
El pueblo conocido genéricamente como tehuelche, conformado por las etnias Gününa Küne, Chehuache Kenk, Metcharnuwe y Aóni Kerik, subdivididos a su vez en meridionales (entre el estrecho de Magallanes y el río Chubut) y septentrionales (entre los ríos Limay-Negro y el río Chubut), fue el autóctono de lo que hoy en día es la Patagonia argentina, y en tiempos del virreinato del Rio de La Plata, sus dominios se extendieron más allá del territorio patagónico, adentrándose en la pampa húmeda.
Hacia 1820 se sucedieron tres cruentas batallas entre estos y los manzaneros (etnia mixta de tehuelches, pehuenches y araucanos o mapuches de Chile, que habitaban entre el centro y el sur de la actual provincia de Neuquén). Tras las batallas de Barrancas Blancas, Piedra Shôtel (“allí hay puntas de flecha”) y Languiñeo (“lugar de los muertos”) -las tres en la actual provincia del Chubut-, los manzaneros se transformarían en el pueblo más poderoso de la Patagonia. Casi al mismo tiempo, pueblos culturalmente araucanizados procedentes de la actual provincia del Neuquén, como los pehuenches, se establecieron en una franja de territorio que los llevó directamente a la zona ganadera de la provincia de Buenos Aires. Una vez establecidos, en 1832, se aliaron a las tropas argentinas comandadas por Juan Manuel de Rosas para combatir a los indios ranqueles (pampeanos- norpatagónicos), que eran sus potenciales enemigos. Por su parte, los tehuelches, que se caracterizaron por ser indígenas amigos, aliados del Gobierno y de los estancieros de Buenos Aires, también acompañaron a las tropas. Una vez librados de la competencia de las tribus pampeanas, los pehuenches de las pampas -para entonces conocidos como salineros- reemplazaron a los ranqueles en las expediciones relámpago de saqueo (malones) en la frontera de Buenos Aires. El ganado luego lo comercializaban en Chile. En determinado momento fue tal la depredación que Chile llegó a exportar carne vacuna, mientras que Buenos Aires, siendo productora de ganado, sufrió desabastecimiento.

Al mismo tiempo, gran parte de las tribus tehuelches de Patagonia se concentraban en torno a las escasas poblaciones blancas establecidas en Patagonia (Carmen de Patagones, colonia galesa del Chubut, isla Pavón y Punta Arenas-Chile), o bien las visitaban periódicamente para comerciar.
La campaña militar emprendida por el Gobierno argentino entre 1878 y 1885, denominada la “Conquista del Desierto”, supuestamente fue realizada con el propósito de poner freno a los malones. Sin embargo, el verdadero objetivo de dicha campaña fue el de incorporar los territorios de los indígenas al naciente estado-nación argentino, que por entonces estaba definiendo sus fronteras. El propósito era el de reemplazar a los pueblos indígenas con inmigrantes europeos o sus descendientes, y hacer productivas sus tierras por medio de la ganadería y la agricultura. Los indígenas, que no eran considerados mano de obra califica da para la empresa económico-civilizatoria, fueron excluidos del proyecto de constitución del estado-nación.
Según la visión de nuevas corrientes historiográficas que adoptan la perspectiva indígena, el término “Conquista del Desierto” bien debería ser entendido como “Guerra por el dominio de la Pampa y la Patagonia, ya que dichos territorios no estaban deshabitados, como da a entender el término “desierto”, “Dicha perspectiva concibe a la Pampa y a la Patagonia como un espacio habitado escenario y producto de relaciones socio-económicas dinámicas y complejas”. (Méndez, 2001). Es decir, esta nueva corriente entiende a la Patagonia como un territorio que albergaba a varias naciones indígenas, el que fue conquistado tanto por la Argentina como Chile. Hasta mitad de la década de 1880, la Patagonia bien podría ser considerada un espacio autónomo.
La campaña militar no distinguió entre pueblos amigos y hostiles, y hasta los que poco tiempo antes habían sido aliados del Gobierno argentino, como los poderosos manzaneros (entendido “poderosos” en los aspectos político, militar y económico), establecidos entre el centro y sur de la actual provincia del Neuquén, fueron despojados de sus tierras a fuerza de Remington y de las innovaciones tecnológicas que combinaban telégrafo y ferrocarril. Los manzaneros, que deben su nombre a los árboles frutales que plantaron misioneros jesuitas en los siglos XVII y XVIII, habían sido reconocidos por el Gobierno de la Argentina, por medio de tratados, como una especie de país autónomo que era propicio a sus intereses, ya que su existencia impedía que la Patagonia fuera ocupada desde el norte por Chile o los indígenas chilenos. La influencia de los manzaneros, basada en redes de parentesco con tribus de las varias etnias que conformaban el “Complejo tehuelche”, se extendía desde la Cordillera hasta el sur de la actual provincia de Buenos Aires y gran parte de la Patagonia
Una bandera argentina que flameaba delante del toldo del poderoso cacique manzanero Sayhueque, regalada por el Perito Moreno, corroboraba la alianza con el Gobierno argentino. Cierto día arribaron a la toldería dos emisarios del Gobierno chileno con dos banderas de ese país. Intentaron regalárselas, pero el cacique las rechazó explicando que él era argentino y que por lo tanto enarbolaba la bandera de su país. (Martínez Sarasola, 1992).
Una vez finalizada la campaña militar en 1885, los vencidos que fueron tomados prisioneros, entre ellos Sayhueque quien por entonces era el cacique más poderoso de la Patagonia, fueron recluidos en regimientos militares del Tigre y la isla Martín García, entregados a familias adineradas de Buenos Aires para que les oficien de sirvientes, incorporados a las filas de la marina u obligados a trabajar en la zafra, en el norte argentino. Pese a ello, muchas tribus lograron evitar ser tomadas prisioneras internándose en la actual provincia de Santa Cruz, o ingresando a Chile. A instancias de hombres como el Perito Moreno, que albergó en el Museo de La Plata a dos de los principales caciques vencidos (Inacayal y Foyel), a mediados de la década de 1890 las tribus manzaneras pudieron retornar a la Patagonia. Pero su destino fue el de los desterrados, ya que fueron radicados en las reservas que les asignó el Gobierno en el Territorio del Chubut.
Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado