No puede negarse que la policía es la más difundida de las reparticiones populares, aunque actualmente ya se le ve poco y se le paga menos. Es la más criticada por todos, pero a la vez la más reclamada aún por sus mismos detractores. He visto en los boliches, tribunas callejeras, canchas de tabas y carreras, etc… criticar a la policía en términos gruesos pero también he visto que al producirse una gresca en aquellos que llevaban la peor parte, esos mismos detractores requerían a gritos la intervención de la policía para que los saquen de apuros.
Recuerdo el caso de dos personas que cierta noche entraron a un patio para proveerse de gallinas gordas a espaldas de los dueños, rogando entre ellos para que la suerte los acompañe, y no parezcan esos “atorrantes y entrometidos de la policía”, pero en cuanto aparecieron los dueños de casa y los tomaron a rebencazos y tiros por los pies, eran ellos lo que llamaban a voces a la policía. Si la policía para llegar a un infractor irascible que se resiste, lo golpea o lleva a empujones, es policía abusadora; si este se les escapa es policía ineficaz y floja; si no procede es porque es policía cómplice. Aunque no con la frecuencia de antaño, aun hoy se dice a veces de quien entra a formar parte de la tropa policial que “no sirve para otra cosa”. Pero la realidad nos demuestra que, si es necesario efectuar una tarea peligrosa a cualquier hora de la noche con cualquier clase de tiempo, sin fijarse si es o no feriado, ya se trate de la desagradable tarea de desocupar un pozo negro o desenterrar o trasportar un cadáver en descomposición, nadie está obligado a hacerlo pero la policía sí. LA HUELGA ES UN DERECHO PARA TODOS MENOS PARA LA POLICÍA Y LOS MÉDICOS.
Cuando la policía estaba en cada esquina
Hasta hace unos 35 o 40 años, era habitual que en cada esquina o cada dos o tres cuadras, hubiese un policía durante las 24 horas del día. Era el famoso y popular “visitante de la esquina”, que intervenía en todos los acontecimientos callejeros; desde la persecución al ladrón nocturno, a la detención o “llevada a casa” de borrachos tambaleantes, o al que armaba camorra en la calle o el boliche de la esquina, a los chicos que remontaban barriletes o armaban guerrillas de piedra en plena calle; a la llamada de atención a alguna pareja de enamorados que se extralimitaban en arrumacos al aire libre, y hasta las peleas de las vecinas. Recuerdo haber visto llevar detenida a una señora de reconocida seriedad por haber salido a la calle vestida con pantalones.
Estaban también entre sus obligaciones la de cuidar a los gallineros, cuyos robos constituían entonces uno de los más difundidos deportes. Nunca los convidaban a esos sabrosos, abundantes y hoy añorados pucheros de gallinas pero cuando estas desaparecían siempre se miraba con desconfianza al vigilante de la esquina.
Tengo recuerdos casi borrosos que siempre levantaban a su paso los más variados comentarios, sobre todo cuando llevaban algún detenido. Andaban siembre en unos caballos flacos; vestían un uniforme de un fuerte color rojo pimentón y llevaban a la cintura un largo sable de caballería, que más de acero era de latón. Era tan largo que casi arrastraba por el suelo, y como defensa no le servía para nada, ya que en caso de apuro, había que desenvainarlo en dos tiempos quedándole luego la vaina en balanceo, por lo cual dejaba la policía en desventaja frente a un bien dirigido golpe a la cabeza del cabo de un rebenque o el planazo de un facón de sus ocasionales antagonistas. Y en ocasiones al correr en persecución de alguien, el balanceo del sable les trababa las piernas haciéndolos caer.
Esa policía rara vez era argentino, joven o con escuela, tenía su eficacia ya que, pese a ser la zona sur, lugar de confinamiento para delincuentes, los robos, violaciones, daños intencionales, etc, eran raros.
Fragmantos del libro “Apuntes de un carrero patagónico”, de Asencio Abeijón