sábado, 27 de julio de 2024

Actuó en más de 76 películas, ganó un Oscar y sedujo a varias generaciones con su elegancia, encanto y agudeza. Cary Grant, estrella de joyas del cine como ‘Me siento rejuvenecer’, cinta que cumple ahora 70 años, es uno de las grandes actores de Hollywood, aunque en su carrera no todo fueron luces. Hubo también alguna que otra sombra… lisérgica.

Una apacible mañana de abril de 1962, Cary Grant tragó cuatro pequeñas píldoras azules de ácido lisérgico, se relajó en el sofá con un café y esperó a que la droga hiciese efecto. No era la primera vez que lo consumía. Esta leyenda del cine tenía entonces 58 años y éste era su viaje de ácido número 72 bajo la supervisión de un psiquiatra. La novedad, en este caso, es que durante la sesión, que duró cinco horas, sus comentarios fueron registrados en una grabadora para su análisis médico posterior. En los años 90, una revista de Los Ángeles publicó las transcripciones. La adorable estrella de Para atrapar a un ladrón o Historias de Filadelfia, se sentía en esos momentos «en un mundo de saludables y regordetas piernas de bebés y lleno de pañales impregnados en sangre, como si se estuviera desarrollando una especie de actividad menstrual generalizada».

Hoy, las alucinaciones que relata Grant, aunque pueden resultar inquietantes, no nos sorprenden. Los efectos del LSD, prohibido internacionalmente, han sido sobradamente descritos desde que, a finales de los años 60, el movimiento hippie hiciera de la psicodelia una bandera y las consecuencias de su consumo descontrolado se contasen por centenares de suicidios y severos trastornos psiquiátricos.

Pero, mucho antes de que el público general hubiese ni siquiera oído hablar del ácido lisérgico, en los años 50 y comienzos de los 60, un grupo de artistas e intelectuales de Hollywood lo estaba descubriendo. Grant era uno de ellos. Durante una década, lo tomó más de cien veces –entonces era una droga legal– y fue el primero en hablar de «sus virtudes» públicamente. Grant aseguraba que el LSD lo ayudó a controlar su alcoholismo y a enfrentarse a ciertos problemas personales y familiares. Y tenía unos cuantos.

“Gracias al LSD, estoy acercándome a la felicidad”, decía Grant en 1959. No contaba que, en las primeras sesiones se defecaba en los pantalones

Creció en una humilde familia de Bristol, Inglaterra, con un padre que nunca le mostró afecto y que le había dicho que su madre había muerto, para descubrir años más tarde que estaba internada en un psiquiátrico. «Cuando comencé a experimentar, la droga parecía liberar mis miedos más profundos, como un sueño que se transforma en una pesadilla –comentó–. Tuve horribles experiencias, pero con cada sesión todo fue mejorando. Pasé a sentirme mejor, y estoy convencido de que hay cierto poder curativo en la droga».

En aquel momento, quien le administraba el alucinógeno a Grant era el psiquiatra Oscar Janiger, uno de sus principales investigadores. «Aquella era una época en que la experimentación científica con drogas psicodélicas era perfectamente aceptable», recuerda el doctor Janiger, que la probó en 900 pacientes, durante el que vendría a ser el más vasto experimento con LSD sobre humanos realizado en un medio no clínico.

Para entenderlo, hay que comprender la época. Descrita magníficamente en la serie Mad Men. Las apariencias eran lo más importante; los traumas personales no debían expresarse nunca, ni en privado; todo el mundo fumaba y bebía, pero a la cocaína le faltaba mucho para ser una droga social. En ese entorno se movía Cary Grant cuando estaba casado con Betsy Drake, su pareja más estable. Fue ella, precisamente, quien introdujo al actor en el LSD.

Drake, en el símil con Mad men, sería Betty, la mujer de Don Draper, el protagonista. Betsy, joven actriz, dejó su carrera para conversirse en la esposa modélica del actor de moda, 20 años mayor que ella. Tras ocho años de matrimonio parecían, para el público, la pareja perfecta, pero ella era tremendamente infeliz. Y aún lo fue más cuando, al acompañar a su marido al rodaje de Orgullo y pasión, en España, se dio cuenta de que estaba enamorado de su compañera de rodaje, Sophia Loren.

 

De promo. Cary Grant habló en repetidas ocasiones de su experiencia con el ácido que ingería en pastillas.

Su matrimonio se hundía. Cuando ya no pudo más, se lo contó a una amiga, la actriz Sallie Brophy. Ella le reveló que estaba probando una nueva psicoterapia con un fármaco milagroso y la animó a ir a ver a su terapeuta. La víspera de la visita, Betsy cenó con Grant y unos amigos. En un momento dado les explicó: «Mañana voy a probar el LSD», pero no le hicieron caso. «No sabían de qué les estaba hablando –explica–, nunca habían oído hablar del asunto».

Mortimer Hartman, el psicoterapeuta de Sallie, había empezado a experimentar con LSD a mediados de los 50. Radiólogo de formación, su entusiasmo por la nueva sustancia era tal que abandonó la radiología y se asoció con el psiquiatra Arthur Chandler para crear el denominado Instituto Psiquiátrico de Beverly Hills. Se aseguraron el suministro directo de la droga por parte del laboratorio fabricante, Sandoz, para lo que describían como un estudio de cinco años de duración en el que el LSD sería empleado en el tratamiento de «los neuróticos normales y corrientes».

Al principio, los voluntarios que se sometían a experimentos con LSD cobraban. En Beverly Hills, los famosos pagaban. Y era caro: 100 dólares por sesión

En la mayoría de las universidades y hospitales, a los estudiantes y voluntarios se les pagaba por su disposición a experimentar con LSD, pero Hartman y Chandler le dieron la vuelta a la idea y, aunque tan sólo recibían a unos pocos pacientes al día, cobraban, y mucho: 100 dólares por sesión. No daban abasto. Su instituto estaba lleno.

Betsy recuerda su primera sesión. Tras tomar las pastillas, sintió «una sensación horrible, como si me estuvieran aplastando el cuerpo» y, presa de intensos dolores físicos, se dio cuenta de que estaba reviviendo su propio nacimiento. La experiencia, dice, fue increíble. «El inconsciente es como un océano enorme. Una no sabe hacia dónde se dirige. No hay pasado, presente ni futuro… Tan sólo existe el ahora. El efecto más asombroso de la droga es lo que ves. Todo tiene un aspecto distinto».

Se corre la voz. Esther Williams, a la que inició en el LSD el propio Grant

Betsy siguió yendo a la consulta de Hartman una vez por semana a lo largo de varios meses, para someterse a las sesiones con LSD: llegaba a las ocho de la mañana y era frecuente que no se marchara hasta las siete de la tarde. Finalmente, dejó a Grant y empezó una nueva vida. Se licenció en Psicología por Harvard y está especializada en la terapia de psicodrama.

Pero entonces el conocimiento del LSD todavía era de ámbito restringido. Hasta que Cary Grant empezó a hablar públicamente de ello. El nuevo Cary Grant y su curiosa historia, rezaba un titular de portada del número del uno de septiembre de 1959 de la revista Look. En el interior, el actor se extendía con entusiasmo: «Gracias a la terapia con LSD, ahora estoy acercándome a la felicidad».

Esther Williams, la antigua diva acuática, leyó el artículo y llamó a Grant. Tenía 40 años y había pasado por un divorcio muy doloroso: su marido la había arruinado. Esther recuerda su primera experiencia con el LSD. «Noté que todas las tensiones se disipaban mientras el alucinógeno barría mi interior. Y entonces, de pronto, me trasladé hasta el lugar preciso de mi psique de donde procedía toda mi angustia». Williams revivió el día en que, cuando tenía 8 años, murió su hermano mayor Stanton, que entonces tenía 16.

El boca a boca sobre el LSD se propagaba en el mundo del cine. James Coburn tomó 200 miligramos en diciembre de 1959 en su primer viaje. «Fue fenomenal y me encantó. El LSD realmente me despertó y me permitió ver el mundo con cierta profunda objetividad».

Más allá de las apariencias.Grant descubrió el LSD a través de su esposa, Betsy Drake. Aunque parecían una pareja perfecta, ella se sentía frustrada y acabó de hundirla la sospecha de que Grant se había enamorado de Sophia Loren. Entonces comenzó a tratarse con ácido.

Otra celebridad que lo probó, como parte de los experimentos de Janiger, fue un joven de 25 años llamado Jack Nicholson. Su primer viaje fue en mayo del 62. Nicholson luego incorporó la experiencia a su guión para The Trip, un filme sobre una intensa sesión de LSD, protagonizado por Peter Fonda y Dennis Hopper, otro voluntario de Janiger.

El director Sidney Lumet lo probó bajo la supervisión personal de un antiguo responsable de psiquiatría de la Marina estadounidense. Lumet afirma que las tres sesiones fueron «maravillosas», sobre todo una de ellas, en la que revivió su nacimiento.

Otra de las primeras personas en probarlo fue Clare Boothe Luce, autora teatral, quien luego animó a su marido, el fundador de la revista Time, Henry Luce, a experimentar. Luce publicó varios artículos que presentaban el LSD como «una herramienta impagable para los psiquiatras».

Claro que también hubo ‘malos’ viajes. Además de algunos detalles escabrosos, como los que relata Janiger sobre la necesidad de tener asistentes en todos los tratamientos para evitar incidentes como el que le sucedió a Cary Grant cuando, durante sus primeros sesiones, defecaba en sus pantalones.

Para algunos los resultados fueron traumáticos, a veces por reacciones inesperadas tras su ingesta, otras veces por la práctica irresponsable de unos psicoterapeutas que estaban moviéndose en territorio desconocido. Hartman y Chandler estaban ‘colocados’ en algunas sesiones con pacientes. En 1962, el organismo regulador estadounidense empezó a confiscar sus reservas de LSD. El Instituto Psiquiátrico de Beverly Hills cerró sus puertas ese mismo año.

La proliferación del LSD en las calles y sus trágicas consecuencias hizo saltar la alarma. La droga fue declarada ilegal en 1968. Cary Grant dejo de hablar del LSD y, al parecer, de consumirlo, pero en su testamento, cuando falleció en 1986, le dejó diez mil dólares al doctor Hartman, quien le había iniciado en el ácido lisérgico.

El químico suizo Albert Hofmann, que trabajaba para los laboratorios Sandoz, experimentaba con un hongo, el cornezuelo del centeno, a la búsqueda de estimulantes del sistema nervioso central, cuando una sustancia rozó su piel; el efecto que le produjo dirigió sus siguientes ensayos hasta llegar a la síntesis del LSD.

A partir de ahí comenzaron a desarrollarse múltiples estudios, muchos de ellos secretos, auspiciados por EE.UU., Canada y otros países (hay datos que llevan a contar en torno a 40.000 personas como sujetos de los ensayos).

Al tanto de estos estudios, los psiquiatras Mortimer Hartman y Arthur Chandler consiguieron hacerse con un cargamento de LSD a cambio de informar a Sandoz de los resultados de sus tratamientos. Crearon el Instituto Psiquiátrico de Beverly Hills con la idea de usarlo en análisis freudianos. Fue así como la élite de Hollywood se inició en el ácido.

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