sábado, 27 de julio de 2024

Hasta 1934 no existía coparticipación federal en la Argentina. No existía en la Constitución de 1853, ni en la de 1860 y 1866 ni en ninguna otra hasta 1994.

Luego de la incorporación de Buenos Aires a partir del Pacto de San José de Flores quedó claro con las reformas constitucionales que “los derechos de exportación no son coparticipables”. Lógico, ingresaba Buenos Aires a la Confederación y no quería compartir los preciados ingresos. De este modo la Nación se financiaba de los impuestos aduaneros a las importaciones y exportaciones y las provincias con la recaudación de los impuestos indirectos que fijaban y que ellas recaudaban. Sin embargo, el art. 4 de la Constitución Nacional permitía que el Tesoro nacional se financiara con las demás contribuciones que imponga el Congreso.

La crisis de la década del 30 dejó al gobierno nacional casi sin fuente de recaudación y la primera ruptura del equilibrio existente desde 1853 hasta 1930 vino de la mano de la creación de dos impuestos. El primero, transitorio, fue el impuesto a los réditos (actual impuesto a las ganancias) y el impuesto a los consumos (actual IVA). Ambos unificaron todos los impuestos internos y por Ley 12.147 se creó la coparticipación de la recaudación unificada de la Nación. A partir de ese momento comenzó esta discusión interminable:

1935: La Nación recibe el 82% y las provincias el 17,5%
1946: Las provincias aumentan su coparticipación al 21%.
1951: Nuevamente las provincias aumentan la coparticipación al 51%.
1963: Una nueva ley destina 58% a la Nación y 36% a las provincias.
1973: La ley 20.221 reparte 50% a la Nación y 50% a las provincias que a su vez se reparten un 65% de acuerdo a la población, un 25% de acuerdo a la brecha en el desarrollo provincial y 10% por dispersión poblacional.
1988: La ley 23.548 le asigna a la Nación el 42,3 % y 54% a las provincias, dejando un 2% para recuperación de desarrollo de provincias retrasadas y 1% para adelantos del tesoro nacional.
Y sigue la lista de pactos fiscales y sucesivas reformas posteriores incluidos fondos creados por decretos del gobierno nacional.
Volvamos a los dos objetivos centrales que implicaría un nuevo acuerdo sobre coparticipación: a) coordinación fiscal y b) criterio de distribución. Y todo esto por UNANIMIDAD. Salvo que todas las provincias se pongan de acuerdo de dejar sin recursos al gobierno federal por unanimidad y recuperen la coordinación fiscal lo cual sería imposible.

No olvidemos que la casta teme a Milei tanto como lo odia y el 25 de mayo todavía está muy lejos. Todo esto evoluciona por horas, ni siquiera por día o por semana. Todo es precario y sostenido por miedo, odio o espanto. El diálogo se declama, pero está ausente hoy en la política. Siento que existen las mismas probabilidades que todo esto sea exitoso como desastroso y por primera vez, no sé de qué y de quienes depende.

La trampa de la coparticipación previamente tiene otra peor que es la trampa del gasto público y los gobernadores saben que Milei es su peor verdugo, que provoca las mismas dosis de miedo que de odio. El los incluyó a todos en la “casta” y los trató de “degenerados fiscales”. Todos ellos saben que Milei no se traga las medidas de ajuste de las provincias que se amparan en la necesidad de mantener un horizonte productivo cuando todas ellas lo único que han hecho es agrandar su gasto público ineficiente. Salvo honrosas excepciones, a ninguna provincia le importó ni su desarrollo ni su producción. Ni siquiera les han preocupado sus habitantes ni su infraestructura: caminos transitables, rutas seguras, energía en cada rincón provincial, agua potable, cloacas en todos lados, escuelas que funcionen todos los días, justicias accesibles para sus justiciables, conectividad, seguridad ciudadana, salud digna, etc, etc, etc. Por el contrario, solo pensaron en empleo público clientelar, jubilaciones provinciales sin control, gasto improductivo por todos lados. Milei lo sabe y también los argentinos que lo votaron.

En fin, nadie es bueno. Solo que todavía ese alguien no tuvo la oportunidad de ser malo, pero para eso debemos esperar un poco. Mientras tanto tememos con la misma fuerza que odiamos. No nos queda otra.

 
Por Sergio Marcelo Mammarelli para Infosur.

El autor es abogado laboralista, especialista en negociación colectiva. Ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad Nacional de la Patagonia. Autor de varios libros y Publicaciones. Ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut

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