
Los abusos y violaciones contra las mujeres aborígenes
Los abusos contra las mujeres nativas y la violación, rapto y seducción de las selknam resultaron frecuentes; por ello, al aproximarse extranjeros, las mujeres y niños huían al interior de los bosques.
En la época de la conquista del norte patagónico, tanto por el general Rosas como por Julio A. Roca, son frecuentes los relatos de cautiverio de nativas, así como del asesinato de ellas: 1835: “(…) fueron acuchillados 133 indios y 77 mujeres (…)”.
Varios textos hacen referencia al reparto que se hacía de ellas tras las derrotas efectuadas a los indígenas: “La campaña ha dado ya sus frutos: 14.200 indígenas han sido sometidos (…) los hombres entregados para servir en los ingenios de caña de Tucumán, las mujeres y los niños repartidos para su empleo doméstico en las casas de la gente decente de las grandes ciudades (…)”.
Respecto de la inclusión de mujeres indígenas en los ranchos de los soldados, han quedado las palabras de un alto militar refiriéndose a una maloca: “Así me gusta (…) Tendrán cuarenta y ocho horas de permiso (…) En cuanto a las mujeres, a ver si quieren vivir con los milicos”. Ninguna rehusó. No tuvieron otra opción.
Las mujeres cautivas rescatadas solían regresar a la toldería
En los enfrentamientos entre aborígenes, también eran las mujeres los elementos más apetecidos para su robo. Entre los onas, terminado el combate, el vencedor se apoderaba de las mujeres jóvenes.
En 1828, los militares de la época intentaron rescatar varias prisioneras, “pero (…) la oposición provenía de las mismas cautivas, muy apegadas a sus amos indios”. En la expedición del coronel Rauch al sur bonaerense numerosas mujeres blancas que rescató, huyeron para volver con los indígenas. Durante las marchas nocturnas, se arrojaban de la grupa de los caballos donde las llevaban los soldados, y se salvaban a favor de las tinieblas.
Sobre el trabajo de la mujer tehuelche, ella tenía que guisar la comida, acarrear agua y leña, armar y desarmar el toldo en las marchas, y cargarlo y descargarlo sin que le ayudara el hombre; además debía coser el toldo y los demás cueros de cama y vestidos.
Las mujeres y la carga del trabajo
Como verdaderas acémilas de carga, portaban pesados bultos de hasta 100 kg, aunque en la Tierra del Fuego: “(…) La división del trabajo (…) era de naturaleza tal que los hombres podían hacer casi todos los trabajos femeninos, pero, por el contrario, las mujeres no estaban capacitadas para realizar las tareas masculinas (…)”. Pero las referencias en disidencia abundan en los textos.
Eran las mujeres las que remaban, y sólo ellas sabían nadar y permanecer bajo el agua para recoger alimentos marinos; anulando así a los hombres por incapaces en estas faenas. Este hecho ocasionó más de una vez que se ahogaran hombres, a diferencia de las mujeres.
Las mujeres tehuelches y mapuches son tratadas por sus marido mucho más cariñosamente que la fueguina, poco menos que esclava esta última. Las patagonas permanecen en el hogar, machacando pintura, secando y estirando pieles, tejiendo y tiñendo mantas.
Entre los mapuches, el hombre por ningún motivo castiga a las mujeres, excepto cuando está ebrio, y aún entonces el cacique a la cacica preferente jamás la golpea, aunque las otras lleven todos los golpes.
Las mujeres mapuches, a las actividades comunes del hogar, sumaron la industria de pinturas, el curtido de pieles y la confección de mantas.
Tras la llegada del hombre blanco, con el fin de civilizarlas, se le dieron otras actividades propias de las mujeres blancas, como en Tierra del Fuego por parte de protestantes y salesianos, y estos últimos en toda la Patagonia. El canto y el empleo de la guitarra fueron patrimonio de las mujeres neuquinas, hasta el punto de considerar que dichas actividades no debían corresponder a los hombres. Así, las cuecas eran cantadas por las mujeres “cantoras”, gozando de mucho aprecio.
Algunos hechos presentan a la mujer aborigen por encima de la europea contemporánea y hasta con la mujer de nuestros días. Con los apelativos de hechicera o adivina, algunas mujeres compartían con los hombres la predicción del futuro individual, familiar y/o tribal. Para ascender a esas funciones, desde niña debía demostrar alguna característica que la diferenciara del común de las mujeres, sean defectos físicos o actitudes propias del hombre.
Aunque estas actividades podían ser muy riesgosas porque a veces pagaban con su vida los errores, también las facultaban para usar libremente sus apetencias sexuales con los hombres de la familia o tribu que asistían.
Otra función que cubrían era la de lenguaraces, o traductoras, y exploradores como misioneros se valieron de estas intérpretes.
Una diferencia notoria con la mujer blanca de hasta casi nuestros días, fue su participación en el gobierno tribal, el cual pudo ser ejercido indistintamente por uno y otro sexo, según la idoneidad propia del cargo.
Para abordar el aspecto sexual en su vinculación con el casamiento, es necesario partir de la pubertad, cuya celebración adquirió gran esplendor entre los mapuches.
Cuenta Moreno respecto a los tehuelches, que en un toldo había más mujeres que hombres; le explican que varias están separadas de sus maridos, pues unas están esperando un hijo y otras lo tienen pequeño.
Una cultura poligámica
Los criterios interpretativos del matrimonio variaban según las tribus; algunas eran monogámicas, y otras, poligámicas, pero nunca poliándricas (varios hombres para una sola mujer).
Hubo tres formas de conformar la pareja: por decisión entre los interesados con anuencia de los padres, por robo deliberado de la interesada de su vivienda o tras una batalla tribal, o por compra a su progenitor.
En la Tierra del Fuego, el joven pretendiente se acercaba al toldo de la joven con quien deseaba casarse, y sin decir una palabra le entregaba su arco. Si la joven se lo devolvía, quería decir que la muchacha no lo aceptaba; si por el contrario iba ella misma al toldo del pretendiente para restituírselo con sus propias manos, significaba consentimiento.
En el casamiento de los tehuelches predominaba el mutuo acuerdo.
El matrimonio entre los yaganes y alacalufes era muy precoz (12-13 años para las mujeres), y no iba acompañado de ceremonia alguna. No se consultaba a las jóvenes para la elección del marido, porque eran los padres los que la cedían al joven que más les gustaba por sus cualidades físicas, o por el mayor provecho que sacaban en regalos (pieles, canoa, etc).
Otro modo de casarse era apropiarse las mujeres prisioneras, cuando se conseguía la victoria sobre una tribu enemiga o tomarlas cautivas luego de los malones contra los blancos, actitud que llevaban a cabo exactamente igual los blancos sobre los indígenas, pero que las mujeres tomadas no pasaban a ser sus esposas sino sirvientas o concubinas.
La compra de la esposa era considerada absolutamente correcta entre los mapuches. La catalogación hacia las esposas era inferior con respecto a los propios hijos y hermanos; siempre podían encontrar a otra mujer, pero a los hijos no era tan fácil reemplazarlos. También los hermanos eran mucho más apreciados que las mujeres; un hermano pelearía al lado del otro y él lo vengaría si lo llegaban a matar.