Un proceso irresistible se gestaba en las profundidades de la sociedad argentina. Centenares de miles de jóvenes de las provincias se acercaban a la Capital Federal para ingresar en las nuevas Fábricas que se abrían como resultado de la guerra mundial. La clase obrera alcanzaba un grado de concentración jamás conocido antes y se “argentinizaba”. Desde 1914 a 1939 el promedio anual de la inmigración se había reducido a 39.000 personas. «Se está pasando a ser un país de nativos sin más extranjeros que un puñado de ancianos», escribía Alejandro Bunge en 1940.
Más allá de todos los teóricos, el país se industrializaba.
Seguir creyendo en el crecimiento y el porvenir de nuestras exportaciones y en la necesidad progresiva que de nuestros productos tienen las grandes potencias industriales, cuando desde 1914 nuestra población rural no crece, la superficie cultivada casi no se extiende, el volumen físico de las exportaciones no aumenta y baja su valor, constituía un verdadero anacronismo. Las crisis financieras y militares del imperialismo operan como fuerzas motrices de la industrialización.
En Castillo se insinuaban ya los cambios que introduciría el nacionalismo militar, brotado como “un rayo en un cielo sereno”, en la mañana del 4 de junio de 1943. Fundó la Flota Mercante Argentina incautándose de los barcos extranjeros bloqueados en los puertos argentinos a consecuencia de la guerra. Ésta fue su medida económica más importante.
El gobierno de Castillo confiscó 16 barcos italianos, 4 daneses y 3 alemanes entre septiembre de 1941 y septiembre de 1942. En 1943 hizo lo propio con tres barcos franceses y un rumano. Así se creó la base de la Flota Mercante Argentina, uno de los pilares del nacionalismo económico posterior.
Entre las rutinarias medidas gubernamentales pasó en silencio una de las grandes designaciones del doctor Castillo, que asumiría con el tiempo una importancia decisiva: el 16 de octubre de 1941 el Presidente nombra al coronel Manuel Savio primer director de Fabricaciones Militares.
La Argentina se ponía en acción hacia la producción de acero y las Fuerzas Armadas se introducían resueltamente en el complejo mundo de la ciencia y la tecnología, puesto que el empresario capitalista nacional carecía de fuerza para hacerlo y a los terratenientes rentistas fabricar acero se les antojaba una locura. En el petróleo, el acero y luego la ciencia nuclear argentina debe buscarse la explicación del frecuente “antimilitarismo” de las potencias imperialistas. Savio da su nombre a toda una época. Continuaba así la acción de los ingenieros militares en el Río de la Plata iniciada en los tiempos del rey de España y planteada en términos de vida o muerte por Fray Luis Beltrán como ingeniero maestro de las campañas sanmartinianas por la independencia de América Latina.
El doctor Castillo expuso sus puntos de vista sobre la situación interna y externa del país en una entrevista con algunos neutralistas, que reproduce Ibarguren en sus memorias:
No se puede negar que la situación se hace cada día más crítica con la presión norteamericana que hora tras hora aumenta su fuerza […] Ellos codician el apoyo argentino, no tanto por la misma ruptura, sino porque nuestro país podría ser la base de aprovisionamiento de guerra más importante y el mejor centro de operaciones para los Estados Unidos en guerra contra Europa. Creo que nos van a seguir aplicando el torniquete; vamos a tener que luchar cada día con más dificultades. Este asunto me apasiona y es mi convicción que el nudo de este problema consiste en una cuestión de dignidad nacional. Los demás países americanos han perdido hasta la libertad de contratar y han dejado de ser países libres. Para hacer cualquier transacción tienen que consultar a los Estados Unidos y a Inglaterra. Somos actualmente el único país libre de América del Sur. Yo seguiré firme en mi posición; y únicamente cuando vea la boca de los cañones yanquis en el puerto, después de haber sido hundida nuestra escuadra y nuestros barquichuelos, recién diré que no nos queda nada que hacer. Pero… no creo en eso.
Fragmento del libro “Revolución y contrarevolución”, de Jorge Abelardo Ramos