En 1889 hubo una gran crisis económica, eran tiempos de Juárez Celman y el país estaba convulsionado. Fue en ese momento cuando desembarcó en Buenos Aires, Henry Edward Bowman, que tenía entonces 23 años.
Comenzó distintos trabajos, hasta que en Corrientes hubo de emplearse en la construcción de las vías del ferrocarril del N. E Argentino, donde lo nombraron capataz. Entre los peones del campamento había una cuadrilla de mineros galeses e ingleses, cuyo capataz era Evan Evans. Henry se hizo muy amigo de ellos y tanto le hablaron estos de la colonia galesa del Chubut que, dejando el puente del ferrocarril sin terminar, se marchó.
En Buenos Aires estaban empleando albañiles para continuar con las obras de construcciones que requería el ferrocarril y aunque Henry nunca había manejado una cuchara de albañil, allá fue.
El ingeniero constructor de la compañía ferrocarrilera, John Williams (Mostyn) le dijo: “Bueno, usted no es exactamente lo que llamamos un albañil pero supongo que se dará maña igual”. Y así consiguió pasaje para Puerto Madryn a bordo del vaporcito “Chasseley”, juntamente con un trió de borrachines de la zona baja de Liverpool –albañiles muy profesionales- y un carpintero escocés.
Llegaron a Trelew en junio de 1890, un mes antes de la revolución de Leandro Alem. Tuvieron que trabajar en la obra de la estación de Trelew con piedras refractarias, de la cantera de Llyn Aaron, muy diferentes a las de Bath y Portland, a las que Henry estaba acostumbrado. Hasta los albañiles expertos se negaban a trabajar con ellas.
Dejó esa tarea que le disgustaba y –en vagón que volvía vacío, luego de descargar una cosecha de trigo- se dirigió a Gaiman.
Se alojó en la fonda del señor John James, quien por haber sido anteriormente chacarero y molinero solía decir con mucha razón: “Más vale un metro de mostrador que cien hectáreas de tierra en el valle”.
A pesar de ser una gran persona, sus compatriotas lo excomulgaron, pues no toleraban que vendiera bebidas alcohólicas. Era este uno de los mayores pecados para la comunidad galesa. A pesar de este repudio el matrimonio igual concurría a la capilla.
James, conociendo el oficio de marmolero de Henry, le dijo que había llegado el momento oportuno, pues Teddy Richards, el hombre que se encargaba de hacer lápidas, se había marchado con su familia a Punta Arenas y enseguida empezó a trabajar. Era una época de plenas prosperidad. El maestro y el pastor eran personas privilegiadas en la colonia, al darle más importancia a la riqueza espiritual que a la material.
Buscando mejores piedras, Henry abrió una cantera en la loma de Bryn Gwyn, cerca de Gaiman y, como no resultó, trajo mármol de Buenos Aires para suplantar la rústica piedra local. Al aproximarse la fecha del cuarto centenario de América, se proyectó en todo el país festejar el acontecimiento. En el valle del Chubut se formó una comisión de nueve miembros, tres galeses, tres argentinos y tres italianos para elaborar un programa de actos.
Francisco Pietrobelli concibió la idea de que alguna obra pública perpetuase en Chubut la memoria de Colón, se reunió el dinero con el que se levantaría un monumento en la plaza de Gaiman.
Se le pidió a Henry que hiciera el plano y lo construyera. Fue inaugurado con una gran fiesta el 5 de mayo de 1893 en la que se sirvió te, se encendieron fogatas en la loma por la noche y se cerró el programa con un concierto coral musical.
Párrafos del libro H. E. Bowman