Los líderes son figuras fuera de lo común, son aquellos que tienen la visión para prever qué pasará, cuál será el curso de acción correcto, y actúan en ese delicado momento donde no hay certezas, pero cuando se pueden alcanzar los logros más importantes.
Para Henry Kissinger, Premio Nobel de la Paz y exsecretario de Estado de Estados Unidos, hay dos tipos de líderes: los estadistas y los profetas. Los estadistas son aquellos que superan las transiciones y las turbulencias. Los profetas son los creadores del cambio, no buscan mantener a flote el statu quo como los estadistas, sino que buscan iniciar una nueva era.
Estos dos tipos de liderazgo que propone este hombre sabio no son incompatibles y eso lo demuestran muchos grandes líderes de la historia que han alternado entre una y otra modalidad, engendrando cambios y encauzándolos con maestría.
Sin dudas, Javier Milei es un líder. Sería temerario encasillarlo hoy en algunas de las clasificaciones de Kissinger porque todavía debemos conocerlo más, pero profeta o estadista, está sacudiendo convenciones, acelerando la normalización de la economía y proponiendo una batería de reformas que todos consideramos necesarias pero que estaban fuera agenda porque pesaba más la resistencia de los sectores afectados o simplemente, porque la política prefería seguir emparchando inconsistencias.
A 100 días de su asunción, Milei nos muestra un enfoque de shock con su sello distintivo, no es un plan de estabilización que conforme a todos, no hay una hoja de ruta explicitada que proponga mojones claros y cuantificados en una línea de tiempo. Por el contrario, la apuesta genera desconcierto, apunta a resultados concretos, a concentrarse en poco y a cumplir lo que prometió cuando conquistaba votos.
Los primeros resultados están a la vista: la cuenta fiscal del primer bimestre es abrumadora y la inflación muestra claros signos de desaceleración, como lo exhibió el 13,2% que dio febrero. La táctica de este líder parece ser consistente con un diagnóstico, hay que corregir en poco tiempo, si demoramos no se estabiliza, se enmaraña, se complica. Hay que meter los pies en el barro.
LAS SEMILLAS QUE IMPULSARÁN EL CRECIMIENTO
Lo que subyace en la estrategia tácita del gobierno es que la economía rápidamente estará en condiciones de tocar fondo y comenzar a crecer, sobre esto también hay un consenso, especialmente porque el mapa de oportunidades parece mucho más amplio que en otros momentos de nuestra historia.
“La realidad es que no nos gustan las crisis, pero en ellas están plantadas las semillas para el próximo orden global”, dice Ian Bremmer. El mundo está cambiando de paradigmas, está reconfigurando su modelo económico y rediseñando sus ecosistemas productivos ante un nuevo tablero geopolítico que se define por los conflictos bélicos, religiosos y hasta raciales. Bremmer sostiene que las crisis nos obligan a tomar pasos para reformar nuestras instituciones y construir unas más apropiadas para esa nueva era.
En este nuevo orden global, la Argentina se asoma como un actor que puede cobrar relevancia y capitalizar las nuevas demandas de un mundo con nuevos socios y apetitos. Nuestro país también está dando vuelta la hoja y animándose a iniciar una era de profundas reformas que podrían atraer un flujo inédito de capitales productivos internacionales.
La Argentina necesita crecer para generar empleo formal y de calidad. Parece un cliché, pero es así. De acuerdo con diversos estudios, se crea menos empleo durante las fases de crecimiento económico que lo que se pierde en etapas recesivas. Por lo tanto, la estabilidad macroeconómica es clave en la recuperación: resulta más sencillo destruir empleo que crearlo. Este dato debe resonar con especial relevancia para una Argentina que ha atravesado 21 de los últimos 45 años en recesión.
Es probable que la actividad dibuje una ‘V’ que toque piso en la segunda mitad del año y comience a recuperar. Pero rebote no es crecimiento. Y mucho menos que crecimiento del empleo, ni de aumento de la productividad que es lo que nos interesa.
Esta ‘V’ se replica en la economía real y por ende, en cada una de las empresas, con distintos impactos y velocidades. Por un lado, vemos sectores que evolucionan a pesar de las contingencias macro. Como lo remarcó Antony Blinken, el secretario de estado de EE.UU., “la Argentina tiene todo lo que el mundo necesita”, como el petróleo y gas, la minería, la agroindustria y la economía del conocimiento, con altos niveles de productividad que aportan divisas a nuestra economía y con un perfil de desarrollo federal.
Estos sectores más dinámicos generan oportunidades de negocios en industrias relacionadas como la química, petroquímica y metalmecánica. Pero las inversiones estarán restringidas hasta que se aclaren las expectativas sobre la apreciación del tipo de cambio y, además, la industria esté dispuesta a asumir riesgos para competir a nivel global.
Otros deberán pasar por la etapa de recuperación antes de hablar de su crecimiento. Se trata de los relacionados con el consumo interno que están afectados por el deterioro de los ingresos como la industria automotriz, electrodomésticos y electrónica.
Los servicios son hoy los más vulnerables, pero son los que explican dos tercios de nuestro empleo y donde la productividad es una preocupación fundamental. Acá no podemos distraernos: se necesitan reformas laborales para salir de la informalidad y crear condiciones para un empleo de calidad. Mientras estas reformas no se implementen, especialmente en un sector con una alta presencia de pymes, será casi imposible revertir la situación.
En cómo potenciar con precisión esta heterogeneidad es donde reside la calidad del líder y la trascendencia de las reformas estructurales que impulse. Acá se dirime el profeta y el estadista. En la definición de un horizonte de país y también, en la funcionalidad de los cambios que se requieren para posibilitar el nacimiento de un nuevo modelo. “La tarea del líder es llevar a su gente de donde está a donde no ha estado”, decía Kissinger. Esperemos ir hacia esa nueva Argentina.
Fuente: El Cronista