miércoles, 24 de diciembre de 2025

Ceferino nació en Chimpay, Río Negro, región -o hábitat- de los Tehuelches septentrionales, también llamados Pampas. Fueron sus padres Manuel Namuncurá y Rosario Burgos. Manuel Namuncurá era hijo de Antonio Calfucurá, abuelo de Ceferino. Los Calfucurá eran una parcialidad de los Pehuenches; Pehuenches Huilliches (del sur). Eran varios hermanos. Uno de ellos, Juan, se instaló en Salinas Grandes (La Pampa) el año 1834, donde creó y fue jefe de la Confederación Indígena formada con las parcialidades que ocupaban la zona de La Pampa y sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Otro, Antonio Calfucurá, nacido en territorio argentino, cerca del río Agrio (Neuquén), uno de sus hijos, Manuel Namuncurá, será el sucesor de Juan Calfucurá en el imperio de Salinas Grandes y padre de Ceferino.

Esto lo sostienen los principales y más serios investigadores indigenistas, R. Casamiquela, M. Hux, G. Álvarez, J. O. Sulé y otros.

La madre de Ceferino, Rosario Burgos, era una mujer blanca cautiva, de lo que resulta que Ceferino era mestizo, no indio. No hay unanimidad entre los autores acerca de qué lugar era oriunda. Algunos sostienen que era del sur de Mendoza. Los actuales ‘mapuchistas’ dicen simplemente ‘cautiva chilena’, sin especificar lugar de procedencia.

Si Ceferino no nació, ni nunca vivió en la Araucanía, ni sus padres fueron araucanos, no puede ser tenido por mapuche en el sentido que se da aquí a esa denominación. Más aún, ni siquiera era indígena puro, sino mestizo. Eso lo saben todos. Ceferino, desde el punto de vista étnico, era: argentino de ascendencia pehuenche por parte del padre y de ascendencia europea por parte de la madre. La genealogía y la historia de testigos.

Resulta incomprensible la manía de insistir en esa supuesta condición de mapuche de Ceferino y callar que era mestizo, ante una evidencia tan contundente que no encuadra en la realidad; hasta los más fervientes biógrafos y propagadores ceferinianos repiten al unísono siempre lo mismo, sin ningún comentario sobre la condición de mestizo del nuevo      beato. De esta manera el testimonio más representativo y emblemático del espíritu que animó el Encuentro de dos Mundos en la Patagonia y la integración de sus pueblos a la fe cristiana y a través de ella a la hermandad universal, queda desvirtuado. En la revista ‘Ceferino Misionero’ dirigida por el P. Ricardo Nocetti, N° 2005, noviembre-diciembre, 2007, se publica una imaginaria ‘carta de Ceferino a los jóvenes’. En ella Ceferino se presenta a los jóvenes: “Soy Ceferino Namuncurá, hijo de los mapuches Don Manuel Namuncurá y Rosario Burgos, nacido en Chimpay…”. Ni Rosario Burgos -de raza blanca- se salvó de la ‘mapuchización’. Sin comentarios.

Durante la Ceremonia de la Beatificación se insistió en ponderar los valores ancestrales de los aborígenes como si ellos fueran lo más importante de la beatificación, casi como invitándonos a abrazar el ‘mapuchismo’ para llegar a la santidad. El mensaje que nos deja la beatificación de Ceferino debe llevarnos a una profunda reflexión sobre cómo Ceferino, proviniendo de una cultura tan opuesta a la cristiana, descubrió el camino a la santidad en su tan breve convivencia con los valores cristianos. ¡Qué reproche para los que cargamos muchas generaciones de cristianismo!

En el ambiente de estudio y de piedad, que entonces se vivía en el colegio Pío IX, su espíritu percibió con claridad que sólo la práctica de los valores del Evangelio podían elevar las condiciones de vida de su gente y se entregó de lleno a prepararse para luego enseñar a sus paisanos la verdadera dignidad humana, que ésa era la misión que Dios le tenía asignada y su entrega a esa misión fue total, pero sus anhelos se vieron tronchados por una prematura muerte el 11 de mayo de 1905, a los 18 años de edad. En tan breve tiempo nos ha dejado, con su ejemplo, el mensaje y consigna de lo que debe hacerse hoy con los descendientes de su estirpe, porque aún ahora siguen padeciendo las mismas necesidades, idéntica postergación, similar desamparo.

En todo el ceremonial de la beatificación predominó el aspecto de una publicidad oficial del movimiento ‘mapuchista’. Son duras, pero voy a transcribir algunas expresiones de Ricardo S. Curutchet, presidente del Centro de Investigaciones de la Problemática Familiar, sobre la Misa de la beatificación: “Se rinde culto idolátrico a la Pachamama, en presencia de nuestros gobernantes y, lo que es peor, ante la presencia y con la anuencia y, en algunos casos escandalosos y notorios, con la reverencia de muchos de los pastores de la Iglesia católica”. […] Se profanó “la sagrada liturgia con gestos y palabras que la rebajan al nivel de un festival popular; se blasfema contra Dios invocando la protección de deidades paganas, se miente en la exaltación de bondad de una raza como causa de la beatificación de quien fue elevado al honor de los altares por ser indio o ‘mapuche’ y no por ser cristiano, y cristiano virtuoso, pese a su origen salvaje y a la bestialidad de las costumbres del pueblo de su padre, en el que fue criado en la primera juventud. Bestialidad que incluyó el rapto de su madre y su involuntaria sujeción al aduar de la tribu y a los apetitos de su cacique. Cosas éstas que se callan desde todos los ámbitos, no sólo desde la esfera laica y oficial, manifiestamente anticristiana”.

Quedaría por aclarar qué se buscaba con esa manipulación del supuesto ‘mapuchismo’ de Ceferino. ¿Un pronunciamiento indirecto de apoyo al movimiento indigenista?, ¿Una condena de la política indigenista del Estado y exhaltación de la acción misionera a favor de los reclamos indigenistas? Cuesta creerlo. Lo cierto fue una equivocación; lo que se logró fue convertir la celebración de la beatificación en un acto funcional al indigenismo.

La revista AQUÍ nosotros -Patagonia- La Pampa, Nº 51, marzo-abril de 1974, como broche de oro de una serie de publicaciones sobre la vida de Ceferino Namuncurá, con motivo de haber sido declarado Venerable por el Papa Pablo VI, publicó una entrevista mantenida por Antonio Alberto Miglianelli, con el padre Miguel De Salvo, único condiscípulo vivo de Ceferino, en el colegio San Francisco de Sales de Viedma. De Salvo llegó al colegio para incorporarse al Seminario (Aspirantado, o seminario menor) con once años de edad en 1903. Allí conoció a Ceferino que había llegado el año anterior desde el colegio San Carlos de Buenos Aires con el mismo propósito, tres años mayor.

En su relato confirma “esa gran vocación de consagrarse sacerdote para llevar su mensaje de amor, paz y cristiandad a sus hermanos indígenas. Todo lo contrario, creía su padre, el ex cacique, por aquel entonces Coronel del Ejército Argentino, quien pensaba que Ceferino estudiaba, se instruía, para llegar a ser en el futuro el gran jefe de su raza, que reconquistaría sus ex dominios, pues Ceferino siempre recordaba que su padre se quejaba permanentemente de haber sido despojado de sus tierras por el gobierno, que cada vez los arrinconaba más contra la cordillera”.

Al despedirse el periodista el P. De Salvo le dijo: “Lo que le he relatado, palabra más, palabra menos, es mi declaración, ante Monseñor José Borgatti, iniciador de la causa, al comenzar el proceso de Beatificación del hoy Venerable Ceferino”.

“Los indígenas de la Patagonia”, de Clemente Dumrauf

 

Compartir.

Los comentarios están cerrados