las espaldas y sujetas con cordones hechos con tendones de foca, formaban su único vestido; las mujeres llevaban, además, debajo de esta piel, otra que les cubría los senos y las caderas.

A las mujeres les gustaban mucho los adornos: collares de huesos de patas de aves, minúsculas conchas engarzadas en hebras de tendones, o en brazaletes de cuero de foca o de tripas de pescado, que llevaban atados a la muñeca o al tobillo.

Viviendas, conocidas también con el nombre de wigwam, dentro de estas cabañas que armaban durante sus continuas correrías, se extendían para dormir sobre hierbas, a manera de abanico, mezclados con los perros, comраñеros inseparables de los que se servían para la caza del guanaco, la nutria y las aves, además del calor de sus cuerpos durante la noche, por lo que se los llamaba “la estufa ambulante del fueguino”.

Alimentación: el principal sustento fueron los moluscos de las playas; de allí la vida errante en su búsqueda. Con las valvas construían montículos alrededor de las chozas, los cuales, al marchar, eran cubiertos por la vegetación, causando ondulaciones que todavía forman parte del paisaje de Tierra del Fuego.

La mujer pescaba y los recolectaba, entrando en las aguas hasta la cintura para la extracción de lapas, almejas y peines.

Se alimentaban también de aves acuáticas: pingüinos, focas y ballenas, aprovechando su carne hasta cuando entraban en estado de putrefacción.

Religión: sus creencias hablaban de un ser bueno, invisible, que llamaban Alep-láyp o Arca Kercis, al cual agradecían los alimentos abundantes. Creían también en Alel Ceislaber o Taquatú, ser malo que raptaba a los que encontraba a su paso. En la vida de ultratumba les esperaba un hermoso bosque con abundante fauna, si habían sido buenos, o un pozo profundo, oscuro, lleno de sangre, del que no podrían salir, si habían sido malos. El premio y castigo estaba entonces incorporado a su ética.

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