Durante las últimas décadas del siglo XX, al acercarse el 5º centenario del descubrimiento de América, el comunismo gramsciano instrumentó un bien orquestado movimiento indigenista, con el objeto de desacreditar toda la obra misionera cumplida por la Iglesia durante los siglos transcurridos, presentándola como la principal causante de la destrucción de sus creencias religiosas y culturas.
Curiosamente la mayor parte de los promotores de ese sospechoso indigenismo lleva apellidos españoles o de otras naciones europeas arribados a América tras la epopeya de España. Tampoco parece incomodarles el fundamentar sus teorías en una ideología foránea. Ni les parece contradictorio aceptar el apoyo de personalidades europeas, como el caso de Danielle Mitterand, esposa del expresidente de Francia; y por si algo faltara, sus campañas indigenistas las realizan en idioma español con el uso de los más modernos sistemas de traducción simultánea, incomprensibles para los sufridos pobladores indígenas. Pero nada tienen para reprochar a los demás pueblos expansionistas, incluidos el sometimiento de algunos pueblos indígenas por otros, como ocurrió precisamente con los tehuelches por los araucanos. Quien fue el inspirador y dio el puntapié inicial de ese movimiento fue Joel Robert Poinsett, embajador de Estados Unidos en la recién proclamada República de Méjico, en 1825. “Hizo colocar en el salón de la recepción de la embajada norteamericana un gran retrato de Moctezuma y fue Afiliado a la masonería “impulsando una política cultural desde la embajada yanqui signada por un indigenismo sorpresivamente beligerante, motorizando impulsos anti hispánicos y anticatólicos con el objeto de ocupar ideológicamente el espacio cultural vacío que la ruptura de la continuidad histórica provocaría.
A penas concluida la guerra de la emancipación, al finalizar el año 1824, el embajador norteamericano en Méjico, Joel Robert Poinsett, “retomaba la propaganda de desprestigio anti español echada a rodar por Grand Bretaña desde el Siglo XVII”, que conocemos como leyenda negra.
Las variadas sectas que han invadido a toda Hispanoamérica, la mayoría de ellas provenientes de los países del norte, no son otra cosa que nuevas formas al servicio del moderno imperialismo.
Los mapuches y el origen de la confusión
En lo que a nuestro tema se refiere, el movimiento principal es el mapuche. La palabra mapuche la emplean los indígenas araucanos para designarse así mismos como pobladores originarios del lugar donde nacieron y viven, equivalente a nuestro término autóctono. El territorio originario o propio del pueblo araucano es la Araucanía, región central de Chile, situada entre los ríos Bío Bío y Tolten, allende los Andes, que se ha desplazado a las inmensidades de la Patagonia, aquende. De modo que los araucanos que han emigrado de su país, y con más razón sus descendientes, no son mapuches en el nuevo territorio donde se han establecido.
El cambio de araucanos por ‘mapuches’ se inició a comienzos del siglo XX. Antes no se empleaba esa palabra del lado oriental de la cordillera. Se llamaba a cada parcialidad por el lugar relativo de su origen y residencia: Manzaneros, Huilliches (sureños), Pehuenches (gente de la zona de las araucarias), Picunches (norteños), etc. Con respecto a los llamados Puelches, tantas veces mencionados, reiteramos que no existía ninguna parcialidad indígena con esa denominación. Esa expresión era usada por los trasandinos para referirse a cualquier agrupación ubicada al este de la cordillera y de éstas a las situadas en la misma dirección, tierra adentro (Puel = este). Entre el 18 y 24 de febrero de 1961 se celebró en San Martín de los Andes el Primer Congreso del Área Araucana Argentina, organizado por el Gobierno de Neuquén, al que fueron invitados especialistas chilenos. En realidad, este congreso había sido convocado como del Ámbito de la Araucanización en la Argentina; pero la participación de los invitados chilenos logró imponer el cambio de la denominación con la siempre complaciente aquiescencia de los argentinos. En él se reafirmó la etnografía pehuenche para el pueblo protohistórico del Neuquén; pero también se aprobó (con la oposición de Casamiquela) reemplazar el término araucano por mapuche como más apropiado y grato a los aborígenes porque araucano fue puesto por el español de la colonia. Con este cambio la influencia araucana se transformó en área araucana, o sea, como que había pertenecido a los araucanos. Es notable que Juan D. Perón ignora el mapuche en el título de su Toponimia Patagónica de etimología Araucana.
Casamiquela -y otros autores- sostienen que los aborígenes de este lado de la cordillera, o sea, territorio argentino, tenían a los araucanos por invasores. La invasión tiene data muy antigua. Basta leer la alocución del cacique Malopara en el parlamento reunido con motivo de la visita del padre Diego Rosales en 1650 en las cercanías del lago Huechulaufquen.
El actual movimiento de reivindicación indigenista -en su expresión mapuchista- logró así imponer la denominación Mapuche a todos los grupos indígenas y de esta manera presentarlos como de origen araucano, así, también, se desprende de la carta de las delegaciones indígenas de Neuquén, Río Negro y Chubut entregada por el entonces obispo de Viedma, Esteban Hesayne, a Juan Pablo Il el 7 de abril de 1987 en Viedma. El Segundo Encuentro del Pueblo-Nación Mapuche, realizado en la Universidad Nacional del Comahue, entre el 1º y 4 de mayo de 1992, adoptó una bandera propia para identificarse como Nación. El Consejo Indígena de Río Negro no concurrió a ese Encuentro “por no compartir los criterios extremos de nacionalismo y estatismo propio, sustentado por agrupaciones etnopopulistas irrepresentativas de ambos países”, Chile y Argentina.
Los indígenas de la Patagonia – Clemente Dumrauf