viernes, 18 de abril de 2025

El principal de todos los caciques fue Juan Calfucura, pronunciado Calfucurá en Argentina, pesadilla de los trasandinos durante largas décadas del siglo XIX.

Calfucura fue un toqui o jefe militar cuyo poderío tocaba las puertas mismas de Buenos Aires.

Su influencia sobre otros importantes lonkos y ulmenes de la época como Yanquetruz, Catriel y Coliqueo en Puelmapu, así como el legendario Mañilwenu y su hijo el bravo José Santos Kilapán en Malleco, consta en las numerosas cartas que ordenó redactar a sus lenguaraces y que fueron publicadas por diarios como La Prensa, El Orden y El Nacional.

Pero Calfucura no solo publicaba cartas en los principales diarios trasandinos y chilenos. Estableció además nutrida correspondencia con autoridades civiles y militares de ambos lados, mandatarios y ministros incluidos. En ellas, el toqui hace gala de su poder y dominio absoluto de la situación.

Quien más sabe de Calfucura es probablemente el escritor argentino Omar Lobos. Lo conocí hace un par de años en la ciudad de Buenos Aires, en la Feria Internacional del Libro del 2015.

Ese año viajé invitado a presentar la edición trasandina de Solo o por ser indios, publicado para Argentina y Uruguay por Editorial Del Nuevo Extremo. Lobos, autor del libro Juan Calfucura, correspondencia 1854-1873, lanzaba el suyo en una sala contigua.

La publicación, de casi seiscientas páginas, se estrenó a sala llena en un acto que tuvo mucho de recuperación de la memoria y de dar voz, quizás por primera vez, a quien por más de un siglo y medio fue retratado por la historia oficial argentina como un indio salvaje y despiadado. Y de sospechoso origen chileno.

Pero Calfucura lejos estuvo de ser un salvaje.

¡y mucho menos un chileno!

Nacido a fines de 1780, Chile no existía en ese entonces al sur de la frontera del río Biobío. Mucho menos en las tierras del Llaima, su lugar de origen en la actual comuna de Cunco, donde el sueño patriota solo plantaría soberanía recién una refundación de Villarrica en 1883.

No, Calfucura no nació en Chile. Lo hizo en Gulumapu, la parte occidental del independiente País Mapuche cuyas fronteras él mismo ayudaría a extender hasta las costas del Atlántico y el margen sur de Buenos Aires.

Su nombre, “piedra azul”, en la lengua mapuche, se dice lo obtuvo debido a una piedra que poseía desde joven y que guardaba con mucha veneración en su ruca a punto de ser considerada mágica y muy temida por otras tribus enemigas.

Hablar de Calfucura es hablar de la conformación del Estado argentino y, tal vez, del principal obstáculo que debió sortear para constituirse. Tres años le llevó a Omar Lobos, graduado en Letras en la Universidad Nacional de La Pampa, dar con las cartas del jefe mapuche, repartidas entre el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico de la Pampa e inclusive colecciones privadas.

Una larga pesquisa que dio sus frutos: el libro es la más completa recopilación de correspondencia de un líder mapuche del siglo XIX. Son 127 cartas que abarcan desde 1854 hasta 1873, el año de la muerte de Calfucura, e incluye otra serie de documentos de época que agregan contexto a las misivas: notas de prensa, partes militares y testimonios de cronistas y viajeros, uno de ellos el naturalista inglés Charles Darwin.

“La figura de Calfucura a mí me atrapó desde niño, cuando en la Pampa los mayores nos relataban la historia local y emergía este líder indígena casi como un ser mítico. Calfucura fue un líder auténtico, un actor en las guerras civiles argentinas y un estratega político-militar sorprendente”, señala.

“El libro no se restringe al período de las cartas, da cuenta del año 1830 a 1884, cuando finalmente es derrotado su hijo Namuncura por el Ejército argentino. Son documentos que narran más de medio siglo de historia”, dice el autor. Y de historia mapuche en primera persona. Para Lobos su libro es también aquello: un intento de reconstruir la voz de un legendario jefe mapuche que se hace oír sin intermediarios.

“Es su propia palabra la que aparece en el libro. Son cartas que él dirige a los generales y presidentes argentinos, así como a otros lonkos aliados en el hoy lado chileno, que además de revelar su poder e influencia también dan cuenta de otros aspectos más cotidianos de su tiempo; por ejemplo, la fascinante relación mapuche con los caballos y la vida gauchesca de la pampa, donde la frontera no existía, sino que era un espacio de convivencia entre la cultura blanca y la cultura mapuche”, agrega Lobos.

“Mucha de nuestra actual identidad argentina de ese cruce”, subraya. Una de aquellas herencias culturales sería la popular expresión “che” de los argentinos. Proviene nada menos que del mapuzugun y significa “gente”.

Fragmento del libro “Historia Secreta Mapuche”, de Pedro Cayuqueo

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1 comentario

  1. Como se vera a continuación el investigador Patagónico Rodolfo Casamiquela no lo sindica como mapuche sino como Pehuenche, pues su nacimiento. al pie del Volcán Llaima eran los dominios de esta etnia es decir la Pehuenche. Cuando se habla de Voroganos en el articulo de Casamiquela se debe identificar como Araucanos hoy autodenominados mapuches quienes eran enemigos seculares de los pehuenches, Carácter especial, o mejor papel histórico especial, tuvo un área, pequeña, conocida a través del topónimo Forowe, “Vorohue”, “Lugar de los Huesos”, que derivó en “Voroa”, “Boroa”. De allí “Voroganos” o “Boroganos” como denominación de sus habitantes, perfectamente “llanistas”, desde que el paraje en cuestión se ubica apenas al Sur de la hoy ciudad de Temuco, en pleno Valle Central. (Plena Araucanía)
    Sucedió que, al producirse la independencia de Chile, los indígenas Araucanos o Mapuche(s) se dividieron y enfrentaron: pro-patriotas los unos; pro-realistas los otros… Y como resultado de estas luchas de fracciones (“tribus”), intestinas, determinados grupos se vieron obligados a abandonar la región y trasponer la Cordillera andina. Aquende los Andes no era simple encontrar un lugar en el que el asentamiento de tribus enteras no produjera inmediatas fricciones y rechazos, y en definitiva la elegida fue la “Tierra de Nadie” (o de Todos…) ubicada grosso modo a lo largo del meridiano que, hoy, separa a las provincias de La Pampa y Buenos Aires, con expansión posterior hacia el NO de Buenos Aires.
    De este modo, a partir de la década de 1820, se asentaron allá las tribus de caciques de renombre, tales como Melin, Alun, Rondeau (apellido europeo), Coñwepan, Coliqueo…
    Y se produjo, pues -¡tan tarde!- la primera radicación propiamente dicha de grupos de Araucanos strictu sensu, o Mapuches veros, al oriente de los Andes.

    Pehuenche(s) [Pewen-che]
    Del araucano pewén “araucaria”, y che “gente”: “Gente de las Araucarias”.
    Originalmente se aplicó a un pueblo identificado, en lo somático, por su alta estatura y la delgadez y agilidad de su cuerpo –rasgos que han llevado a su inclusión en el biotipo huárpido de los bioantropólogos clásicos (creado, librescamente, a partir de la descripción de los Huarpes históricos de Cuyo). En lo cultural, estrechamente vinculado con la recolección y consumo del piñón, o fruto de la araucaria. Y geográficamente, en fin, relacionado con la porción septentrional del área de dispersión de esta especie, o sea la que se extiende al Norte del río Agrio, afluente del Neuquén (hacia poco al Sur de los 380 ).
    Para estos “Pehuenches Primitivos”, o del Primer Momento, hay que acreditar además la invención de los silos subacuáticos para los piñones, la raqueta para la nieve, la práctica de la bebida colectiva sobre un cuero extendido en una cavidad, las hachas de piedra pulida, etcétera, en lo ergológico, amén de una vivienda cónica, tipo “piel roja”, de cueros, absolutamente diferente tanto de la ruka araucana cuanto del toldo tehuelche. Y la posesión de una lengua, que pese a ser conocida sólo a través de una pequeña lista de topónimos y nombres propios, acredita ser única, aislada en el universo de las hablas indígenas sudamericanas.
    Durante ese Primer Momento, es decir a lo largo de los siglos XVI -en que fueron conocidos por los Españoles provenientes de Chile- y gran parte del XVII, estuvieron libres de influencias araucanas o mapuches, tanto en su cultura material como espiritual, pero desde fines de ese siglo, en que se iniciaría el Segundo Momento, sufrieron un cambio rapidísimo, que llevó a la absorción de algunos elementos pan-tehuelches, como el toldo cupuliforme y, contrario sensu, a su profunda araucanización: con incorporación masiva de la lengua araucana o mapuche. (En tanto al Sur del Agrio se hablaba la tehuelche septentrional, que habría de mantenerse dominante en el ámbito surneuquino hasta por lo menos un siglo más.)
    Esta expansión oriental (por el Norte del Bío-Bío) de la cultura araucana –y los genes ándidos-, con los Aucas Boreales (verlos), al transformar radicalmente a los Pehuenches Primitivos, se tradujo a su vez en expansión étnica de los propios Pehuenches –del Segundo Momento-, los que a partir de mediados del siglo XVIII, extendidos al área norte de la “Pampa Central”, habrían de concurrir con los descendientes de los viejos “Pampas Cordobeses del río Cuarto” y “Puntanos” en la formación de los Ranqueles históricos (véase Mamüllche). El propio gentilicio resultaría importado del Norte del actual territorio de la provincia del Neuquén –originado en un topónimo Rangküll “Carrizo”.
    Los Pehuenche(s) de este Segundo Momento habrían de ser denominados Pikum-Che “Gente del Norte” por los Manzaneros (y otros nombres) del Sur del territorio neuquino, quienes a su vez recibirían de aquéllos el de Williche (“Huiliches”).
    Cabe agregar que estos mismos indígenas surneuquinos recibirían a ratos, durante el siglo XIX, por los indígenas trasandinos, la denominación de Pewenche (“Pehuenches”), es decir Pehuenches latu sensu o en sentido amplio. A la inversa, en sentido muy restringido, durante el siglo XVII recibieron idéntico nombre indígenas habitantes del lago Huechulafquen (seguramente entre otros cuerpos de agua andino-subandinos), canoeros, con toda probabilidad vinculados con los pueblos del sustrato canoero (de canoa “bongo”, o de tronco, por oposición a la de tablas o “piragua”) propio del Sur de Chile continental [cf. Huiliche(s), Cunco(s) y Chono(s)].
    Por el interés particular de su figura histórica, cabe agregar un párrafo para explicitar que el “cacique general” (Juan) Callfucurá (Kallfükura “Piedra Azul” en araucano o mapuche) era Pehuenche puro. Habiendo nacido hacia fines del siglo XVIII, ya perteneciente al “Segundo Momento”, es decir araucanizado; cuánto, es difícil de determinar ya que no se han conservado imágenes ni datos culturales de naturaleza espiritual acerca de él. Su hijo Manuel, no menos célebre, era de tipo físico netamente mapuche.
    Callfucurá, había descendido desde su región natal del volcán Llaima (L`aiñma), en el cordón central de la Cordillera de los Andes, varias veces a los llanos, y llegado hasta la Pampa Central, en plan de comercio.
    Es muy conocida la página bélica que un día de la década de 1830 habría de protagonizar, al quitarse de golpe el ropaje de comerciante y atacar por sorpresa, entre otros, comarcanos, a los caciques Vorogas o Voroganos (verlo) afincados en ella: Melín, Alún (Melin, Al`ün, es decir Meli Ñamku o Meli Nawel, “Cuatro Aguiluchos” o “Tigres” y, respectivamente, “Muchos Aguiluchos” o “Tigres”, en araucano o mapuche) y Rondeau –nombre europeo, pronunciado “Rondiyau”, “Tontiao”, etcétera, por los indígenas.
    Al dar ese golpe no hacía sino tornar en Oriental el escenario –Occidental en el caso de la Araucanía y del ámbito pikumche, al Norte de ésta- de las luchas seculares de sus ancestros Pehuenche(s) con los Araucanos o Mapuche(s).
    Con lo que queda evidenciado el crasísimo error étnico que supone considerar tal, Araucano o Mapuche, al famoso cacique l`añmáche. (Algún autor escribió “llalmache” y así tradujo, erróneamente, “Gentes de la Viuda”. En realidad se trata del topónimo L`a-iñma “donde hay cadáveres ofrendados con chicha”).

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