De cómo Javier Milei se apoya en su hermana Karina quien, a partir del cariño absoluto profesado entre ambos, busca proveerle toda la sensatez necesaria para su tan trascendente misión. Pero a la vez también se apoya en Santiago Caputo, quien busca proveerle toda la insensatez necesaria para que Milei se crea un emperador romano. Las dos caras de un mismo presidente.

A modo de una santísima trinidad laica, el poder político en la Argentina hoy está compartido entre tres personas. Y solamente entre ellas tres. El resto de los dirigentes son variables dependientes de esta trinidad. Los oficialistas dependen del poder supremo de modo absoluto, están a su disposición, a su merced, nadie sabe cuánto durará en su puesto. Y los opositores han alcanzado tal grado de dispersión orgánica y de incapacidad para proponer alternativas que se trata de un conjunto variopinto, tan o más dependiente de Milei que los oficialistas para generar cualquier hecho político, a favor o en contra.
Karina, hermana y madre venerada
Lo de Karina es extraño, complejo e incluso inasible de interpretar. Porque la relación y la historia entre los dos hermanos es personalísima, perteneciendo en gran parte a la intimidad privada que nadie tiene porqué conocer. Pero a la vez, se encuentran allí las razones del gigantesco poderío público de una mujer sin el menor antecedente político y que ni siquiera parece tener en ese campo ninguna habilidad especial. Pero Javier Milei la considera el “jefe”, casi un dios, la venera, mantiene con ella una gratitud infinita, quizá la única lealtad hacia alguna persona que no sea él mismo, que suena creíble en un personaje como el presidente que suele cambiar de amigos como de camisa y, de ser necesario, destrozar sin piedad a los que hasta ayer fueron de su carne y de su uña. Frente a Karina, Javier Milei, el gran gestor de enemigos, grietas, insultos y conflictos, parece un niño desprotegido en busca de auxilio. Su megalomanía y su personalismo desaforados desaparecen frente a su hermana a la cual considera el único ser en la tierra, y quizá en el universo (porque su amor es de gran espiritualidad y suena completamente sincero), que vale y que importa más que él mismo. Milei es un hombre frente al mundo entero, y otro hombre frente a su hermana. Casi su inversión completa. Y ella lo protege como si se tratara de un niño aterrorizado frente a un mundo que lo maltrata, pero a la vez lo impele a ser el emperador del mundo.
Mientras Javier negocia con la casta y busca con quién unirse en alguna alianza electoral, Karina, como una hormiguita, le va construyendo por todo el país un partido unipersonal, donde el único que sobresalga sea su hermano. Desconfía de todos los que están junto a él, incluso de Santiaguito, y le desaconseja cualquier acuerdo que vaya más allá de lo estrictamente utilitario para la ocasión. Ese partido leninista centralizado que ahora Milei propone, donde -contrariamente a toda lógica individualista y liberal- sostiene que sus miembros deben pensar en términos colectivos y nadie en sí mismo, organizativamente es una creación concreta de la mente práctica de Santiago Caputo, pero es una idea de la hermana, que no concibe que haya nadie en el mundo que ni siquiera se pueda equiparar a su hermano. Del mismo modo, que Javier lo concibe de Karina. Él se siente bendecido por la mano de dios (o de sí mismo, que es algo parecido) y ella solo se ocupa de bendecirlo como si fuera el elegido. Ella, la protectora desde la poco tierna infancia del libertario, Él, el protegido que encontró en ella la bondad y el amor que el resto de su familia le negó. En síntesis, un lazo indestructible. Ella, claro, moriría por él, pero él también moriría por ella. Ella cree que es el hombre más grande de la tierra, el elegido. Él cree que ella es la mujer más grande de la tierra. Es pura simbiosis. Difícil de encontrar alguna comparación en alguna otra etapa de la historia política argentina.
El imperio romano mileista de Santiago Caputo
Santiago Caputo ha sido incorporado como la tercera pata de esa pareja casi mitológica, porque si bien es valorado como un genio por Milei, lo más importante es la tarea que le encomendó (o Santiago se autoencomendó y Javier aceptó): la de ser el gran comandante del ejército y el pueblo que construyan el imperio mileista, con el mismo estilo y la misma ambición con que se gestó el imperio romano. Es más, Caputo se apoya en toda la simbología del viejo imperio romano de Occidente para traerla al presente. Él es el gran centurión imperial pero sus legionarios son en su mayoría un ejército de trolls que adoptan los símbolos romanos más por copiar a Mussolini que a Julio César. Sin embargo, es lo que hay. Cientos de gordos Dan. Pero, por encima de esos tipos, existen dos generales a las órdenes del supremo Santiago: se trata de Agustín Laje y Nicolás Márquez. Son los encargados de la batalla cultural, los que le escriben los discursos antiwoke y antizurdos a Milei, como el de Davos. Lo que los unifica es su común desprecio por todas las políticas de género y por los derechos de las minorías, la homosexualidad les parece tan horrorosa que la consideran una enfermedad y la figura del femicidio les parece una aberración. En general, aunque lo nieguen, su interés es luchar contra todos los avances de las últimas décadas en la libertad de la vida íntima y privada de las personas. Como Milei, según ellos el mundo está asediado, en lo público, por comunistas, y en lo privado por pedófilos, o gente que con sus comportamientos bastante aberrantes, si se exceden un poquito en ellos, devienen pedófilos. Prejuicios que lindan en lo obsesivo.
Pero también tiene cada uno una tarea distinta asignada en la construcción del imperio: la batalla cultural es la responsabilidad de Agustín Laje. La batalla por la historia es la responsabilidad de Nicolás Márquez.
La batalla por la cultura de Agustín Laje
La batalla cultural consiste, esencialmente, en dar vuelta las ideologías marxistas y kirchneristas, para que en vez de servir a los zurdos, sirvan -por derecha- al proyecto de Milei.
Así, en Italia, a influencias de Agustín Laje, Milei dijo que hay que copiar el modo de organización política del leninismo para construir un partido centralista que obedezca de manera absoluta al jefe supremo. Por otro lado, Laje le aportó la idea de “hegemonía” de Antonio Gramsci que fuera usado anteriormente por el camporismo, idea por la cual se define a la batalla cultural como una especie de adoctrinamiento: vale decir, el debate político y cultural debe ser conducido por una ideología que se imponga por encima de todas las demás, para influir con esas ideas en la mente de las personas. El pluralismo es visto como un relativismo menospreciable del institucionalismo tibio. Lo que se trata de saber es qué ideología manda y cuáles son las subordinadas. No pretenden, como el totalitarismo marxista, que haya una sola idea, sino que convivan todas, pero que una sola sea la que efectivamente influya mayoritaria y culturalmente sobre la población (de allí su odio a todos los que difundan ideas distintas a las suyas, en particular periodistas e intelectuales). Y la tercera idea que Laje ha copiado para darla vuelta es específicamente kirchnerista: se trata del populismo teóricamente defendido por Ernesto Laclau, el cual sostiene que la única forma de transformar la realidad es fusionar al líder con el pueblo, y para eso hay que minimizar el rol de las instituciones que son las que obstaculizan ese encuentro. O sea, con ese marxismo dado vuelta, Laje pretende ganar la batalla y construir, a las órdenes de Caputo, el sostén conceptual, doctrinario del nuevo imperio romano mileista de Argentina (¿y por qué no? de todo Occidente). Leninismo organizativo, hegemonía cultural y populismo político, he allí las ideas fuerza que Laje le provee a Milei.
La batalla por la historia de Nicolás Márquez
Lo de Nicolás Márquez es más preocupante: él pretende hacer lo mismo que hicieron los Kirchner con la historia de los años 70 pero al revés: así como para el progresismo K hay un solo demonio: los militares, y los que los enfrentaron (hayan tomado las armas o no) fueron sus víctimas (y para los sectores más extremos del kirchnerismo, como las madres de plaza de Mayo, más que víctimas fueron héroes, en particular los que asumieron la “violencia popular”), para Márquez es exactamente al revés: en los 70 los victimarios, los únicos asesinos fueron los guerrilleros, los terroristas y todos los que los apoyaron, mientras que los militares fueron sus víctimas y, si se lo apura, en realidad fueron los héroes que salvaron a la patria del enemigo rojo.
La vicepresidenta Victoria Villarruel puede tener, en su fuero íntimo, coincidencias con las ideas de Márquez, pero su propuesta política no es antidemocrática como la de Márquez que es efectivamente sediciosa. La vice no defiende públicamente jamás a los militares, sino que lo que pide es “memoria completa”, vale decir, que la Argentina admita que hubo víctimas en ambos lados y que todos merecen el mismo reconocimiento. No que a uno se los deifique y a los otros se los demonice. El kirchnerismo en sus versiones más extremas y el “marquezismo” en todas sus versiones, en cambio, deifican a unos y demonizan a otros. Son obsesivos en tratar de que el peor pasado nacional siga vivo entre nosotros aumentando con ello lo peor de nuestras actuales confrontaciones históricas.
Las otras misiones de Santiaguito
Por si fuera poco, Santiago Caputo no sólo es el responsable último de esta delirante batalla cultural. Él, en tanto responsable de la construcción del nuevo Imperio, de la nueva Megalópolis, también se ocupa de otros temas menos “intelectuales”, en particular dos: el de comandar a los servicios de inteligencia y a los organismos encargados de los impuestos, a fin de espiar, a través de ellos, vida y obra de todas las personas del país. Batalla cultural, manejo de la inteligencia y conocimiento acabado de la vida privada de todas las personas con algún poder. Eso son los instrumentos del imperio omnímodo que Caputo está gestando. Y mientras asuma tarea tan grandiosa, seguirá formando parte de la santísima trinidad laica mileista. Después, Dios o Milei dirán.
He aquí, a grandes rasgos, las características principales del trío político que hoy manda absolutamente en la Argentina, con sus ambiciones de dominar no solo la Argentina, sino también el mundo, según Javier Milei. Con la hermana-madre ocupada de armar desde la nada un partido exclusivo para Javier que con el tiempo sea el partido único de la revolución, como se decía en tiempos del primer Perón, eliminando al resto. Y con una especie de centurión que quiere construir el imperio mileista para que la gesta se prolongue hasta el fin de los tiempos. Ambiciones no les faltan a los muchachos.
Por Carlos Salvador La Rosa para Los Andes