miércoles, 12 de marzo de 2025

En este caos de desinstitucionalización casi total que sufre la Argentina, lo único que milagrosamente sobrevivió como una isla de institucionalidad fue la Corte Suprema de Justicia, la única institución que se mantuvo independiente durante todo lo que va del siglo. Ahora esto parece que también se acaba. Y entonces ya no seremos institucionalmente nada. Ya no habrá división de poderes, porque ni siquiera habrá poderes que se puedan dividir.

Lo único bueno a nivel institucional que heredamos de los inicios del kirchnerismo fue la independencia de la Corte Suprema de Justicia, algo que -con sus idas y con sus vueltas- duró milagrosamente hasta ahora, cuando muy probablemente -de entrar y permanecer Lijo y García Mansilla- volverá a ser dependiente del poder político como lo fue durante todo el menemismo, quien le quitó la independencia que Alfonsín le otorgó en los inicios democráticos.

En el interín, Duhalde, que no creó una Corte propia, fue, sin embargo, todo un ejemplo “doctrinario” de esa lógica institucionalmente perversa que hoy retorna (aunque en realidad nunca se fue). Para él, peronista clásico, tradicionalista y ortodoxo, la Corte siempre debe responder al proyecto político del gobierno. Claro que, al menos, Duhalde defendió solo ideológicamente lo que los demás defienden por razones menos “ideológicas”.

Néstor Kirchner, demasiado confiado en sí mismo al principio, puso una Corte independiente procurando que todos sus miembros fueran de pensamiento progresista (nunca conservadores), creyendo, en ese momento en que todavía le quedaba una pizca de idealismo doctrinario, que si eran progresistas apoyarían las políticas que pensaba impulsar sin necesidad de que fueran empleados de él, como lo fue la mayoría de la Corte menemista con respecto al riojano.

Lo cierto es que Néstor, por las razones que fuera, hizo con la Corte una buena cosa. Luego se arrepintió, como era de prever, él y su mujer, pero ya no pudieron cambiarla y la tuvieron que soportar durante todos sus mandatos, aunque conspirando contra ella en forma permanente. Pero la Corte independiente sobrevivió.

Mauricio Macri, luego del pecado inicial de querer nombrar jueces por decreto -como hoy hace Milei- se arrepintió e hizo las designaciones como dios y la constitución mandan. Pero además nombró a dos jueces que no le respondían políticamente a él. Y así como valoramos los jueces progresistas pero independientes que nombre Néstor Kirchner, valoramos los jueces profesionales y probos que nombró Macri, dos avances institucionales importantes -diríamos excepcionales- en el país de la desinstitucionalización permanente.

Cristina, en las antípodas, intentó en su último mandato sacarse de encima por todas las formas posibles a esos insoportables cortesanos que no le respondían como ella quería. Aunque luego, lo de Alberto Fernández fue aún más espantoso porque se trataba de un presidente alcahuete que por exigencias terminantes de Cristina vice y jefa, debía acabar con esa Corte para que en lo más alto de la Justicia se pararan los incontables juicios debidos a los delitos cometidos por Cristina e hijo. Lo intentó todo, pero no logró nada. Y Cristina lo maldijo, una y mil veces, porque ella, en el fondo, lo único que quería de Alberto es que la liberara de la Justicia. Misión imposible.

No obstante, mientras la Corte (al menos su mayoría porque siempre hubo algún que otro caballo de Troya, desde Zaffaroni ayer hasta Lorenzetti hoy) resistía el asedio gubernamental, el resto de las instituciones se iban viniendo abajo tanto en fortaleza propia como en credibilidad popular.

Luego de diez años de menemismo y veinte años de kirchnerismo (y de algunos interregnos no peronistas fracasados) la gente ya no solo no cree en la política ni en los políticos ni en la justicia. La gente no cree en ninguna institución (excepto un poco en las universidades, pero desde que Milei les exigió auditorías sin haber obtenido una respuesta clara, pudo también ponerlas, en parte, en un cono de sospecha).

¿Y ahora que está pasando? Que el país desinstitucionalizado por el kirchnerismo durante todo lo que va del siglo XXI (y por la tendencia antipolítica de los tiempos, que es mundial) cayó en manos de otro desinstitucionalizador, pero éste no sólo por conveniencia sino también conceptual. Javier Milei quiere ir disolviendo lo más rápido posible el Estado y todo lo que lo representa, una distopía inverosímil, pero que en su mero intento, lo está llevando a cometer errores gravísimos, como, por ejemplo, experimentar con una moneda no estatal como los bit coin, a ver si mañana fuera posible tener hasta una moneda privada (sueño compartido por Bukele y por el dúo dinámico reaccionario formado por Trump y Musk).

Lo cierto es que con el Libra gate cometió el error más grande de toda su presidencia hasta ahora (al menos para los que creemos de buena fe que se trató de un error y no de un hecho de corrupción, aunque el presidente se haya aliado con corruptos que efectivamente cometieron hechos de corrupción, que de un modo u otro no dejarán de salpicarlo).

En fin, la realidad es que hoy las instituciones en la Argentina no valen nada. Solo tiene poder el Estado nacional pero, paradoja de paradojas, está en manos absolutas y exclusivas de un personaje excéntrico que lo quiere hacer desaparecer. Sin embargo, mientras tanto, el anarcolibertario acumula poder a paladas dentro de él, al mismo tiempo que el resto de las instituciones se va deshaciendo como arena entre las manos.

Hoy ya casi no existe el Congreso pese a ser, por su composición, uno de los más plurales de la democracia. Y no existe porque más que gozar de pluralismo sufre de fragmentación. Y de cooptación permanente de voluntades. Edgardo Kuieder, ex senador corrupto y tránsfuga constante, hoy preso en Paraguay, es el arquetipo: trabajó primero para el kirchnerismo y cuando las tabas se dieron vuelta trabajó para el mileismo hasta que lo capturaron. Además. los que no se dejan cooptar están intimidados. Toda la casta política, incluida la mileista tiene hoy miedo en la Argentina. En consecuencia, a pesar de ser minoría total en el Congreso, el único que tiene algún poder dentro del recinto, es Milei y sus huestes brancaleonescas.

Por su parte, las provincias cada vez tienen menos poder de decisión en los temas nacionales, porque sin presupuesto, dependen de los fondos que Milei distribuye a piacere, de acuerdo a la mayor o menor sumisión de los legisladores y sus gobernadores de votarle a favor, incluso aquello en lo que están en total desacuerdo.

Sintetizando, con una justicia desprestigiada en general merecidamente, con un poder legislativo partido en mil pedacitos y con gobernadores que más bien son virreyes del poder central que les hace hacer lo que él quiere, ya no hay división de poderes simplemente porque no hay poderes para que se puedan dividir. La prensa, incluso como contrapoder, también cae víctima del desprestigio general (tanto los kirchneristas como los mileistas armaron el periodismo militante y comprado, que afectó el prestigio de todo el periodismo, no sólo de los vendidos al poder de turno porque a la opinión pública se le hace difícil distinguir uno del otro). Quedan las redes, que, en general,son más cloacales que virtuales, porque en ellas la gente exterioriza más sus broncas que sus razones.

En este caos de desinstitucionalización casi total, lo único que milagrosamente sobrevivió como una isla de institucionalidad fue la Corte Suprema de Justicia, la única institución que se mantuvo independiente durante todo lo que va del siglo. Ahora esto parece que también se acaba. Y entonces ya no seremos institucionalmente nada.

La autoridad de Milei puesta a prueba
En mi modesta opinión, casi todo lo rescatable de Néstor Kirchner fue la reconstrucción de la autoridad política y la Corte que construyó.

También en mi modesta opinión, hasta ahora lo más rescatable de Milei es su plan económico y la reconstrucción de la autoridad política que logró a través de su persona, luego de la cuasi anarquía fernandista, que Massa profundizó.

No obstante, y eso es lo preocupante, en estas últimas semanas, su autoridad está empezando a perder credibilidad por una batería de errores autoinflingidos y absolutamente innecesarios. Mencionemos los dos centrales, aparte del de Lijo, del cual ya hablamos más arriba.

Primero, el libragate que generó profundas dudas sobre la veracidad y la profundidad de los conocimientos económicos que Milei dice tener porque es imposible que un economista profesional (cuando era asesor privado aconsejaba también sobre bit coins), que además ejerce de presidente (con toda la información a la cual desde ese magno cargo puede acceder) cometa un error de tamaña magnitud y de tamaña torpeza, suponiendo -como sinceramente seguimos suponiendo- que fue solo un error.

Segundo, lo de Zelenski afectó otra de las cualidades que se suponía Milei tenía para sostener su autoridad además del conocimiento técnico-económico: el coraje político, aunque lo expresara de malos modos. Pero esta agachada en sus convicciones (porque debido a su ideología libertaria Milei cree por principios en Zelenski y odia a Putin) pone en dudas su valentía política en los momentos cruciales. Darse vuelta en una convicción esencial porque se lo manda Trump es algo más que una cuestión de realpolitik: es algo que pone en cuestión su firmeza, coraje, decisión y valentía para sostener posiciones cruciales e irrenunciables, aunque sea de malos modos.

Porque sus retractaciones ante el Papa o ante el presidente chino pueden efectivamente considerarse arrepentimientos por realpolitik, ya que Milei antes había insultado a ambos, pero negarse a considerar que Putin haya invadido Ucrania. porque se lo ordenó Trump (o para quedar bien con él, lo mismo da) no es realpolitik, es un acto de pusilanimidad. Sobre todo después de un año en que consideró a Zelenski el principal héroe de la libertad en el mundo.

Es preocupante un hombre que se hace el malo con los que tienen menos poder que él, pero que afloja hasta sus principios con los que tienen más poder que él. Con actitudes como esas, se resquebraja la autoridad política y la firmeza personal que hoy es necesario que un presidente argentino tenga para conducir un país sin instituciones y siempre al borde -si fracasara el plan económico- de naufragar nuevamente en las aguas de la anarquía (pero no la que quiere Milei que es puro macanerío ideológico, sino la real, la que tuvo siempre la Argentina en sus momentos de caos, tanto en 1820 como en 2001/2 y de algún modo en 2023). Una anarquía que no es anarcolibertaria, sino anarcocaótica.

Y si la autoridad presidencial se pone en duda por incapacidad técnica (cripto gate) y/o por falta de coraje político (Zelenski), hasta la “institución Milei” se va desinstitucionalizando.

En fin, que con una nueva Corte adicta, de imponerse los dos nuevos decretados , se acabaría la Corte de los Milagros, esa que sobrevivió defendiendo a rajatabla la institucionalidad, mientras casi todo el resto de la clase política (con honrosísimas excepciones) la iba destruyendo. Ahora todo indica que está finalizando el milagro y que volveremos a tener otra vez una Corte con su mayoría al servicio del poder político de turno. Una pena, una verdadera pena. La Justicia, esa de los ojos vendados, debe estar llorando.

 

Por Carlos Salvador La Rosa para Los Andes. El autor es sociólogo y periodista

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