sábado, 17 de mayo de 2025
Conocido como Hualichu o Gualichu, fue el genio del mal Arauco-patagónico, al que se refirió ya Lucio V. Mansilla en su célebre obra.

La palabra es de origen quichua, y opinan varios autores que vino a sustituir a Huekúfu, por lo que ambos términos designarían a un mismo ser. Es invisible y no se le asigna una forma definitiva. Se le atribuyen todos los males y desgracias. Cuando se sienten amenazados por una enfermedad o un peligro cualquiera, los hombres se arman de hierros, bolas, lanzas, macanas y cuanto encuentran. Montan entonces a caballo y prorrumpiendo en gritos desaforados arremeten contra esta deidad incorpórea, echando al aire furiosos tajos, estocadas, golpes y hasta puñetazos, con la esperanza de acertarle. El propósito es alejarlo de los toldos, por lo que sólo cesan cuando creen haberlo conseguido.

Le gusta introducirse en las ancianas, las que engualichadas padecen todos los males imaginables; razón por la que antes se les daba muerte. Además de dolor de cabeza y vientre, produce ceguera y parálisis en las piernas. Es preciso quedar bien con él, sacrificando periódicamente yeguas, caballos, vacas, ovejas o cabras. Con la penetración cristiana fue sincretizado con el Diablo. Según De Agostini, los tehuelches creían que las enfermedades eran debidas a este ser maligno, al que para aplacarlo y lograr su voluntad se le debían ofrendar sacrificios de yeguas y prendas de vestir. Las enfermedades sólo podían curarlas los médicos brujos que alejaban al Gualicho mediante exorcismos.

No dejó de hacer una extensa referencia a esta deidad el naturalista Charles Darwin: “Horas después de haber pasado junto al primer pozo, vemos un famoso árbol al que los indios reverencian como el altar de Walleechu. Este árbol se yergue en una altura en medio de la llanura: por eso se ve desde gran distancia. Así que los indios lo divisan, expresan su adoración hacia él por medio de grandes gritos. El árbol en sí es de poca altura, es el algarrobo del Gualicho, comentado también por Moreno. Tiene numerosas ramas y está cubierto de espinas (…)

(…) Estamos en invierno, y como es natural el árbol no tiene hojas; pero en su lugar penden innumerables hilos de los que están suspendidas las ofrendas, consistentes en cigarros, carne, trozos de tela, etc. Los indios pobres, como no tienen nada mejor que ofrecer, se contentan con sacar un hilo de su poncho y atarlo al árbol (…)

Para completar la escena, se ven alrededor al árbol las osamentas de los caballos sacrificados en honor del dios. Todos los indios, cualesquiera que sean su edad y sexo, hacen por lo menos una ofrenda; después de esto quedan persuadidos de que sus caballos serán infatigables y que su felicidad será perfecta”.

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