
Emilio Horber y su padre nacieron en Lausana, Suiza. Su padre también llamado Emilio se dedicaba a la hotelería; su madre, Lina Sloger, era ama de casa. En 1909, Emilio padre y un socio invirtieron todo se capital en la compra de un barco arenero. Una vez que finalizaron la transacción comercial, el barco zozobró y se hundió en lago Ginebra. En la ruina, Emilio padre decidió emigrar a la Argentina. Emilio tenía 10 años. Partieron vía Francia y embarcaron en Marsella, y en mayo de 1910 desembarcaron en Buenos Aires. En la Capital Argentina su padre consiguió trabajo como administrativo. Allí conoció al suizo Alfredo Stutz, que partía hacia la Patagonia para conocer un campo de 30 leguas situado a 150 kilómetros de Esquel y a 400 de Comodoro Rivadavia. En 1911 el buque Bartolomé Mitre lo llevó hasta el puerto de Comodoro Rivadavia. Una vez en tierra cargaron 3.000 kilogramos de víveres en una chata tirada por 16 caballos y partieron hacia la cordillera. El viaje les llevó cuatro semanas. La estancia se llamaba “Nueva Lubeka” y Emilio creció allí mientras aprendía las tareas del campo. En 1916 luego de un crudo inverno le regaló 47 yeguas al famoso cacique Maniqueque, suegro de Eduardo Botello. Con su acción lo salvó de pasar hambre, por lo que se ganó el aprecio de la tribu y la amistad del famoso cacique.
En 1922 los Horber regresaron a Buenos Aires. En la ciudad mientras trabajaba de taxista, estudió “Teneduría de Libros”. Dos años después obtuvo el título. Al mismo tiempo, Emilio padre partió a la Patagonia para administrar la estancia.
Emilio se hizo taxista y manejando el taxímetro a fines de 1923 escucho la conversación de dos pasajeros que hablaban alemán. El hombre le comentaba a su mujer la necesidad de conseguir un capataz para su estancia en la Patagonia. Emilio les contestó en alemán y se ofreció para le puesto. El pasajero se llamaba Gustavo Muller y era un hacendado de la localidad chilena de Punta Arenas.
Muller lo empleó y en 1924 embarcó con su madre con destino Puerto Deseado. Desde esa localidad viajaron un auto hasta la estancia “La Alicia”, situado en el Lago Buenos Aires, en la precordillera de los Andes. A 4 leguas de allí trabajaba su padre.
En la estancia conoció al señor Tortezzelar, gerente general de la estancia “La Nueva Oriental”. Este establecimiento formaba parte del imperio de estancias de los Menéndez Behety. El gerente le ofreció la administración de la estancia “Los Menucos” dependiente de “La Oriental”. Aceptó la propuesta y en 1925 se trasladó llevando a sus padres. “Los Menucos”, de 9 leguas de extensión, se situaba en la precordillera del territorio de Santa Cruz.
Ganadera Valle Huemules
Cuando Emilio contaba con 36 años de edad recibió una nueva propuesta de Tortezzelar, que le ofreció ascenderlo asignándole la administración de la estancia “Valle Huemules”. Allí estaría subordinado únicamente a la dependencia de la organización societaria en Capital Federal. Por lo demás, tendría total libertad de comprar, vender o innovar.
En ese momento se hizo cargo de 20.000 lanares y una considerable cantidad de vacunos y yeguarizos. Al llegar la primavera ya había organizado una pequeña granja en la que cosechaban papas, zanahorias y nabos.
Con 38 años de edad continuaba soltero.
Un día cualquiera llegó a Vale Huemules un hombre maduro, delgado, rubio y con un ojo de vidrio. Era alemán, contador de profesión y estaba desempleado. Se llamaba Ricardo Schulz y tenía 54 años. Desde ese día fue contador de la estancia.
Al alcanzar la madurez en el Chaco, Schulz compró una mujer al cacique de una de las tribus indígenas de la zona. Con ella tuvo dos hijos pero años después los abandonó y se trasladó a Ushuaia, en Tierra del Fuego. Allí residió 10 años, luego regresó a Chaco en busca de la familia que había abandonado pero no dio con ellos. Desde entonces se entregó a la bebida.
Gertrudis
Ernesto Jordán era un alemán que visitaba regularmente la estancia con la finalidad de abastecerla de productos antisárnicos para tratamiento de la hacienda. En una de las tantas charlas con Emilio le comentó que traería a su familia de Europa para evitar que tuvieran que soportar una nueva guerra. Entre ellos estaba su hermana soltera. Como Emilio y Gertrudis concordaban en su soltería, Emilio accedió a que su hermano los presentara por carta. Pasados los primeros seis de 1935, Gertrudis llegó a Comodoro Rivadavia en el vapor Bartolomé Mitre. Allí estaban esperándola Ernesto Jordán y Emilio. Tras el desembarco, Emilio y Gertrudis se saludaron con un espontaneo estrechamiento de manos y en un “hola”. Durante el día siguiente concertaron en matrimonio y al segundo día se casaron. Al día siguiente partieron al Valle Huemules en un automóvil Dodge modelo 1927. Al contrario de la desolación y las rústicas viviendas que observaron durante el camino, el casco de Huemules desbordaba de comodidades. La situación reconfortó a Gertrudis y, pese a lo brusco del cambio, se adaptó a la nueva vida.
En 1936 luego de varios días de intensos dolores y un parto complicado, nació Mayti, la primera hija de Emilio y Gertrudis. En 1944 vería luz Susana.
Tiempo de partidas
En diciembre de 1945 falleció el padre de Emilio. Cuatro años después le siguió Lina, su madre. Los dos fueron sepultados en la estancia.
En 1950, durante un viaje a la Capital Federal, Gertrudis se realizó diversos análisis clínicos ya que hacía algún tiempo la aquejaban persistentes dolores articulares. El diagnóstico fue fulminante: Leucemia. Con desenlace irreversible, falleció dos meses después.
Para entonces, su hija Mayti tenía 14 años y Susana 6. La mayor, ayudada por una empleada domestica, se hizo cargo de las tareas del hogar.
Cinco años después fue asignado al destacamento fronterizo Hito 50, el oficial de gendarmería Carlos Mandar, un entrerriano. Como gran parte de los vecinos y todos aquellos que se encontraban en la zona, el oficial comenzó a frecuentar la estancia. Pronto se hizo amigo de Mayti y al año siguiente, en 1956, contrajeron matrimonio. Dos años después Mandar fue ascendido de rango y tuvo que trasladarse junto a su mujer a la localidad de Esquel, situado a 500 kilómetros de la estancia. Mientas tanto Susana, que para ese entonces tenía 15 años, cursaba estudios secundarios en Comodoro.
Para 1960, la única compañía de Emilio eran sus fieles ovejeros “Viento” y “Tormenta”.
En 1962, al cumplir 30 años de servicios, le llegó el turno de jubilarse. Una mañana de ese año, dos hombres descendieron de un auto y, sin mayores preámbulos, le informaron del fallecimiento de Tortezzelar, quien le había ofrecido el cargo de administrador. Luego el conductor le presentó a su acompañante, el que a partir de ese momento se haría cargo de la administración. Emilio tenía 67 años y debió abandonar todo lo que había cuidado y hecho progresar con tanto cariño y esmero.
Luego de dos días de estar sumido en un desgarrador duelo interno, cargó sus pertenencias en un camioncito que le facilitó el vecino Julio García y partió en compañía de su hija Susana rumbo a la ciudad de Esquel. A 500 kilómetros de allí, Mayti, su esposo y su nieto los estaban esperando.
Falleció en Buenos Aires con 75 años y ya hacían 65 que había partido de su patria.
Fragmento Libro “El viejo oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado