sábado, 27 de julio de 2024

Como en el caso de otros inmigrantes, la cadena de llamados fue uno de los principales alicientes de este tipo de inmigración, y actuaba como red de contención para los recién llegados, ante, por ejemplo, las dificultades del idioma y la necesidad de crédito para incorporarse al medio. Los flujos y los intereses en esta red, terminaron muchas veces sellados con casamientos endogámicos, que aparecen de manera recurrente en la información de nuestras fuentes.

De esta manera, llegados a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, incitados a venir por parientes y amigos y ayudados por sus paisanos, comenzaron a vender mercaderías tanto en los pueblos como en el interior de las provincias de Río Negro y del Chubut.

Cuenta un inmigrante libanes que pidió preservar su identidad: “A los 14 años vine acá, entre los años 1910 – 1914 desde Trípoli, con mi padre y dos hermanos pero uno se volvió”. Se radicó en Gaiman, porque había comentarios de que ya residían allí otros árabes. Se dedicó a “mercachifle”; iba al interior de la provincia, a zonas como Sacanana, Bajada del Diablo, Telsen, Gastre y traía la lana, los cueros y plumas que le entregaban los indios y otros pobladores del campo a cambio que le llevara del valle la harina, cebada, yerba, herramientas, etc. “Este comercio era común en la época de 20, del 30. Venían paisanos con grande tropas de carros; a veces 10 o 20 carros grandes con lanas y cueros; me acuerdo de una de ellas: ‘Perdomo’, era el nombre de la tropa. En general esta gente trabajaba a consignación de las grandes barracas y comercios mayoristas: Sociedad Anónima, Casa Meyer o la Compañía Mercantil del Chubut. En cambio el ‘mercachifle’ hacía el comercio por su cuenta”. Después deja la actividad y se dedica a hacer ladrillos para los galeses, que primero tenían casas de adobe; muchos árabes aprendieron la técnica.

Así relata su experiencia otra de nuestras entrevistadas, dueña junto a su esposo de un boliche rural: “Mi nombre es Lila Contreras, viuda de Abraham, tengo 81 años, nací en 1923. Mi papá se llamaba Aníbal Contreras, nacido en Antuco, Chile, y mi mamá se llamaba Claudina Acuña, había nacido en Temuco, Chile… vinieron casados y se asentaron en un campito fiscal en Catan-Lil cerquita de Gan Gan, criaban ovejas y vivíamos en una casa de adobe junto a tres hermanas más…”

Lila continúa el relato: “A los 15 me casé… pero yo era grande, no como ahora las chicas… ya éramos toda mujer, hacíamos las cosas de la casa y poco más había en el campo que casarse, no se pensaba en la escuela, no había tampoco cerca… más tarde si, en Gan Gan… yo me casé porque quise, mis padres no me obligaron. Conocí a mi marido, Miguel Abraham, porque era vendedor ambulante, ‘mercachifle’, como le dicen. Él había venido con su hermano Abud desde el Líbano, era chico cuando vino, tendría 15 o 16 años en 1920, cuando yo nací… primero pusieron un comercio en Gaiman, donde había muchos árabes e iban al campo a vender en esa zona de Gan Gan, Telsen…”

“Cuando nos casamos vivimos en Catan-Lil, cerca de Gan Gan… pusimos el negocio… se llamaba ‘La Princesa’… porque mi esposo me decía la princesita… claro me veía chica, tal vez… Pusimos el negocio cerca de 1938-40 teníamos muchos clientes buenos… pero plata no se veía en todo el año… cuando esquilaban para fin de año venían a pagar las cuentas”.

“En Catan-Lil vendíamos de todo, mercancías, ropas, telas, botas… no me acuerdo el año, pero alrededor del 40, un poco más, mi espeso compraba bien la lana… pero un tal señor… compró toda la lana y no le pagó…. Tuvimos que vender porque nos fundimos”.

Otro itinerario es el de aquellos inmigrantes que asentados en la cordillera, llegan a la meseta por el oeste, recorriendo las grandes estancias y las colonias aborígenes de José de San Martín, Cushamen y Epulef, instalándose luego como productores y comerciantes. Cuenta el hijo de un inmigrante libanes: “Mi padre vino a Argentina llamado por otro árabe, para atender un negocio en Sierra de la Ventana. Luego se vino a Petrochoique entre Esquel y Tecka y puso un negocio de ramos generales. Hacía acopio de Frutos del país, en Esquel compraba las mercaderías y hacía trueque a cambio de lanas y cueros. Cuando le sobraba tiempo iba a venderlas a las estancias, muchas eran inglesas, también iba a una reserva indígena porque era negocio seguro y les vendía bombachas, alpargatas, yerba, azúcar y ropa para las mujeres. Trabajaba mucho con ganaderos chicos. Antes que se formaran las grandes barracas en Esquel (Lahusen y Tellenarte), mandaba la lana que juntaba directamente a Buenos Aires por tren desde Jacobacci o por carro hasta Trelew. En 1935 ocupó un campo fiscal”.

La instalación de los comercios en el interior se dio en su mayoría en una segunda etapa, cuando la actividad de carreros y ‘mercachifles’ ya había dado sus frutos. Dicha instalación permitió la consolidación de estos comerciantes como tales, y a partir de allí comenzaron a jugar otros roles en el campo de los servicios, insertándolos de manera profunda en el entramado de las relaciones sociales. Así, para la década del 30, aquellos que habían podido resistir los embates de la crisis, habían logrado incorporarse como medianos comerciantes de la región.

Fragmentos extraídos del libro “Tel’sen”, de Liliana Elizabeth Pérez

 

 

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