Con el paso del tiempo, la situación en San Antonio de Obligado se fue poniendo cada vez más espesa. A las condiciones de trabajo casi esclavas que debían soportar los indígenas se sumaron los maltratos y abusos que recibieron de parte de los militares en particular del colérico Marcos Piedra, mayor del ejército a cargo de la reducción.
Piedra sometía a trabajos forzados a aquellos que consideraba peligrosos, o directamente los enviaba al calabozo durante varios días. Sus métodos contaban con el apoyo del grupo de criollos que también habitaba en la reducción. Los religiosos, con fray Costanzi a la cabeza, se oponían a esa política de castigos, pero nada podían hacer para evitarlos.
En 1886, tras la aprobación de una ley en el Congreso Nacional, el territorio de la reducción dejó de formar parte de la provincia de Chaco y pasó a pertenecer a la provincia de Santa Fe. Este cambio de jurisdicción deshizo las esperanzas que tenían los miembros de las comunidades reducidas de obtener la propiedad de las tierras.
Esa era la situación que se vivía en San Antonio de Obligado a comienzos de 1887, marcada por la opresión, la violencia, los castigos y las promesas vacías. Entre los miembros de las comunidades qom y moqoit reinaba la incertidumbre y el miedo, pero también había en ellos indignación y una ira contenida a punto de explotar.
La rebelión de los reducidos
El 1 de marzo, el mayor Piedra recibió una orden que cambiaría el curso de las cosas. A través de un telegrama, un superior suyo, el coronel Losa, le comunicaba que “el general Roca me encargó tratar de conseguir una chinita que le hace falta. Diga si podrá para avisarle”.
El “general Roca” al que se refería el telegrama era Rudecindo Roca. ¿Quién era Rudecindo Roca? Nada menos que el gobernador de la provincia de Misiones y uno de los hermanos del expresidente de la nación, Julio Argentino Roca.
Rudecindo participó junto a su hermano en las campañas genocidas de la Conquista del Desierto. Y fue uno de los más beneficiados con el reparto de las tierras: recibió cientos de miles de hectáreas en Misiones, La Pampa, Río Negro, entre otros lugares del país. En 1883 fundó en Misiones el Ingenio San Juan, con mano de obra indígena esclavizada.
Poderoso e impune, Rudecindo estaba acostumbrado a decidir sobre el destino de los indígenas sometidos. Por eso su pedido de una “chinita” para su estancia no sorprendió a los militares responsables de la reducción de San Antonio de Obligado.
El 4 de marzo, el mayor Piedra se encargó personalmente de cumplir episodio abyecto que fue reconstruido años más tarde por la orden, en un el religioso Pedro Iturralde.
El oficial fue con su asistente a los toldos y pidió una chinita para ninguna madre desnaturalizada que hija, se apoderó de una se prestase a entregar voluntariamente a su chica; pero su madre se resistió y trató de defenderla forcejeando para impedir que se la arrebatasen. ¡Escena lamentable! Una madre humilde y desvalida expone su vida, en lucha desigual, para defender el fruto de sus entrañas. Dos hombres armados se esfuerzan por arrebatar su hija de aquella madre indefensa. ¿Quién vencerá? No hay que dudarlo: la fuerza bruta. Un golpe asestado a la cabeza aturde a la pobre madre, que cae desvanecida, mientras le llevan a su hija, para no verla más.
El secuestro de la niña encendió la chispa de la rebelión. Tres días después, el 7 de marzo, un grupo de indígenas tomó la decisión de escapar de la reducción para refugiarse en el monte. Los persiguieron y hubo un enfrentamiento, en el que fue asesinado el mayor Piedra y herido uno de sus ayudantes.
Al enterarse de la muerte de Piedra, los más de ciento cincuenta qom y moqoit que integraban el regimiento también decidieron sublevarse: tomaron quince caballos y todo el armamento del depósito, conformado por cien carabinas Remington, sables y lanzas, y se dirigieron al monte junto con el resto de los rebelados.
Fragmento del libro “Mitos, leyendas y verdades de la Argentina indígena”, de Andrés Bonatti