domingo, 3 de noviembre de 2024
Vista de Esquel años 30

Lidia Jenkins, de origen galés, nacida en 1923, cuenta que su infancia y adolescencia fue difícil, especialmente tras la muerte de su padre: “Papá falleció a los 50 años, éramos de adolescentes para abajo, éramos siete. Mamá como pudo nos crio. Nos mandó a todos a la escuela. Todos hicimos la secundaria completa. No se siguió estudiando porque acá no había donde hacerlo, Mamá nos crio con sacrificio, ordeñando, que no es ninguna deshonra. Hacia manteca, vendía manteca, vendía huevos, iba a ordeñar a chacras vecinas (y) creo que mucha gente se acordará, que yo no exagero nada, digo lo vivido.”

En el horno de ladrillos, José Giorgia, pagaba por quincenas, pero siempre adelantaba jornales o pagaba con remedios y otros productos. Respecto de los medicamentos, su hijo “Orlo” dice que no había farmacias en esos tiempos, por lo que muchos remedios se compraban en las casas de ramos generales. Eran tiempos de médicos ambulantes, aunque a la vez, la prensa registra un buen número de curanderas. No había hospital ni sala de auxilios.

En Esquel ya golpeaba la pobreza; mucha gente iba a pedir trabajo en el horno y a veces trabajaban por algo de comida y devolvían con algunos servicios. “Orlo” recuerda un personaje de la calle: el Cauyi, un changarín que cortaba leña en su casa y en otras casas de vecinos. “Había cierta confianza; él cortaba leña, entraba y acomodaba la leña, luego avisaba que lo había hecho y cada tanto cobraba; eran tiempos en que valía la palabra entre la gente. También limpiaba zanjas, las que arrastraban el agua por la ciudad hasta el arroyo; hacia mandados, estiraba alambrados.”

Las dificultades no cesaban, aunque avanzara el progreso. A medida que iban llegando extranjeros, los italianos se iban sumando, ya sean venidos de Europa como aquellos de ese origen, pero argentinos que venían desde el Norte. Muchos italianos se fueron dedicando a la construcción. Es interesante revisar algunos casos. Por ejemplo, en un reportaje de la historiadora Gabriela Macchi a la vecina María Innocente, esposa de Giovanni Pasquini, llegada a Esquel en 1949, la vecina cuenta que abandonaron la Italia post-fascista, su vida difícil en los campos del Po y se embarcaron hacia una Argentina de la cual tenían datos por medio de familiares ya instalados en nuestra zona. Un viaje problemático en un barco de carga y pocos pasajeros inmigrantes, la llegada a la Patagonia y una primera estadía donde no eran siempre bien recibidos. La mujer relata que cuando llegaron aquí “… nos decían gringos de mierda que comían ratas, vinieron a sacarse el hambre; y todo eso es mentira, íbamos para el Corinto a cazar liebres y traíamos para toda la semana, ¡comimos tanta liebre con polenta!”.

Luego, agregaba que debieron acostumbrarse al frío, la nieve y las necesidades de la nueva vida. “En el año ’50 hizo tanto frío que en el ranchito que vivíamos arriba de donde está hoy la terminal de ómnibus vieja, se hicieron pilotes de hielo que tocaban el piso. No usábamos pantalones y la ropa que habíamos traído pronto no alcanzó (…) cuando llegamos, mi marido trabajaba de carpintero con los hermanos, yo no podía conseguir empleo, era difícil para una mujer y sobre todo si era extranjera, a veces lavaba y planchaba para afuera. En este primer tiempo vivimos con mi cuñado en un departamento, hasta que nos mudamos a una casita. Todo lo hicimos trabajando, el gobierno no nos dio nada (…) Vendía las verduras de la quinta y facturábamos un cerdo en el invierno que nos servía para alimentarnos”.

 

Textos de “Esquel…del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola

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