
Mientras la mayor parte del territorio nacional presencia el enfrentamiento creciente y el asalto final a las comunidades indígenas libres de la llanura, las aguerridas bandas guaraníes pugnan por preservar sus derechos.
Están ubicadas en los extremos nordeste y noroeste del país, en la provincia de Misiones y el Chaco salteño respectivamente. Allí resisten culturalmente, son unos cuantos miles entre mbyá y chiriguanos.
En Misiones y en especial en todo el Litoral y Mesopotamia durante todo el siglo XIX se ha producido la dilución y/o extinción de los grupos originarios de la región: los chaná timbúes y los charrúas. En cuanto a los pocos guaraníes descendientes de las Misiones Jesuíticas, después de soportar cuantiosas bajas en las luchas de liberación emprendidas por Andrés Guacurarí, se han dispersado totalmente.
Pero la tradición no se perderá, porque grupos de origen mbyá, provenientes del Paraguay, seguramente el sector no asimilado por los jesuitas, penetra en el territorio misionero a mediados del siglo pasado, reemplazando a las comunidades hermanas casi desaparecidas. Son también conocidos como kainguá, “monteses” según Cadogan (1956) con cuya denominación han pasado hasta nuestros días.
Por entonces se mantienen en comunidades relativamente libres, practicando sus pautas tradicionales agricultoras. Sin embargo, la sociedad nacional en expansión los va limitando territorial y culturalmente: los hombres comienzan trabajar en los ingenios y plantaciones y en algunos a casos son incorporados al ejército. Un tipo humano desconocido hasta entonces empieza a rodearlos: el colonizador extranjero que en oleadas sucesivas llega a Misiones, en especial desde la federalización del territorio en 1881.
Protegidos en la selva todavía solo ocupada por ellos, los mbyá observan a polacos, ucranianos, austríacos, franceses, italianos, españoles, suizos, alemanes, belgas que se superponen a la población original argentina (criolla y mestiza), paraguaya y brasileña.

Un fabuloso conglomerado étnico-cultural que anhela expandir las explotaciones de yerbales, madera, tabaco, caña de azúcar.
Los mbyá habían migrado años antes por el empuje de los establecimientos madereros del Paraguay; ahora, se enfrentaban con un nuevo frente expansivo esta vez desde el sur.
Como una débil cuña, grupos dispersos de empobrecidos cazadores cain-gang (de origen ge) se desplazaban por el sector noroeste de la actual provincia, buscando un hábitat apto para la subsistencia y que los alejara de las distintas presiones demográficas en pleno desarrollo. Casi en el otro extremo del mapa, los “hermanos” guaraníes del Chaco salteño, los chiriguanos, habían permanecido relativamente aislados de los conflictos regionales, sobre todo los originados por la conquista y colonización del noroeste y las luchas por la tierra de los collas ya en pleno siglo XIX.
Los chiriguanos, con una población que crece ayudada por las constantes migraciones desde Bolivia, se mantienen en sus comunidades con una fuerte continuidad de sus patrones culturales.
Pero aquí también, la expansión de la sociedad nacional hace que desde mediados del siglo XIX sufran un doble proceso de acotamiento cultural provocado, primero, por la creciente incorporación a la realidad económica del contexto regional, y segundo, por la misionalización.
En cuanto a lo primero puede decirse que el desarrollo de la industria azucarera en Salta y Jujuy crea la necesidad de contar con braceros aptos que, además de resultar baratos, fueran capaces de soportar los rigores de un trabajo durísimo y un clima sofocante. Esos braceros eran los chiriguanos que se trasladaban desde las comunidades hacia ingenios especialmente en la época de las cosechas.
La importancia de esta incorporación ha sido resaltada por algunos autores, que proponen un tipo psicológico distintivo (“los chiriguanos de ingenio”) respecto de los otros dos posibles (“los que viven en libertad o autonomía” y “los de Misión”).
El otro factor de acotamiento cultural es sin lugar a dudas la misionalización.
Los franciscanos, activos predicadores en la región, están instalados en Bolivia desde principios del siglo XVII y revitalizan su tarea hacia mediados del siglo XIX desde los Colegios de Tarija y el de Misioneros Franciscanos de Salta.
Si bien los chiriguanos no recibieron inicialmente de lleno el impacto de la penetración religiosa (las primeras misiones se instalaron preferentemente entre los matacos), de todas maneras se creó en ellos un “terreno apto” para el proceso de evangelización que se llevaría a cabo en este siglo, sobre todo desde el Centro Misionero Franciscano en la ciudad de Tartagal.
Por aquel entonces además, los padres franciscanos relevaron minuciosamente las características principales de la vida cotidiana indígena en la cual los chiriguanos fueron una fuente inagotable de información.
Cabe consignar asimismo que ya a fines del siglo pasado, los chiriguanos se presentan en el área como un grupo que denota supremacía demográfica sobre los restantes, como chorotes, chulupíes y chané. Se exceptúa de esta nómina a los matacos, de presencia también relevante, pues desde el punto de vista cultural son los chiriguanos los que “pisan fuerte”, haciendo las veces de referente de los demás grupos del área.
Fragmento del libro “Nuestros paisanos los indios”, Carlos Martínez Sarasola