sábado, 27 de julio de 2024

La violencia verbal es un rasgo autoritario y procura intimidar para silenciar críticas y denuncias. Además, la violencia política siempre comienza siendo violencia verbal. Y Javier Milei es el ejemplo argentino de ese recurso autoritario.

No son infamias de la “casta” a la que proclama recortar privilegios. Hay algo “fidelcastriano” en Javier Milei. Su artillería verbal disparando a mansalva contra todo lo que no se alinee dócilmente con sus posiciones, no es un rasgo secundario que resaltan los “tibios”, los kirchneristas y los “comunistas” para correr el eje de lo principal, que es la transformación económica en marcha.

Incluso los muchos que entienden la necesidad de una reforma que libere las fuerzas de la economía privada desatando los excesos regulatorios y alivianando el peso del estado, consideran una señal oscurísima la agresividad con que el presidente descarga su intolerancia contra la crítica y todo lo que él considera traición y comunismo.

No hay que ser comunista sino demócrata, lo que implica pertenecer a la cultura liberal, para espantarse de esos ataques desaforados.

El fallecido Jorge Batlle llamó “manga de ladrones” a los argentinos y Pepe Mujica dijo “esta vieja es peor que el tuerto” refiriéndose a Cristina y Néstor Kirchner. Pero ambos presidentes uruguayos creían hablar en off y no públicamente.

Joe Biden dijo que el presidente ruso “es un loco hijo de puta”, lo que también disparó tiempo atrás contra un venenoso corresponsal de la Fox en la Casa Blanca. Pero son excepciones, no la regla.

En cambio atacar con violencia verbal era la regla en Fidel Castro, quien rugía descalificaciones espantosas contra quien cuestionara su régimen. Con el rótulo de “gusanos” estigmatizó a los disidentes y a quienes escapaban en balsa hacia Florida. “Abyecto Judas” y “lamebotas de los yanquis”, descerrajó contra Jorge Batlle y Fernando de la Rúa, entre tantos otros blancos de su lengua letal.

La violencia verbal es un rasgo autoritario y procura intimidar para silenciar críticas y denuncias. Entre los aprendices de Fidel Castro se destacó Hugo Chávez. “Pitiyanquis” era la descalificación más suave en el arsenal con que el exuberante líder caribeño atacaba a sus adversarios y críticos.

Sigue lanzando misiles verbales a mansalva, pero lo hace sin gritar con los ojos desorbitados.

Después de llamar Lali “Depósito” a la talentosa cantante y actriz cuyo apellido es Espósito, llamó “nido de ratas” al Congreso y “traidor”, además de “basura”, al respetable economista y político liberal Ricardo López Murphy.

Antes de eso, había publicado una lista negra de legisladores y gobernadores a los que llamó “traidores” por el fracaso de su desmesurada Ley Ómnibus en el Congreso.

Como si no entendiera la peligrosa asimetría entre la gravitación que le da su posición, y la exposición de las personas a las que marca con insultos para hacerlas blanco del agresivo desprecio de sus seguidores.

Igual que Trump al acusar con delirantes teorías conspirativas a Taylor Swift, sabiendo que sobre los escenarios una superestrella pop es un blanco fácil para cualquier fanático que quiera atacarla.

La violencia política siempre comienza siendo violencia verbal.

Por cierto, gran parte de la dirigencia política, gremial etcétera es una “casta” que actúa para sí misma, como lo es Daniel Scioli, ex gobernador peronista-nestorista-cristinista al que Milei asesoró sin cuestionar los fondos públicos que gastaba en espectáculos musicales para llegar a la presidencia. Eso no significa que la cabeza del gobierno esté actuando con equilibrio y verdadero espíritu liberal.

Fue un rasgo detestable de los gobiernos kirchneristas y su aparato de propaganda, y no tiene por qué no serlo ahora, aunque muchos de los que denunciaban esa violencia política cuando gobernaba Cristina, minimizan su gravedad en el accionar libertario.

Ocupar en el pensamiento económico el polo opuesto de un sectarismo populista de izquierda, no implica no expresar un populismo sectario.

Las palabras flamígeras en la cumbre, encienden llamas en el llano. Las usan los liderazgos dogmáticos que se sienten predestinados para concretar su obra. Igual que en religión, los dogmas políticos y económicos son verdades absolutas. Los liderazgos dogmáticos son sus guardianes y quienes las cuestionan son blasfemos y herejes que merecen ser aborrecidos.

Por Claudio Fantini, politólogo y periodista.

 

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