Alem vivió en una etapa en la cual la mayoría de los hombres públicos adherían a los principios del liberalismo.
Tanto Javier Milei, como Mauricio Macri, vienen destacando las ideas de Leandro Alem, el fundador de la Unión Cívica Radical, básicamente por adherir al liberalismo por oposición a Hipólito Yrigoyen, quien para ellos era un “colectivista populista”.
Así entonces, hay una suerte de grieta en la UCR en la que parecen definirse también los votos hacia el balotaje, el que se declara más cercano a Alem sería más proclive a votar a Milei, mientras que los yrigoyenistas podrían estar más cerca de Sergio Massa. A pesar que a los radicales les encanta y son expertos en internas, fue Milei el que les generó esta disyuntiva junto con Macri.
Miguel Angel de Marco escribió el libro Alem, caudillo popular, profeta de la república. En una entrevista que le concedió al diario Clarín en 2016 explicó que “Alem vivió en una etapa en la cual la mayoría de los hombres públicos adherían a los principios del liberalismo. De ahí su preocupación por la vigencia plena de la Constitución de 1853. De ahí también su compromiso con la escuela pública. La vigencia de la Ley Fundamental aseguraba en su pensamiento la instauración de los valores republicanos. La instrucción de los ciudadanos haría de ellos defensores de los principios consagrados en aquel instrumento. La sana aplicación del sistema federal que la Constitución consagraba contribuiría al desarrollo de todas las provincias. Era un porteño que no quería la concentración del poder en la ciudad de Buenos Aires”.
Agregó también que Era un caudillo que invocaba y practicaba el republicanismo según los cánones de su tiempo. Alem alzaba la bandera de la pureza comicial pero no vacilaba en tirotearse con sus adversarios en los atrios de las iglesias donde se votaba. Eran las costumbres de su época y faltaban décadas para que lograra imponerse el sufragio universal, obligatorio y secreto garantizado mediante la ley Sáenz Peña. Y que el momento culminante del pensamiento federal de Alem se aprecia en su célebre discurso ante la legislatura de Buenos Aires para oponerse a la cesión de la ciudad como sede de las autoridades nacionales después de derrotada la rebelión tejedorista de 1880. Fue la única voz se alzó con el fin de señalar las graves consecuencias que esa decisión acarrearía para la vida de la República. Con palabras proféticas expresó que la concentración del poder político en la ciudad más grande y rica de la Argentina sería fatal para el país en su conjunto.
El padre de Alem pertenecía a las mazorcas rosistas, cuando cayó el rosismo tuvo un juicio irregular y fue fusilado. Miguel Angel de Marco afirma que ese hecho quedó en la psiquis de Alem toda su vida y que entristeció su vida y cuenta que vivió en la pobreza porque, salvo la etapa en que las circunstancias lo alejaron de la política, dedicó todo su tiempo y energías a la lucha cívica. Luego de la Revolución del 90 contra el gobierno del presidente Juárez Celman, de la que fue su principal líder, tras fracasar la consolidación de la Unión Cívica por el acuerdo entre Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, dedicó todos sus esfuerzos a consolidar la Unión Cívica Radical. Largas giras por el país, una intensa labor como jefe de partido, le impidieron dedicarse a su profesión de abogado. Las revoluciones de 1893 lo llevaron a la prisión, y en los años sucesivos contrajo deudas para que su familia subsistiera. Su suicidio, en 1896: fue el resultado de su desilusión política y de su precaria situación económica. Debía entonces varios meses de alquiler y casi no comía. Tengan esto en cuenta los que admiran a Alem.
Fue consecuente con sus ideas y supo brindarse a la causa que sostenía hasta las últimas consecuencias. En ese sentido fue un ejemplo. Pero le faltó flexibilidad para comprender a los de adentro, es decir a algunos de sus propios correligionarios, como a su sobrino Hipólito Yrigoyen, y para confrontar con los de afuera, muchos de los cuales habían sido sus amigos y compañeros de la juventud.
La carta de suicidio y su testamento político
He terminado mi carrera, he concluído mi misión…Para vivir estéril, inútil y deprimido es preferible morir. ¡Sí! Que se rompa pero que no se doble.
He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas -tal vez gastadas ya-, han sido incapaces para detener la montaña…y la montaña me aplastó…!
He dado todo lo que podía dar; ¡todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…y para vivir inútil, estéril y deprimido es preferible morir!
¡Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!
Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas, y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general-, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto será una desgracia que yo no podré ya sentir ni remediar.
Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado mucho, en un solemne recogimiento.
Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente. En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción, en bien de la patria.
Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.
¡Adelante los que quedan!
¡Ah! Cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores… ¡No importa! Todavía puede hacerse mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!
Por Gastón Bustelo para Diario de Los Andes