sábado, 6 de diciembre de 2025

En el Comodoro de los primeros años ’40 se siente la pobreza ante la escasez provocada por un mundo en guerra. El comisionado César Stafforini se organiza junto a la Sociedad de Damas de Beneficencia y otros notables del pueblo, para la campaña de distribución de maíz excedente de la Junta Nacional de Granos, que remite 80 toneladas a Comodoro Rivadavia para distribuir entre la población más necesitada.

El gobierno nacional impulsa también la venta a precios mínimos, para que el maíz estuviera al alcance de las familias de menores recursos. En esas campañas se distribuye una serie de recetas económicas a realizar con el trigo, desde polenta hasta budines dulces o el asado de polenta a la parrilla.

La pobreza castiga más a mujeres solas con hijos, acaso viudas sin posibilidad de trabajo ni de seguro social por sus esposos fallecidos. En julio del ’41, el comisionado pide auxilio a la Comisión Nacional de Ayuda Escolar, informando que la Municipalidad entrega 20.000 partidas anuales (55 chicos por día) de ayuda alimentaria para niños desnutridos de las escuelas 24 y 142, mientras que un tercer comedor funciona en la Escuela 119, sostenido por el Regimiento 8 de Infantería de Montaña Reforzado, que distribuye otras 40 raciones diarias. Se necesitan partidas de ropa.

Para acceder a la ayuda social, como a la atención gratuita de la salud, se necesita el carnet de pobre, con validez de hasta 6 meses.

Para colmo, hay amenazas de subas de precios y el municipio debe resignar el cobro de impuestos, por ejemplo a los abastecedores de carne, para evitar los aumentos. Un kilo de carne vacuna cuesta 50 centavos, la ternera 60 centavos y los mamones, 70 centavos.

La indigencia no tiene contención por esos años. En Playa Sud, la zona lindante al actual tramo de avenida Yrigoyen que pasa frente a la ex Enet 1, los vecinos piden a la Municipalidad que se apiade de dos ancianos que viven en extrema pobreza en los fondos de una casa. Uno de ellos, literalmente, se arrastra totalmente desnudo, imposibilitado de caminar por la enfermedad que lo aqueja y con los jirones de su ropa perdidos hace ya tiempo, en una mendicidad que impresiona a los vecinos del lugar.

Sus respectivas colectividades, la italiana y yugoslova, se harán cargo de trasladarlos a un hospicio en Buenos Aires, ante la falta de este tipo de establecimientos aquí.

 

Fragmento del libro “Crónicas del centenario”

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