domingo, 10 de agosto de 2025
Muerte de Rauch, según F. Fortuny. Fuente; Archivo General de la Nación

Aquel sábado 28 de marzo de 1829 amaneció nublado y frío en la llanura bonaerense. Los rayos de sol que se abrían paso entre las nubes eran insuficientes para calentar a los hombres que montaban el campamento en el paraje Las Vizcacheras, a pocos kilómetros al sur del río Salado (muy cerca de la actual localidad de Gorchs, en la provincia de Buenos Aires).

Habían marchado toda la noche desde la laguna de las Perdices. Sentían hambre y estaban extenuados. Pero el adversario los acechaba y no podían darse el lujo de descansar, menos aún de dormir.

El comandante que dirigía el grupo, Juan Aguilera, dispuso que una vez armadas las tiendas los hombres permanecieran en sus posiciones en estado de alerta. Eran aproximadamente seiscientos, bien pertrechados, con armas de fuego, lazos y boleadoras, la mayoría milicianos bonaerenses del partido federal, organizados en cuatro escuadrones, y reforzados por un grupo de ranqueles bajo las órdenes del coronel Ventura Miñana.

A media mañana, cuando el sol del otoño comenzaba a entibiar el ambiente, un chasqui trajo la noticia de que las tropas unitarias, integradas por unos seiscientos soldados al mando del coronel Federico Rauch, se hallaban a menos de una legua de distancia, listas para atacar.

El derrocamiento y posterior asesinato del gobernador bonaerense Manuel Dorrego, ocurrido dos meses antes, a manos del militar porteño Juan Lavalle, había exacerbado las rivalidades y desatado una sucesión de contiendas encarnizadas entre ambos bandos, que pugnaban por imponer modelos de país diametralmente opuestos entre sí. Rauch, un coronel de origen europeo que pertenecía al partido unitario, había sido enviado por Lavalle para perseguir y encarcelar a los milicianos federales seguidores del hacendado Juan Manuel de Rosas, que se negaban a aceptar el nuevo status quo tras la caída de Dorrego.

El enfrentamiento entre ambas partidas se produjo antes del mediodía. El grupo de Rauch avanzó en tres columnas de ataque. La del medio arrolló a los rivales y le produjo muchos muertos. En las de los costados, en cambio, fueron los federales dirigidos por Aguilera los que se impusieron y sellaron el resultado de la batalla.

Rauch no se percató en un primer momento de la derrota que sus subordinados habían sufrido en los flancos. Cuando se lo advirtieron, ya estaba cercado y sin posibilidades de salvarse. Intentó escapar al galope sobre el suelo cubierto de pajas y cortaderas, hasta que un cabo del ejército de Blandengues llamado Manuel Andrada le boleó el caballo, y un indígena ranquel de nombre Nicasio Maciel lo ultimó cortándole la cabeza.

La muerte de Rauch en Las Vizcacheras provocó reacciones diversas. Para los partidarios de Lavalle representó un duro golpe, porque el comandante de origen europeo había sido una pieza importante de la estructura militar unitaria, de destacada participación en diferentes campañas y operativos. Los federales, en cambio, celebraron como un triunfo el hecho de haber eliminado de las filas enemigas a un militar con esa trayectoria y pergaminos.

Sin embargo, donde más impactó la muerte de Rauch fue entre los pueblos indígenas que lo habían padecido durante años, que habían sido víctimas de sus atropellos, de sus campañas militares crueles e inhumanas. Allí, en el seno de esas comunidades, entre los grupos ranqueles, catrieleros y muchos otros que habitaban en las zonas de frontera, la noticia de la caída del militar unitario produjo un sentimiento de alivio y, de algún modo, de reparación.

Nicasio Maciel, o Arbolito como muchos lo apodaban en alusión a su contextura física y a su altura, se convirtió para estas comunidades en un héroe, en un justiciero, en el hombre que supo interpretar los sentimientos de miles y miles de indígenas y logró transformarlos en aquella acción vengadora que puso fin a la vida del militar.

Fragmento del libro “Mitos, leyendas y verdades de la Argentina indígenas”, de Andrés Bonatti

 

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