Los bares, confiterías, pensiones, hoteles y restaurantes ocupan un lugar importante en la vida comercial y social de Comodoro Rivadavia. Sobre las mesas, botellas, botellas, botellas, casi no se veía pocillo de café, y mucho menos, agua. Es que ésta costaba muy caro y era de un sabor bien poco grato. El bolichero la mezquinaba. Valía más que la ginebra y era más incolora que aquella.
Los hombres no tienen otro espacio para el encuentro informal. Ahí se enteran de las últimas noticias. Todo se comenta entre mesas y mostrador. “No había diferencia de clases, de culturas, de profesiones, de dinero. En los que se jugaba al codillo y hasta el gofo sin el menor disimulo. Y donde entre postura y postura era posible hablar de un negocio serio y honesto, a formalizarse en la mañana siguiente”.
Uno de los favoritos es el Galpón de San Martín al 350, donde funcionaba la cancha de pelota paleta, ring de box cuando se necesitaba un espacio y sala cinematográfica cuando hace falta. Esta construcción se incendia en 1925, los hombres lamentan la pérdida pero decenas de nuevos lugares se habilitan en el corazón del pueblo.
Entre 1930 y 1940 esos negocios ocupan la calle San Martín como las tiendas lo harán después. El “Cerrito” o el “Chenque Chico” es línea divisoria natural entre los decentes y los prostíbulos, cabarets y bares de “mala muerte”. Tal el caso del bar “Pelao”, donde matan de un certero disparo a Etchegoyen, el secretario municipal. Hombre afecto a las “polleras” y a las copas. En otro bar, el de Zucas, corren mesas, sillas, organizan su velatorio. Estos acontecimientos y otros obligan a la gobernación militar más adelante a imponer controles estrictos. Aunque después regresan a la escena principal con la presencia de los yanquis en la ciudad. Pero esa es otra historia.
Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001