sábado, 27 de julio de 2024

Desde fines del siglo XIX hasta la década de 1930 aproximadamente, los carros tirados por mulos o caballos fueron el medio predominante de transporte en nuestra zona y solo fueron reemplazados poco a poco por autos y camiones.

Los carreros trabajaban así como fleteros de estancias y grandes barracas acopiadoras de lana, y de negocios mayoristas que contaban con artículos de toda necesidad. En muchos casos algunos inmigrantes comenzaron como carreros chicos y pronto conformaron su propia tropa, la cual trabajaba para ellos en relación de dependencia.

El caso de Agustín Pujol es paradigmático en este sentido, ya que su fortuna fue posible a partir de la acumulación de capital producto de estas actividades de comercio. Desde 1893 (aproximadamente) en que llega a estas zonas desde España –primero se instala en Ñorquinco y luego en Gastre- se dedicó al transporte de lanas y cueros, que llevaba desde el interior hasta Puerto Madryn, donde se radicó en 1901, para continuar con más profundidad que se extendía de la costa a la cordillera.

Para 1915 era uno de los empresarios más exitosos de la región, dedicado no solo al comercio sino también a la ganadería, arrendando primero y comprando después varias leguas de tierra en la zona de Telsen, aprovechando el auge de los precios de exportación y la libre aduana hasta 1920.

Era reconocida su labor como pionero por la gráfica de la época, y el suplemento ilustrado “Golfo Nuevo” de 1924 le dedica un espacio en su galería de hombres “notables”, titulada “La epopeya del progreso”. Dice la nota: “Durante muchos años el señor Pujol con un espíritu de clarividencia por excelencia práctico, aunó voluntades entre unos pocos, poquísimos pobladores de este entonces, y se abrieron caminos de comunicación entre Telsen, Gastre y Puerto Madryn, iniciando una corriente comercial desde las alejadas cordilleras con este puerto, corriente que si otros pobladores desviaron hoy por San Antonio, el señor Pujol mantiene hoy confiado siempre en la visión de grandeza que para Madryn vislumbrara ya en sus lejanas mocedades”. En ese entonces el transporte de frutos se hacía a lomo de mula o en su defecto equinos chúcaros en su mayoría, utilizándose para la remisión de las lanas… Luego fue reemplazado este primitivo sistema por carros de bueyes en caravanas o tropas, lento procedimiento de locomoción que aun hoy se utiliza en todos los territorios adonde la locomotora no se logró introducir….”. La literatura regional ha exaltado así esta y otras historias de vida, convirtiendo a estos inmigrantes de ultramar en pioneros que abrieron y colonizaron las fronteras como agentes de progreso. Melancólicamente exalta junto a ellos esas tropas de chatas y carros, en recuerdo de esa época de la Patagonia. Se produce así un doble movimiento de construcción heroica de “gesta” y a la vez una invisibilización de la población criolla y aborigen.

Si estos carreros podían ahorrar dinero –situación que se dio en la época de auge del valor de la lana, cuando las tropas de carro tuvieron mayor cantidad de trabajo-, podía buscar un campo fiscal baldío, comprar una punta de ovejas poniendo la tierra en producción para comenzar una vida de crianceros.

Entre los años 1910 y 1925 aproximadamente esta movilidad social era sustanciosa por el incremento de los negocios y las empresas relacionadas al valor de los “frutos del país”, y por auge del poblamiento de campos vírgenes, y el consecuente intercambio de servicios y productos comerciales de todo tipo.

La actividad de los buhoneros o “mercachifles” también se vio incrementada por estas condiciones. Es necesario aclarar que los buhoneros y “mercachifles”, a diferencia de los carreros y troperos, era propietarios de los medios de transporte; carros, vagonetas y más tarde pequeños camiones.

Así nos relata Saúl Almendra, de la zona de Sepaucal, su recuerdo en relación a los comerciantes rurales, y la forma en que su familia se abastecía de la mercadería de su consumo.

Dice Almendra: “Pasaban ‘mercachifles’, picheros con dos caballos vendiendo, llegaban y bajaban de todos y les pagábamos con plumas, cueritos de chulengos y así nomás… por acá sabía andar uno que se llamaba Erasmo Sepúlveda, de Talagapa, iba hasta Trapalco, que había una casa de negocios y le daban. Con dos caballos picheros se largaba a vender y se llevaba los cueros en el mismo pichero. Le compraba y vendía a bolicheros turcos masmetanos (mahometanos) de Trapalco.

La gran mayoría de los “mercachifles” que se internaban en la meseta fueron los mal llamados “turcos”, es decir inmigrantes sirios y libaneses (en su gran mayoría). De hecho, el 80 por ciento de nuestros entrevistados de esa colectividad dijeron estar relacionados a esta actividad en los comienzos de su asentamiento en la zona.

En su vagoneta podían cargar entre 2.000 y 2.500 kilos de lana, que transportaban desde las localidades y asentamientos del interior rural al de acopio de la costa; círculo de intercambio que en rigor comenzaba cuando estos “mercachifles” transportaban desde estos centros, ropa y víveres al interior.

Esta actividad fue la que abrió el camino para que en una segunda etapa, a partir de 1915-1920 (aproximadamente), se instalaran en la zona rural con almacén propio, que con los años y las ganancias facilitó el acceso a la tierra.

Fragmentos extraídos del libro Tel’sen, de Liliana Elizabeth Pérez

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