
Cuando Menéndez desembarcó en las riberas del estrecho de Magallanes todavía no había comenzado en ese territorio la carrera por la propiedad de la tierra y la formación de estancias. Punta Arenas conservaba aún las peculiaridades que le proporcionaba su calidad de colonia penal, a pesar de los esfuerzos de los sucesivos gobernadores por atraer inmigrantes europeos para que se radicaran allí con sus familias. El gobernador Oscar Viel llegó incluso a imprimir y distribuir en Europa un folleto donde invitaba a los agricultores europeos a afincarse en su territorio. La politica pobladora del Gobernador conseguirá interesar a casi dos centenares de alemanes, rusos y daneses, que llegaron a bordo de los vapores de la Kosmos Linie, compañía marítima con la que existía un convenio para el transporte de emigrantes.
Entre los recién llegados se encontraba un modesto hojalatero letón, Elías Heinrich Braun, inaugurador de una dinastía que, junto a los Menéndez, estaba destinada a amasar una colosal fortuna. Poco después, arribaron varios contingentes de suizos procedentes del cantón de Friburgo que se instalarán en la bahía de Agua Fresca, al sur de la ciudad, dedicándose a labores agrícolas. También llegan inmigrantes franceses e italianos, aunque varias decenas de ellos serán expulsados por el gobernador acusados de propagar ideas extremistas. La población de nacionalidad chilena la conformaban las escasas autoridades y funcionarios de la administración colonial, el personal militar, los penados confinados en la prisión y algunos colonos provenientes del archipiélago de Chiloé, que constituyeron la principal fuerza de trabajo.
La guarnición estaba formada por soldados del regimiento de artillería de marina, que en teoría deberían haber sido relevados tras un servicio de un año completo. Por su parte, los condenados a relegación en Magallanes, que nunca fueron más de ciento cincuenta, se hallaban presos por diversos delitos menores, raramente por crímenes de sangre. Se trataba en su mayor parte de desertores del ejército y eran empleados como mano de obra gratuita por las autoridades, ocupándose del desembarco de víveres en el puerto, el cuidado del ganado fiscal, el trabajo en el aserradero, la construcción de casas de madera, el empedrado de las calles o la adecuación de caminos. Muchos de ellos viajaban también con sus familias, lo que de algún modo implicaba que la pena de destierro fuera sufrida también por la inocente esposa e hijos del relegado. Al término de su condena, la mayoría se embarcaba hacia Valparaíso al no existir apenas trabajo en Magallanes. La denominada colonización penal era empleada en aquella época por muchos países, que lograban así un doble propósito; el afianzamiento de la expansión territorial y la expulsión de los habitantes considerados como “indeseables”. No obstante, una vez consolidada la colonia, ésta debe perder su carácter penal y dejar lugar a Magallanes, como veremos enseguida, la inmigración libre, paso que en se dará violentamente.
El resto de la población estaba formada por un pequeño grupo de británicos, así como por algunos inmigrantes aislados de origen español, portugués o alemán. De los franceses llegados en enero de 1874, apenas quedarán año y medio después una veintena de ellos. Esto es debido a que el gobernador Diego Dublé Almeida expulsó en dirección a Montevideo a varias decenas de inmigrantes que se hicieron famosos por su rebeldía. Especialmente ingobernables eran los comuneros, ex combatientes de la insurrección de los federados de la Comuna de París de 1870, que enarbolaban desafiantes banderas rojas en sus casas. Dado su reducido número, la barrera lingüística existente y su fugaz paso por Magallanes, su influencia política entre los habitantes de Punta Arenas fue muy escasa.
Precisamente la llegada como nuevo gobernador de Dublé Almeida, un militar que venía precedido por un halo de autoritarismo, provocará malestar entre los habitantes de Punta Arenas. Sargento mayor del arma de artillería, el gobernador Dublé intentará poner orden en la colonia tomando varias medidas que fueron del disgusto de la población, como la prohibición de las visitas de los aónikenk a la ciudad y la regulación de la venta de alcohol, limitando su comercialización a determinados establecimientos. Algunos comerciantes importantes, como Bloom, Reynard o el mismo Menéndez, fueron multados por el Gobernador por no cumplir sus ordenanzas. Hay que tener en cuenta que, para entonces, la localidad basaba prácticamente todo su desarrollo comercial en el intercambio con los barcos que tocaban su puerto en el curso de sus viajes interoceánicos, cuyas tripulaciones se emborrachaban frecuentemente provocando en ocasiones graves desórdenes. La noche del 12 al 13 de agosto de 1883 la ciudad vivió cuatro horas de disturbios que enfrentaron a sus habitantes con una treintena de marineros de la corbeta Marie, de la marina imperial alemana. La trifulca había comenzado en el despacho de bebidas de François Roux, cuando los alemanes borrachos se negaron a pagar las bebidas. Los marineros fueron perseguidos por los vecinos armados de palos y piedras y, a causa de las heridas producidas en la reyerta, resultó muerto un fogonero alemán de nombre Bullmann”. El alcohol era empleado también como moneda de cambio con los indígenas, de los que los comerciantes obtenían valiosas mercancías que luego revendían a los pasajeros de los navíos de las grandes líneas marítimas.
Fragmento del libro “Menéndez, rey de la Patagonia”, de José Luis Alonso Marchante
