sábado, 27 de julio de 2024

Como todo lugar que recién se comenzaba a poblar, Madryn contaba con una buena cantidad de individuos llamémoslos visionarios, o soñadores o simplemente esperanzados, que fueron quienes, con su lucha diaria poblaron la zona. Llegaron de todas partes, algunos por tierra, la mayoría en las líneas regulares de los barcos de las costas patagónicas.

Estos barcos o vapores, como se los llamaba, hacían un recorrido con bastante regularidad a todos los puertos de la Patagonia. La línea más popular era la fundada por José Menéndez que contaba con los buques, “El Asturiano”, el “José Menéndez”, el “Camarones” y otro que no recuerdo su nombre. También la línea de vapores “La Hamburguesa”, con los buques “Madryn”, “Bahía Blanca”, “Comodoro Rivadavia”, y los cargueros “San Julián”, “Rata”, “Carlitos Mitre”, y otros. La mayoría de estos buques eran mixtos, de carga y pasajeros y con ellos llegaron aquí todos los ascendientes de los actuales pobladores.

José Toschke

Fue un maestro alemán llegado a estos lugares hace mucho y que se instaló con un pequeño colegio de una sola aula al que llamó Sarmiento. Su método de enseñanza tal vez moderno para su época se basaba en la caligrafía y en una rudimentaria aritmética. Vivía pendiente de su alumnado al que atendía en el aula, en la vivienda, haciendo de cocinero, mucamo y hasta médico de los chicos. Casi todos los pobladores ya en posición próspera enviaron a sus hijos a este maestro ejemplar.

Tomás Curti

Don Tomás fue un relojero que debe haber arribado a Madryn en la segunda década del siglo pasado. Yo no lo conocí, pero fui en su hogar como un hijo más para la viuda.

La casa quedaba en la esquina de 9 de Julio y 20 de Septiembre (actual Marcos A. Zar) y por una de esas cosas raras de la vida, esa esquina era punto de reunión para un montón de chicos de distintas familias, pero por casualidad siembre de a tres hermanitos varones. Allí nos reuníamos los tres Curti, los tres Rivas, los tres Sanz, los tres Iriarte, los tres Giménez, los tres Mur, los tres Casado, los tres Meisen, y esa era la esquina de “los ranas”.

De día partido de bolita, algo de pelota (nunca llegamos a tener un fútbol) también algo hoy desconocido como el trompo y la billarda. De noche, nos sentábamos en el oval del farol, y como una gran piolada, apagábamos su débil llamita de carburo, lo que obligaba al farolero, don Carmelo Pérez, a regresar a todo galope a encenderlo; ya conocíamos en la oscuridad al caballo de don Carmelo y lo diferenciábamos del que montaba el sargento de policía. Tan pronto como se sentía venir un caballo, salíamos todos corriendo y nos metíamos a montón en la casa de los Curti, allí nos sentíamos seguros.

Esta familia que dejó don Tomaso al fallecer, se componía de 4 chicas y 3 varones, llevaron siempre su humildad con una corrección y una decencia digna de admiración. Don Tomaso levantó su casa con mucho sacrificio como lo hacían los emprendedores de entonces, pero en su mente siempre estuvo latente la idea de hace un gran edificio sobre el mar para aprovechar las bondades que ofrecía esta playa como balneario.

Tan pronto como pudo conseguir un crédito, puso comienzo a su ideal. Como el crédito no le alcanzó hipotecó su casa con el visionario Agustín Pujol y con ello construyó un edificio a todo confort de una línea arquitectónica muy moderna e imponente, claro que dentro de lo que podía hacer con los materiales de entonces, vale decir, chapa canaleta de afuera, pisos y paredes de pinotea, instaló entonces la moderna “Luz falucho” a nafta que superaba a la luz de carburo. Tal edificio se levanta parte sobre la costa y otra parte sobre el mar en línea con la calle Roque Sáez Peña, se trataba de un gran salón central en planta baja, en forma octogonal y de allí se desprendían los dos pasillos hacia el mar, en cada uno de los cuales había 4 o 6 departamentos pequeños o casillas para los bañistas que cuando subía la marea pasaba el agua por debajo de ellos. Del salón central, que contaba con piano y otros instrumentos musicales de la época, lógicamente todo importado, se llegaba a la cocina y a las demás dependencias y por una amplia escalera, al primer piso, en el que estaba la sala de juegos, donde mesas, ruletas y amueblamientos importados y de primerísima calidad, hacían que Madryn, allá por 1920, tuviera un casino muy bien instalado.

Con su gran visión de futuro, don Tomaso contó con la magnífica playa pero no calculó bien cómo iba a proceder la gente que habitaba esta zona o tal vez fue la guerra del 14, el caso fue que tan magnífica obra no contó con el apoyo del público, que, por un lado, se componía de carreros y gente de campo que se atrevía a arrimarse al mostrador de un boliche de los de esos tiempos pero no se animaba a hacerlo a un lujoso salón, menos aún bañarse en nuestra playa.

Por otra parte, y aunque en menor escala, figuraba lo que podemos llamar la clase alta, formada por comerciantes y funcionarios que disponían de la Sociedad Italiana, la Sociedad Española y la “Cosmopolita” para sus reuniones, así que solo quedaban los viajeros que viajaban en los barcos de pasajeros, pero lógico como toda gente de paso, iban una vez tal vez por curiosidad, gastaban poco y no volvían. Todo esto hizo que tan magnífica obra terminara en un rotundo fracaso.

Mazacanne

El nombre no creo que lo sepa nadie, bruto, muy bruto, solo, sucio, pero de un corazón de oro puro, Mazacanne era el leñatero de Madryn y con su carrito surtía al pueblito de entonces de leña. Tuve varias oportunidades de ver su accionar, y recuerdo que al ver pasar con su carrito cargado, le salía al paso alguna vecina humilde solicitándole le fie algo de leña que no tenía con qué pagar. Previa descarga de grosería de todo calibre, Don Mazacanne le dejaba varios pares de leña, que lógicamente jamás cobraba. Escribirlo así es simple, pero vivirlo, estar habitando una de esas casitas de chapa sin forro ni piso, donde se colaba el viento patagónico aguantando un invierno sin fuego hasta que la proverbial llegada del leñatero que le regalaba algo de leña con qué calefaccionarse y poder darle un poco de comida caliente al lote de chiquillos que comúnmente tenía cada casita, colocaba a este bruto leñatero en lugar de santo, y aunque hoy esté olvidado en mi mente aún sigue latente.

Doña Carmela

Casada con un viejo lobo de mar llamado Di Natale, doña Carmela fue la partera de Madryn. Calculo que comenzó a actuar allá por 1912 y hasta 1940 fue quien ayudó a venir al mundo a todos los que somos nativos de Madryn; no eran tiempos de cesáreas ni ejercicios prenatales como no sean los que hacían con la tina de lavar y el trajinar de la casa, sin antibióticos ni sueros, sin transfusiones ni incubadoras. Solo doña Carmela sabrá las que tuvo que pasar en su profesión de ayudar a nacer. Quien sabe a cuantas primeras madres alentó doña Carmela, quien sabe cuántos hombrachos, hoy abuelos entre los que me cuento yo, aun respiramos en este mundo porque la hoy olvidada partera nos hizo respirar por primera vez.

Roque Pissirillo

Don Roque fue el aguatero de Madryn, también estaban Vaiguela y su hijo mayor, pero don Roque fue el más popular. Tenía un carromato formado por un eje con dos ruedas, y una gran bordalesa y dos varas  en las que ataba una mulita. En él cargaba agua de los aljibes de las barracas de lana y vendía al menudeo por baldes, comúnmente una lata de 20 litros en las que venía la nafta y el kerosene en aquellos tiempos. Murió muy anciano, no creo que dejara mucha fortuna, recuerdo algunas mamás de entonces decir: “Nene, ahí pasa don Roque, andá alcance 20 centavos a cuenta de la lata de agua que nos dejó el otro día”. Hablamos hoy de tiempos difíciles, ¡Qué decir de entonces cuando 15 o 20 litros de agua se tenían que pagar en cuotas!

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