
Desde fines del siglo XIX hasta entrada la década de 1940, cuando se consolidó el automóvil, y fundamentalmente, el camión como medio de transporte comercial, los carros, las chatas, las carretas, los caballos y las mulas fueron el medio de transporte por excelencia para el intercambio de lanas, pieles, cueros y plumas por productos alimenticios, ropa, enseres domésticos, utensilios varios, e instrumentos para realizar tareas de campo. El carro era un gran vehículo totalmente descubierto, enteramente de madera y provisto de un par de enormes ruedas, la carreta era un poco más pequeña y rústica, solo poseía un piso de madera y dos ruedas de menor tamaño que el carro, también durante el mismo período se le daba uso a la “Chata”, ésta era una especie de carromato de carga, también descubierto, pero ciertamente más grande que el carro, era algo más larga y poseía cuatro ruedas.
Durante este período la economía básica de la meseta giraba en torno a la cría de ganado ovino y la producción de lana, reforzado con producciones derivadas como la venta de cueros, pieles de zorro, plumas de avestruz y otras aves de la zona, de esta forma, los nuevos mercados pronto conformaron las bases de la construcción de un espacio que configuró un nuevo mapa, no solamente económico, sino también geográfico, las mismas caravanas a su paso, marcaban el camino a través de hitos y precarios mojones o señas especiales, en ocasiones, señalaban la zona con la colocación de carteles que le daban nuevos nombres a los lugares y a los cruces, de esta manera, tanto en Gastre como en las demás zonas, las huellas, los senderos y los nuevos caminos surcados por las tropas de carros y caballos que circulaban desde fines del siglo XIX se fueron consolidando oficialmente como una importante vía de circulación de lana y diversos frutos del país, además de convertirse en un portal inmejorable para la entrada de mercancías requeridas para el consumo de la población rural. El transporte de la lana hacia los mercados de acopio durante los primeros años, estuvo a cargo de los propios criadores y propietarios de los almacenes, estos personalmente junto a sus trabajadores, solían cargar los lienzos en sus carros y emprendían el largo viaje en convoyes a través de la meseta hasta la costa para negociar su producción, pero esto no es todo, también aprovechaban su viaje para hacer parada en alguna estancia vecina y recoger la producción de estas, convirtiéndose en verdaderos intermediarios comerciales de sus propios competidores. Las huellas dejadas por estas caravanas favorecieron la ocupación espontánea del espacio por parte de los campesinos, quienes ingresaban a los campos por huellas y senderos en ese momento precarios, estos “huellones”, como también se los llamaba, generalmente se unían a través de los denominados “cruces”, con las principales rutas, también muy precarias, que llegaban hasta el puerto de Madryn y la ciudad de Trelew en el este costero, pero también se orientaban en sentido en la provincia de Río Negro. Así, progresivamente, durante el inicio y hasta algo más de la mitad del siglo XX, las huellas de inicio por estos troperos aventureros se transformaron en una marca imborrable en la región que conectaba los mercados hacia los dos costados provinciales.
Fragmento libro “Gastre, retrospectiva histórica”, de Carlos Adrián Tissera