
Mediante avisos publicados en los principales medios de prensa de la ciudad se anunciaba que, en determinado día y hora, se haría a todos aquellos ciudadanos que lo solicitaran, la entrega de indios traídos del desierto:
ENTREGA DE INDIOS:
Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia […]
Llegados el día y la hora indicados se colocaba una mesa, generalmente en el atrio de una iglesia o en cualquier otro lugar análogo, y junto a ella exhibidos en fila los individuos a repartir. Ubicados los indígenas comenzaban a acercarse poco a poco los interesados que, luego de elegir, se llevaban consigo uno o algunos de aquéllos. Según Emilio Daireaux, un viajero francés de paso por Buenos Aires, veíanse allí:
Pobres viejas con sus cabellos grises y lacios a los que seguro nadie habría de querer; mujeres jóvenes que daban de mamar, o agrupaban en torno suyo sus numerosos hijos y muchachos y muchachas extraviados y separados violentamente de sus madres, a las que habían perdido en las revueltas y trastornos del desierto, y en el desorden de los embarques, en los cuales se empujaba a todas aquellas pobres gentes, como si fueran bestias, contando las cabezas, sin mirar los rostros ni atender a las lágrimas y lamentos […]
Como señala Daireaux en Vida y costumbres en el Plata, generalmente la distribución llegaba a su fin cuando concluía el reparto de las niñas, niños y mujeres jóvenes, ya que por los ancianos nadie mostraba interés quedando ellos, generalmente, a cargo de la propia Sociedad de Beneficencia.
A propósito del sistema y del método hay que señalar que la mencionada Sociedad no fue en la época la única vía de reparto y colocación de indígenas. Desde un primer momento muchos funcionarios del Gobierno, haciendo uso de sus influencias, extendían cartas de recomendación o mediante una simple orden entregaban por su cuenta a los indígenas recién llegados haciendo imposibles los intentos de esta institución por llevar un mínimo control sobre quiénes eran los receptores y en qué condiciones se entregaban esos aborígenes.
En realidad, la vieja costumbre de las familias porteñas acomodadas de encargar a las personas que se dirigían al interior o al Paraguay que le trajesen de regreso una chinita para el servicio era bastante común según los periódicos de la época, por lo que la actitud de estos funcionarios no era nueva ni tampoco eran los únicos que aprovechaban la situación y repartían indígenas por su cuenta, sino que también hasta los propios jefes militares de fronteras, luego de alguna exitosa batida, distribuían los prisioneros tomados entre aquellos oficiales que lo solicitaran ya sea para su servicio personal o, como señala el ingeniero y cronista francés Alfredo Ebelot, para congraciarse con sus novias o esposas enviándoles una “sirvientita india”.
La reiteración en los partes de guerra informando sobre estos repartos de indígenas entre los oficiales expedicionarios indica que fue una práctica política bastante común durante esa etapa. Práctica que se extendió a todas las fuerzas militares y durante el transcurso de toda la campaña militar y que incluso en un caso, el de la III División, posibilitó contabilizar el reparto de 51 indígenas prisioneros entre los jefes y oficiales que la componían, para su servicio personal. El mismo general Roca, desde su cargo de ministro, en algunas oportunidades convalidó esta costumbre y complaciendo el pedido formulado por amigos personales también ordenó la entrega de algún “indiecito” prisionero para el servicio personal de aquéllos.
Las irregularidades descriptas, sumadas a los abusos permanentes que se cometían con esta forma de colocación de los indígenas, despertaron desde un primer momento una oleada de críticas y denuncias expresadas tanto por la prensa porteña como por algunos legisladores e incluso la propia justicia.
Estas denuncias afirmaban que la Sociedad de Beneficencia, única institución encargada de la distribución de los indígenas, sólo podía colocar a los ancianos y a los enfermos pues la mujeres, los jóvenes y los niños casi nunca les eran entregados, ya que apenas llegaban los transportes con el cargamento humano aparecían quienes exhibiendo sus recomendaciones de los funcionarios de turno procedían a llevárselos sin ningún tipo de control. Afirmando estas denuncias así describía el matutino El Porteño las escenas habituales que se sucedían tan pronto amarraba en el puerto alguna embarcación que transportaba indígenas sometidos: “Apenas desembarcados en el bajo los indios venidos últimamente para ser colocados por la Sociedad de Beneficencia, parece que sin orden de ésta y por orden de otras personas se han dado allí la mayor parte de las mujeres jóvenes y de los niños dejando solo los viejos y los enfermos”.
Y después de informar sobre esta irregularidad, el diario reflexionaba acerca de la difícil situación en que quedaba colocada la menciona da sociedad benéfica ante estos procedimientos, abogando por la rápida prohibición de estas prácticas totalmente informales que conllevaban a una serie de abusos en perjuicio de los mismos indígenas:
Es extraño que la Sociedad de Beneficencia, a pesar de haberse hecho esto, tome sobre si la tarea imposible de colocar lo que nadie quiere recibir, puesto que los inútiles solo pueden colocarse conjuntamente con los útiles y además continuando la colocación en esas condiciones, venga la Sociedad a quedar responsabilizada respecto a los indios que hayan sido dados sin su intervención y resulten mal colocados. Como quiera que sea, debería prohibirse que la colocación de los indios se haga de una manera informal. exponiéndolos a los males consiguientes […]En el mismo sentido, el periódico católico La América del Sud llamaba la atención de sus lectores sobre las anormalidades que se cometían en la distribución de indígenas y proponía, para que no se separaran las madres de sus hijos ni se cometieran otros abusos, que esta operación fuera llevada a cabo únicamente por la presidenta de la Sociedad de Beneficencia.
Sin embargo, a pesar de las denuncias y críticas por este tipo de prácticas, las irregularidades se siguieron sucediendo en los meses siguientes a tal punto que la propia justicia, a través del Defensor de Pobres e Incapaces, hace saber su descontento por los procedimientos empleados en los repartos de indígenas que se llevaban a cabo, según su juicio, sin guardar ningún orden ni control, lo cual redundaba en perjuicio de los propios indios. Además, afirmaba el abogado Gervasio Granel, no sólo se repartían los individuos tomados prisioneros en campaña, sino que también corrían la misma suerte aquellos que acataban la autoridad del Gobierno y se presentaban voluntariamente en los campamentos militares.
Finalmente el defensor Granel, con la intención de revertir esta situación, pedía al poder Ejecutivo que, por un lado la Sociedad de Beneficencia y las oficinas que habían distribuido indios pasasen a esa Defensoría una lista en la que se detallaran los nombres de las familias a quienes se les hubiera entregado un indígena y los nombres de estos, su edad, sexo y domicilio. Por otra parte, también solicitaba que ninguno de los individuos depositados pudiera pasar a otra familia sin que el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública tuviera conocimiento y lo avalara y, por último, sugería que los aborígenes que llegaran de la frontera en el futuro fueran puestos bajo la salvaguardia de la Defensoría a su cargo.
Fragmento del libro “Estado y cuestión indígena”, de Enrique Mases