Compartimos un fragmente del libro “Vida, Época y Obra de Manuel Belgrano”, de Ovidio Giménez. #LecturasParaElFinde
REGRESO Y CALVARIO.
Belgrano decidió regresar a Buenos Aires. Tuvo que irse de la ciudad de sus victorias, y alejarse del pueblo que mas amaba, e iba a buscar refugio en la casa paterna donde naciera cincuenta años atrás. Retornaba enfermo, pobre y desencantado, desencantado al ver como caía por tierra todo cuanto constituyera la esencia y motivación de su vida.
Su partida de Tucumán la sitúan algunos autores en el mes de enero; otros en los primeros días de febrero de 1820; escaso es el lapso como para hacer necesaria una mayor investigación a los fines de precisar la fecha con exactitud.
Lo cierto es que por aquella fecha partía ya sumamente postrado por su enfermedad y no exento de una profunda melancolía frente a los hechos que en materia política se iban sucediendo, agravado indudablemente por el estado anímico que la propia enfermedad habría de producirle.
Su salud era ya tan precaria que tenía dificultad para respirar, mortificándole por momentos la fatiga que impedía su sueño normal y el consiguiente necesario reposo.
No eran ataques de mucha duración, pero si molestos y desagradable; en cambio las piernas estaban cada vez más hinchadas, impidiéndole con frecuencia todo tipo de movimiento.
Tan mal venia Belgrano en aquel obligado y doloroso viaje, que en cada posta sus amigos debían bajarlo a pulso antes de depositarlo en la cama en el cuarto asignado al efecto.
Estaba visto que no habían terminado los desaires.
Llegado un día hacia el anochecer a una posta de Córdoba, y puesto en la cama que se le había indicado, requirió que su ayudante Helguera que llamara al maestro de postas con el fin de hacerle algunas recomendaciones para el día siguiente.
Al recibir el recado aquel patán, le contestó con la petulancia de los necios: “dígale Ud. al General Belgrano que si quiere hablar conmigo venga a mi cuarto que hay igual distancia”.
El noble Helguera reprimiendo su ira, regreso a la habitación donde se encontraba Belgrano en el lecho y para no darle a su General nuevos disgustos y pesares por tan soez como cobarde contestación, le comunicó que el posadero no podía verlo por encontrarse indispuesto.
Allí en Córdoba también pidió auxilio económico, permaneciendo algún tiempo con el propósito de resolver su situación. Por entonces dragoneaba de gobernador Bustos, su ex subalterno del ejército, que en aquel momento se encontraba ausente.
El sustituto, José Díaz, le negó a Belgrano un subsidio pecuniario alegando que el tesoro público “no tiene dinero para esas cosas ni para otras”, pero un comerciante que hasta entonces no conocía porteño como él, Don Carlos Del Signo, le remitió en calidad de préstamo de todo cuanto disponía, en ese momento, que eran cuatrocientos dieciocho pesos, por lo cual no quiso aceptar recibo. Y así el 20 de marzo de aquel año de 1820 pudo continuar Belgrano su viaje rumbo a Buenos Aires sin pronunciar reproches ni emitir comentarios ante la actitud de representantes del gobierno de la provincia.
El General llego a Buenos Aires el 1º de abril de 1820, después de una ausencia de cuatro años y tras largo y fatigoso viaje, para instalarse en la casa paterna, cuya ubicación correspondía al solar que hoy lleva el número 430 de la calle que en su homenaje se llama Belgrano y que en aquella época se denominaba Regidor Antonio Piran.
Así llego a su hogar, casi moribundo empobrecido y deprimido pero recibiendo el pleno calor del afecto familiar. Lo hizo en brazos de los amigos que lo habían acompañado durante el viaje, contentos de poder dejar al General en manos fraternas.
SOLEDAD Y AGONIA
En aquellos días postreros casi nadie lo visitaba; su presencia pasaba tan inadvertida en Buenos Aires como lo había sido su llegada.
Allí quedo solo y aislado en medio de sus pensamientos, por lo general pasaba sus días en un sillón y la noche en vigilia, incorporado en su cama, pues no podía acostarse al hacérsele difícil la respiración cuando lo intentaba.
Desde su casa llena de reminiscencias, de recuerdos gratos de su infancia y juventud, escribía el 13 de abril al Gobernador Manuel de Sarratea refiriéndole su estado de salud y no queriendo demostrar que pese a su pobreza solicitaba limosna sino lo que en razón le correspondía hacía mención de los sueldos devengados de los cuales se había privado para atender la subsistencia del ejercito. A los efectos aclaratorios, agregaba una lista de las sumas que le facilitaron particulares, que ascendían a 6.200 pesos y la que requería como necesaria para atender momentáneamente su salud, importe que estimaba en otros 2.000 pesos.
Un mes después, el 19 de mayo, el Gobernador Ildefonso Ramos Mejía, por medio de un Edecán del gobierno, le hacía entrega de la cantidad de 300 pesos con destino a los gastos de su curación, disculpándose que no pudiera ser mas en su favor dada la mala situación del erario “pero asegurándole que consideraba como uno de sus principales cuidados, el velar por su bienestar como justo premio debido a sus virtudes y servicios”.
Belgrano contestó: “doy a VS las gracias bien persuadido de que el estado de las rentas no le permite usar de la generosidad que me manifiesta sin que merezca tanto favor”.
Agradecía aquella reducida suma, que por otra parte se la adeudaba y no titubeaba en calificarla de generosa percatándose del estado de las finanzas públicas.
COMIENZA EL TRÁMITE PARLAMENTARIO
No obstante, deseando el Gobernador prestarle la ayuda, solicitada elevó la nota de Belgrano el 19 de abril a la Junta de Representantes, consignando los servicios prestados al País por el General, su ruinoso estado de salud y que, considerando la carencia de numerario en las arcas del Estado, se resolviera lo que en Justicia se estimara procedente.
Mencionaba que siendo la cantidad requerida “imposible de satisfacer por falta de numerario, elevo a VH la presente justificación”.
Agregaba además que los azogues que la Provincia por entonces poseía ascendía solo a 873 quintales, 71 arrobas y una libra “y una parte de esta podría servir para cubrir alguno de los muchos apuros en que nos hallamos” refiriéndose así a la desmadrada situación de la Provincia.
El asunto fue tratado en la sesión del 26 de mayo con despacho favorable y con laudatoria frases a Belgrano por sus muchos y valiosos servicios prestados al País, por lo cual, al hacer conocer al Gobernador la respectiva Resolución, expresaba que se “a dispuesto y ordena que en religiosa consonancia con tan urgente como poderosos influjos, trate VE de proporcionarle a este digno Jefe lo más pronto posible, y aún a costa de algún sacrificio cuanto tenga relación con su mejor y más abundante asistencia”.
No obstante, solo se le pudieron entregar 500 pesos de los 2.000 requeridos. Ello no cubría la deuda pendiente en concepto de sueldos, pues según un ajuste practicado a enero de 1822, es decir a un año y medio de su muerte, se le debían más de 13.000 pesos.
MUERE EL VIRTUOSO Y SURJE EL PROCER
Eran las siete de la mañana de un destemplado y opaco 20 de junio de 1820, cuando Belgrano expiraba a la edad de 50 años, por efecto de una aguda hidropesía, en su casa paterna. Ese triste momento debía enlutar a la ciudadanía toda, mas pasó inadvertido dada las circunstancias por las que en aquel momento atravesaba Buenos Aires en el día en que tres eran los personajes que se disputaban el poder, históricamente conocido como “el día de los tres gobernadores”.
Murió como había vivido; callada, serenamente; podríamos decir, sin alarde sin soberbia, sin adioses, con la conciencia tranquila y la sensación del deber cumplido.
En ese trascendente momento en el que la muerte había de llevárselo hubo un grave silencio en el recinto solo interrumpido por el murmurar de la oración que el sacerdote recitaba. Con un breve impulso que le exigió gran esfuerzo, tratando vanamente de incorporarse, pudo emitir una frase que bien parecía una premonición: “ Ay Patria mía!!” y allí quedó exánime, casi solo el virtuoso Belgrano, el hombre a quien el destino le obligó a estar por lo general rodeado de gente, de mucha gente….
Modesto hasta en su muerte, no quiso ser sepultado en el interior de la Iglesia donde descansaban los restos de sus padres y alguno de sus hermanos, sino junto a la puerta y de la parte de afuera.
Su sepulcro fue cavado al pie de la pilastra derecha del arco central del frontispicio de la Iglesia.
Allí se ubicó un féretro de pino cubierto con paño negro derramándose encima una capa de cal y argamasa.
Sobre el sepulcro fue colocada una losa de mármol, obtenida de una de las cómodas existentes en su hogar, con un epitafio que simplemente decía “Aquí yace el General Belgrano”.
Mitre dice que no encontrándose una losa de mármol para su sepulcro, fue necesario cortarla de una cómoda perteneciente a su hermano Miguel.
Al velatorio asistieron sus hermanos, algunos miembros lejanos de su familia y muy escasos y fieles amigos que aún vivían, revistiéndose el acto de la mayor sencillez. Así moría y se enterraba a uno de los más bondadosos, puros y preclaros hombres de la historia Argentina.
Un solo periódico dio la noticia: “El Despertador Filantrópico”….