miércoles, 4 de diciembre de 2024

En junio de 2020 la prestigiosa revista británica The Economist lanzó uno de sus ya clásicos reportes especiales (Special Report), titulado Ther New World Disorder, un cliché bastante recurrente en el análisis de la política internacional de los últimos diez años. Dentro de ese reporte podemos leer un artículo no firmado que se titula Global Leadership is missing in action (el liderazgo global está desaparecido en combate). Junto con la idea de que vivimos en “un mundo desordenado”, el artículo comienza narrando una visita de Winston Churchill a Flanklin D. Roosevelt y, durante una docena de párrafos, no deja de nombrar grandes líderes políticos del siglo XX, entre los cuales están Iosif Stalin, Harry Truman o Charles De Gaulle.

Viéndolo a la distancia, probablemente, esas conversaciones hayan sido completamente inconducentes. Un gran problema de la disciplina de las relaciones internacionales, como el análisis político en general, es que muchas veces intentamos entender el mundo con los anteojos de nuestro marco teórico en lugar de utilizarlo como una herramienta más para analizar lo que sucede. Queremos que nuestra realidad se ajuste a nuestro marco teórico, cuando debería ser al revés.

Buscamos orden y estabilidad internacional porque la disciplina de las relaciones internacionales se creó durante el siglo XX, y añoramos los liderazgos porque fue de esa forma como se logró instalar un sistema más o menos estable en aquel período.

Pero, retomando la pregunta del artículo de The Economist, ¿pueden los líderes del siglo XXI emular a los del siglo XX para garantizar órdenes estables en el sistema internacional? ¿Es el fin de los liderazgos como los conocíamos?

Evidentemente, es una tarea difícil buscar un momento de la historia en donde haya una tan marcada ausencia de liderazgos. Básicamente porque la historia de la humanidad fue escrita como la historia de los grandes liderazgos.

Más allá de que la historia universal sea la historia de los grandes líderes, la modernidad industrial también fue un suelo fértil para la producción en masa de líderes que eran abrazados por los individuos como aquellos que los llevarían a un destino feliz. Otra vez la felicidad aparece como una meta cuantificable, alcanzable. Y si tenemos una meta alcanzable, puede existir alguien que se arrogue la capacidad de llevarnos hacia esa meta, convenciendo a una buena proporción de la población de que eso es posible.

Estos líderes tenían una costumbre bastante popular: se presentaban ante la sociedad, realizaban un diagnóstico y ponían ciertas metas y objetivos en nombre del bien común; con los respectivos planes, cuyo estricto cumplimiento llevaría a la felicidad del colectivo.

Teniendo esto en cuenta, podemos inferir que la ausencia de líderes no es solamente un problema de oferta (como si el molde que producía líderes se hubiera roto), sino también de demanda. ¿Existen metas o finales definidos? ¿Sabemos a dónde queremos ir? O peor, ¿Queremos ir hacia algún lado? No solamente han desaparecido los líderes que buscan llevarnos a la tierra prometida, sino que –más grave aún- probablemente haya desaparecido la tierra prometida, como la isla de Lost.

La caída de los líderes también está estrechamente vinculada con uno de los éxitos de la modernidad industrial: la destrucción casi absoluta de la autoridad. Sin autoridad y sin guía, lo que se mantiene es la plena incertidumbre, la ausencia de ordenamiento. La sociedad que hoy eligió una cosa mañana obstará por otra distinta.

Texto extraído del libro “País de Mierda” – Ideas y Reflexiones Sobre el Mejor País del Mundo – Augusto y Mateo Salvatto

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