
En la región, Emilio Loyauté fue muy renombrado por sus conocimientos de medicina. Como por aquellos años la región no contaba con médicos, los colonos recurrían a sus oficios. Para diagnosticar los casos difíciles consultaba libros de medicina, o bien recurría a las hierbas medicinales de la zona para curar a los enfermos; conocimientos que le habían transmitido los indígenas. Si bien para algunos era un médico y para otros un curandero, nadie ponía en duda su aptitud de sanador. Por ejemplo, don Emilio ofició de partero con todos sus hijos.
Entre sus pacientes, además de enfermos y accidentados, se contaban heridos por balas y cuchillos. En cierta ocasión llegó a su vivienda en procura de ayuda un hombre al que le habían abierto el estómago con un cuchillo. El herido sostenía sus intestinos con las manos. Loyauté le dio de beber grapa para apaciguarle el dolor; limpió la herida con alcohol; con un cuchillo previamente desinfectado acomodó los intestinos del hombre y luego cosió la herida con cerda (pelos de las crines de caballo). Con ese procedimiento tan simple y rudimentario le salvó la vida.
En otra ocasión debió atender a un peón de su compadre Camilo Cayelli. El peón, que oficiaba de caballerizo, se puso delante de un carro para detener a los caballos que se habían desbocado. El carro le pasó por encima, le quebró una pierna y le ocasionó diversas heridas. Loyauté llegó al día siguiente a la vivienda de Cayelli, donde yacía el accidentado. Para deshincharle la pierna se la lavó con agua tratada con abrojos, un yuyo autóctono. Luego le entablilló la pierna y la envolvió con el cuero húmedo de una bota de vino; el que al secarse se tensó inmovilizando la pierna. Es decir que el cuero actuó como un yeso.
Con los años, Loyauté tuvo un buen pasar económico; además de su campo de 15.000 hectáreas (6 leguas), poseía una chacra de 100 hectáreas en Colonia Sarmiento, un pequeño campo de veranada junto al límite con Chile, varios carros y vagonetas, varios miles de cabezas de ganado y dos automóviles (Studebaker y Ford T); los primeros que ingresaron al valle del río Mayo. Su campo de Centro Río Mayo llamado Estancia Loyauté, también contaba con cuatro puestos. La aparición del Ford T en el valle del río Mayo causó gran revuelo entre los indígenas, que no podían comprender que un carro pudiera moverse sin necesidad de ser tirado por caballos. El ruido del motor, que les parecía atronador, los espantaba y huían a su paso. Otros, los más intrépidos, seguían al automóvil a una distancia prudencia.
En la década del 10, Loyauté destinó dos habitaciones de su vivienda de Centro Rio Mayo para albergar una escuela y una subcomisaria, las que prestaron servicios unos pocos años.
Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado