Baila, enseña y sueña; la vocación de la joven esquelense que pregona la libre expresión y el disfrute por lo que uno hace.
Florencia Retamosa es una reconocida Profesora de Danza nacida y criada en Esquel. Tiene 34 años y a lo largo de su carrera profesional, ha sabido sacar del arte algo más que una actividad de recreación o diversión; forjó un estilo de vida pregonando la libre expresión con el baile y la vocación por lo que uno ama.
En diálogo con La Voz de Chubut, Florencia cuenta lo que le da la danza día a día, cómo es el constante aprendizaje en la disciplina y cómo fueron también sus inicios en la cordillera, donde vivió hasta los 17 años de manera ininterrumpida para luego perfeccionarse fuera de su ciudad.

“Mi primer contacto con la música y la danza, fue a los 4 años”, recuerda la entrevistada, cuando aún era hija única: “Mi pediatra, el doctor Alen Winter, les sugirió a mis padres inscribirme en alguna actividad artística como danza; es por eso que fue él quien marcó mi destino, porque a los 4 años encontré mi razón de vivir”.
“Si bien no nací en una familia de artistas,
a partir de ese momento la música y el movimiento
fue todo mi mundo, incluso mucho más que el juego”
Florencia estudió danza clásica y española en Esquel, entre los 4 y los 17 años, con una maestra de la ciudad; Teresa Fernández: “Fue una época muy diferente a la de ahora; una crisis económica muy fuerte, pero a eso se le sumaba una gran desconexión con Buenos Aires, con lo que sucedía en el plano nacional, no existía internet, hasta incluso acceder a la compra de la vestimenta de clases era dificultoso por lo económico y por esta misma desconexión de la que hablo”, asegura.

Florencia junto a su primera profesora de danzas, Teresa Fernández, a quien siempre tiene presente y le está en constante agradecimiento.
“Lo que yo aprendí estaba enfocado en lo que me transmitió mi maestra. Adquirí en esos años algo fundamental que fue la disciplina propia de la danza, el estar detrás y dentro de escena, el respeto al aula de danza, a la clase”
En esta línea, cuenta que vivía “prendida” a algunos canales de televisión, extranjeros y nacionales de arte, en los que solían transmitir ballets completos o entrevistas; algunos de ellos, figuras con lo que años más tarde pudo completar escenario o fueron sus maestros.

“Era una época en la que Figuras como Julio Bocca y otras bailarinas y bailarines argentinos eran muy populares, y todo eso ayudó a cultivar mi ilusión e inspiración”, relata, quien a los 22 años firmó su primer contrato profesional, en el teatro Astral de Buenos Aires.
“Empecé en ‘calle Corrientes’. Sin embargo, ya venía teniendo experiencias en ámbitos profesionales junto a mi querida maestra Sibila y el Ballet Al Andalus, cuando aún era alumna de la carrera de Intérprete en Danza Española del Centro Coreográfico Sibila”
Las galas de danza compartidas con las principales compañías de nuestro país, como el Teatro Colón, el ballet folclórico Nacional, entre otros, fue un enorme fogueo, aprendizaje, la posibilidad de estar bailando, pero también como aprendiz: “Observaba los movimientos, la forma de desempeño afuera y sobre el escenario de los más importantes bailarines nacionales”, destaca.
“La danza me dio todo. Definió el destino de mi vida. Pero en realidad eso no se hubiera producido sin un enorme sacrificio de mi familia y mío, la perseverancia y la testarudez. Hoy tengo una profesión, un medio para llevar el pan a la mesa cada día, pero me ha dado una identidad, una forma de presentarme ante el mundo, también una familia, un grupo humano de pertenencia que no se compara con nada”
A Florencia, la danza, le ha dado y le da todo. A través de la danza, también conoció a quién es hoy su compañero de vida; Rubén Pasalacqua, también bailarín y, con quien comparte viajes y enseñanzas.

“Gracias a la danza viajo por todo el país, países limítrofes, España, pude capacitarme en el Real Conservatorio de Danzas Mariemma de Madrid, he conocido y aprendido de los mejores maestros españoles y argentinos de la danza española y el flamenco”, resalta Florencia, agregando que tuvo la posibilidad de conocer los teatros más importantes del país.
“La danza me permitió conocer el mundo que siempre soñé,
ese mundo que solo veía por la televisión y que nunca
pensé alcanzar de esta forma. Me ha permitido
conocer un mundo infinito que es el arte”
Desde sus 4 años, es decir, hace 30 que, Florencia toma de manera ininterrumpida clases. Jamás dejó de formarse, ni piensa hacerlo: “Las clases de danza clásica y de colocación postural consciente de mi maestra Silvina Pereyra son como un ABC para mi vida, un alimento indispensable para mi cuerpo, mi salud”.
Desde la pandemia, Florencia vive nuevamente en su Esquel natal. Asegura que tomar clases no ha sido fácil en aquella época, pero destaca que la virtualidad es una gran herramienta: “Reviso mucho el material de los cursos que he tomado, los vuelvo a estudiar, regreso siempre a las piezas de repertorio, reviso videos de otras bailarinas y releo los apuntes que tomado en las clases”.
“Hoy por hoy, el Ballet Al Andalus, con el que trabajamos con mis compañeras y amigas, es un aula permanente; mis compañeras son todas maravillosas y aprendo de ellas cada día. Con el flamenco intento también ser autodidacta, investigo el cante, escucho, leo, pruebo cosas, investigo el movimiento y trato de forjar mi propio estilo”
Seguidamente, asegura que la danza, es un estado de aprendizaje permanente y que, de otro modo, estaría estancada y no podría seguir haciendo crecer su carrera y las clases que dicta.
Su familia; madre, hermano, su compañero, alumnas, maestras y colegas, son quienes acompañan y apoyan cada aventura de Florencia, ya que constantemente se consultan aspectos de la profesión, se apoyan en el trabajo y los hacen circular; “todo esto tiene un enorme valor, en un ámbito a veces tan competitivo”.

“A medida que crezco descubro cada vez más un aspecto casi espiritual en el hecho de bailar, también lo observo en todas las ramas del arte. Cuando escucho una pieza de Chopin, escucho una zamba de Leguizamón, escucho a Camarón de la Isla, veo una obra visual, pienso que más allá de la formación existe una conexión superior, un estado del alma que nos eleva a otro plano. En eso estoy trabajando, en liberar mi mente y entrar en ese estado, para que el público también se transforme junto a mí. Pienso que en la enseñanza es igual. Me pienso como alumna, y lo que más recuerdo de mis maestros son esas sensaciones, esa generosidad de entrega absoluta a un otro. No lo tengo resuelto, no creo ser ni la mejor bailarina, ni la mejor maestra, me equivoco mucho, pero lo que más sueño es que el público y mis alumnas y alumnos guarden eso de mí. Ojalá logre concretar ese significado en mi profesión, la transformación, la eternización de un momento a través del arte”
A la hora de contar sus proyectos o sueños, Florencia asegura que desea que este camino siga y que sea largo: “Deseo conocer otros ámbitos, seguir desarrollándome como bailarina, crecer, mejorar mi técnica, poder ser dirigida por distintos coreógrafos, volver a tener oportunidades en grandes producciones, volver a España, profundizar mi vínculo con el flamenco, sueño con tener oportunidades, esas que escasean en nuestro país, deseo ser capaz de abrirme a nuevos lenguajes, expandí mi mente, mi percepción. En fin, miles de sueños, pero ante todo y sobre todo sueño con ser libre, sueño con vivir el proceso con la danza despojada de todo aquello que nos limita, ideas forjadas en la infancia…”.
“Que lo único que importe sea ser feliz bailando, sin importar la evaluación del afuera. Creo que esa debe ser la clave para abrir paso a una creatividad genuina. Deseo también que el enorme esfuerzo que hacemos con mi compañero en llevar adelante el Estudio Danza Pura en Esquel, cale en el corazón de quienes asisten, como un lugar de bienestar, de amor y respeto por la danza, que es lo que más amamos hacer”
La historia de Florencia Retamosa refleja que la verdadera pasión por la danza trasciende fronteras, llena de esfuerzo, sueños y una constante búsqueda de crecimiento personal y artístico. Ha sabido convertir cada enseñanza en una oportunidad de superación y conexión espiritual con su arte, invitando a quienes la rodean a vivir en libertad y autenticidad. Su entrega, en cada paso, en cada enseñanza y en cada sueño por explorar nuevos horizontes, inspira a seguir creyendo que vivir incursionando en la danza es, en definitiva, una forma de encontrarse con uno mismo y transmitir esa magia al mundo.

 
									 
					