
El siglo XIX se despidió con un gesto de tragedia que puso a dura prueba la obra de los misioneros en toda la Patagonia. Una devastadora inundación destruyó prácticamente toda la obra material realizada en los valles de los ríos a costa de enormes privaciones y sacrificios.
A mediados de julio, los diarios de Buenos Aires comenzaron a publicar noticias alarmantes: creciente en Neuquén, desbordes de algunos ríos. A ello se agregaron grandes lluvias. Idénticas noticias llegaban del Chubut. Mons. Cagliero, que se encontraba en Buenos Aires, quiso volver inmediatamente a la Patagonia; pero pensando mejor el tema, decidió permanecer en la Capital para organizar las colectas con que remediar en parte tamaña catástrofe.
Viedma estaba totalmente anegada y sólo emergía, en medio de aquel mar, la mole del nuevo edificio construido por el padre Aceto y algún que otro edificio que aún desafiaba las olas y vientos. Cagliero había enviado a Turín, este mensaje: “Misiones Río Negro totalmente inundadas”. Pero además de las de Río Negro estaban inundadas las de Neuquén y Chubut.
Desde Junín de los Andes y Chosmalal, en la cordillera, hasta Viedma, casi sobre el Atlántico, todas las casas estaban destruidas. Junín estaba con el agua a la altura de un metro y medio. En Chosmalal los misioneros habían salido con el agua a la cintura llevando los vasos sagrados la noche del 16 de julio. Pocos momentos después la casa de adobes se desplomaba.
En General Roca la población se aprestaba para la inauguración del ferrocarril con la asistencia del presidente de la Nación, el general Roca. Pero el 16 de julio las autoridades ordenaron la evacuación de la ciudad. Y comenzó la emigración hacia las sierras, distantes dos kilómetros. Los misioneros y los niños del colegio iban en dos carros, cargados de colchones y cuantos enseres pudieron llevar. Quedaron sobre las bardas de la altiplanicie, tiritando de frío, durante 15 días. Al cabo, el padre Stefenelli alquiló cuatro carros y emprendieron el éxodo rumbo a Choele-Choel. Siete días errando por las sierras, sin caminos. En Choele-Choel tomaron el tren y el 7 de agosto estaban en Bahía Blanca, donde el Colegio “Nuestra Señora de la Piedad” fue su amable refugio y cariñoso hogar.
La capital de Río Negro fue literalmente arrasada. El 24 de julio había llegado el vapor Pomona con 24 lanchas para el salvataje. El gobernador Tello no se daba reposo, a pesar de tener un hijo gravemente enfermo en Patagones. El padre Vacchina (que desde el año anterior se encontraba en Viedma) ofrece el colegio a las autoridades. El padre Garrone se desvive para trasladar a sus pobres enfermos. Entre tanto, el río se había transformado en mar. El gobernador no reposa, día y noche socorre a los necesitados, dando severas órdenes para que los cacos no pescaran en río revuelto… En medio de las aguas barrosas navegaban animales, árboles, puertas, ventanas, todo tipo de muebles… Un verdadero diluvio.
Los salesianos y niños se habían trasladado a Patagones. En los días 27 y 28 las aguas alcanzaron una altura de dos metros en Viedma y el viento sopló furiosamente durante 48 horas. Afortunadamente el 29 las aguas comenzaron a bajar, lo que continuó los días siguientes. El 11 de agosto arriba a Viedma Mons. Cagliero.
En Chubut, el agua había entrado en las casas el 27 de julio y en el término de ocho horas había llegado a un metro de altura, alcanzando luego un metro y medio. Los salesianos consiguieron abandonar sus habitaciones antes que se derrumbaran. Vivían a la intemperie protegidos tan sólo por unas chapas de cinc. La crónica del colegio registró este testimonio de desolación y dolor: “La inundación arrasó hasta el suelo todo el frente del colegio, el hospital… Así que nada quedó en pie fuera de la iglesia. Resultado de este desastre fue la pérdida de todo lo que se tenía, sean muebles, útiles, edificios…”.
Las pérdidas fueron tan grandes, tanto en el valle del río Negro y Neuquén como en el Chubut, que prácticamente se tuvo que empezar de nuevo. El padre Vacchina fue enviado a Europa con el objeto de recaudar fondos y logró reunir una gran cantidad de medicinas, ropa y toda clase de elementos; hasta una máquina impresora con la que dará vida a La Cruz del Sur, primer periódico en lengua castellana editado en Chubut.
Fragmento del libro “Patagonia, tierra de hombres”, de Clemente Dumrauf