
En la segunda mitad de la década, ocurrirán nuevos homicidios, que sumarán otra lamentable característica: la impunidad.
Más de diez asesinatos o desapariciones de personas se encuentran impunes, a enero de 2001. Entre ellas, hay gente desaparecida sin dejar el mínimo rastro: el niño Hernán Soto, extraviado en el camping San Carlos el 1º de enero de 1997; Mónica Acuña, desaparecida tras el festejo del ‘Día del Amigo’ de 1998: el caso se investiga como homicidio, pero el cuerpo nunca se encontró. Poco tiempo después desaparece una joven travesti conocido como Miguel “Araceli” Linares y la lista no se cierra: a fines del ’99, Silvia Mabel Picón se suma a esa extensa nómina.
La violencia crece y parece no tener fin. Los homicidios se reiteran y rara vez son esclarecidos. El crimen del empresario Vicente Pejcich, asesinado en sus oficinas con intenciones de robo, será otro de los casos que simboliza la época: tras someterse a juicio, un grupo de sospechosos es dejado en libertad por falta de pruebas suficientes para esclarecer el crimen.
El sufrimiento de las familias no tiene límite: a la pérdida de los seres queridos, se suma la falta de justicia.
Otros hechos ni siquiera llegan a juicio: el árbitro Osvaldo Silva, asesinado en la entrada de su casa; una señora de apellido Rogel, violentamente asesinada en su domicilio con fines de robo; la extraña muerte del joven Martín Reyna, quien aparece muerto sobre las playas de Km. 5: el juez dice que se ahogó, los familiares y amigos están convencidos de que lo mataron. El homicidio de Mario Errazu, decapitado en una finca del cordón forestal; el caso Marcela Tula, asesinada de un balazo en el pecho, en una playa cercana a Caleta Córdova, en fin, son nombres que se suman a una nómina que nadie está seguro de poder cerrar.
Con un sistema judicial atrofiado, la realidad corre a pasos mucho más veloces que los de la Justicia, que afronta múltiples reformas con la intención de dar mayor celeridad a las investigaciones.
Se forma así una comisión “Por la vida y la justicia”, integrada por familiares de víctimas de homicidio, que exige el esclarecimiento de los hechos. En solitarias marchas de silencio, reiterándose la indiferencia de la mayoría de la comunidad: cuando las tristes columnas pasan por las calles céntricas, los comercios siguen sus actividades normales y algunas disquerías ni siquiera bajan el volumen de sus altoparlantes.
A nivel nacional hay algo más de repercusión: en una oportunidad llega para participar de una marcha, con familiares de Mónica Acuña, la hermana del reportero asesinado José Luis Cabezas, que a fines de los ’90 se convierte en caso testigo de la impunidad en la Argentina.
Como en todo el país, la vida en Comodoro Rivadavia es un bien con valor en caída libre, en una época marcada por la violencia.
Fragmento del libro “Crónicas del centenario”.