sábado, 27 de julio de 2024

Existen circunstancias especiales en que oyendo conversar a una persona sobre determinados hechos, aun sabiendo que uno se halla frente a un mistificador, embustero, se tiene la intuición de que en ese momento este está diciendo la verdad. Por supuesto que ello no es algo que pueda aportarse como prueba ante un tribunal, pero al que escucha no le queda la menor duda de que el mentiroso, en ese momento, no está engañando.

Tal es lo que sugiere el caso que sigue. Aproximadamente en el año 1925/26, fueron alevosamente asesinados con fines de robo en el camino de Manantiales Behr el pagador de YPF, Sr. Figari y su acompañante. En pocos días logró la policía esclarecer el hecho y detener al autor del mismo, que era un empleado de la mina fiscal y compañero de los asesinado. Se comprobó que se trataba de un criminal sádico y de un cinismo que rayaba lo inverosímil. Había pertenecido al cuerpo de Gendarmería volante y como tal, actuado en los sucesos de Santa Cruz en 1921.

Ya confeso y totalmente aclarado el crimen, incluso con la aparición del dinero robado, enterrado entre unos matorrales del campo, el criminal personaje dio rienda suelta a la exhibición de toda su maldad, y al cinismo cruel que ocultaba en su alma. Cerrado el sumario, con la reconstrucción del crimen, a lo cual se prestó con morbosidad, más tarde, y mientras en la comisaría lo aguardaba en buque que lo conduciría a Rawson, contaba, acompañándose con guitarra y delante de periodistas y otras personas, la forma en que había dado muerte a sus dos víctimas, que le habían permitido subir en el camión en el camino debido a la amistad que mantenían con él.  

Su apellido era Andrade, y refiriéndose a su actuación en la Gendarmería volante relataba en detalle y forma tal, que no dejaba en quien lo escuchara, la menor duda de que le estaba contando la verdad sobre hechos protagonizados por él mismo, casos como los que siguen: “En una oportunidad interceptamos a un grupo de 5 bandoleros que intentaba refugiarse en las montañas boscosas de la cordillera. Los dos más ‘ranas’, a los cuales teníamos más interés en atrapar porque sabíamos que iban bien ‘forrados’, lograron escapar con tiempo. Llevaban buenos caballos los desgraciaditos. Tuvimos que conformarnos con los 3 más ‘angelitos’, que para colmo estaban más secos que lengua de loro. Cuando supieron que les íbamos a dar el ‘pasaporte para el otro mundo’ protestaban como gallegos, y uno de ellos, bastante haragán por lo visto, quiso buscar la ‘aliviada’, y se negaba a cavar la zanja para enterrarlo y eso que era un lugar de tierra blanda”.

Y continuó el relato: “Y no lo pude convencer con unos cuantos rebencazos que le pegue en la cara para que trabajara, pero… cuando le dije que entonces lo íbamos a enterrar vivo, junto con sus compañeros  muertos, porque nosotros no habíamos nacido para cavar zanjas para otros.. ¡Había que ver con qué voluntad comenzó a palear tierra! Era un mañero de mierda ese gringo, ¡si total trabajaba para él!

Un día más tarde dimos con otros 4 bandoleros. No traían armas, y creían engrupirnos diciendo que iban para Calafate a entregarse directamente a Varela. Ahí nomás les amañamos las patas medio largo para que no se cayeran mientras trabajaban con las palas haciendo las zanjas. Protestaban y ‘corcoviaban’ de los lindo. Todos se creían santos y no querían cavar zanjas pero al final mi idea de enterrarlos vivos los convencían y se volvían voluntarios.

Cuando estuvo lista la zanja y les íbamos a dar los ‘confites’, yo vi que uno de ellos tenía un saco de gamuza nuevito que seguramente lo había robado en alguno de los negocios asaltados. Le grité a mis compañeros que aguardaran un momento y lo saqué de la fila de los sentenciados.

El ‘pavo de mierda’ se creyó salvado y puso cara de contento, los otros miraban con envida y comenzaron otra vez a protestar hasta que las balas los hicieron callar. El tipo tenía mi mismo talle, después que le saqué el saco para que no lo agujerearan las balas le dije que se pusiera al borde de la zanja donde ya se hallaban sus compañeros, unos muertos y otros todavía pataleando. Para colmo el sargento no quiso repetir la descarga que ya había hecho para los otros y tuve que matarlo yo mismo. Me insulto y me escupió hasta que lo liquidé. Tal vez se había pensado que me iba a comprar con un saco atorrante. El sargento nuestro, tenía razón para estar enojado, siempre a nuestro grupo, que éramos 8, nos tocaba dar con los más ‘secos’… no les sacábamos un cobre ¡andábamos en la mala!”

El juez letrado de Rawson condenó al asesino Andrade a prisión perpetua por el asesinato del pagador de YPF y su chofer. Tiempo después fue llevado al presidio de Ushuaia donde fue muerto por los reclusos del penal, se dijo como represalias por sus crueldades en los sucesos de Santa Cruz que él mismo relataba con tanto cinismo.

Fragmentos del libro “Apuntes de un Carrero Patagónico”, de Asencio Abeijón

Compartir.

Dejar un comentario