sábado, 27 de julio de 2024

La discusión de los que arribaban a Cañadón Lagarto se caracterizó por la extrema violencia. Hay un dato elocuente que surge de las 50 tumbas que aún perduran. El 80 % de los que allí reposan murieron “con las botas puestas”, es decir un balazo o un cuchillazo según sus vidas.

Como en aquellos tiempos no se encontraba restringida la portación de armas, cualquier entredicho desembocaba en un enfrentamiento. La policía no podía hacer gran cosa para evitar la violencia. El Código Rural por el cual regían los Territorios Nacionales establecían:

“Artículo 123: la policía no podrá prohibir o restringir el derecho de llevar armas y, en consecuencia ninguna personas será registrada con el objeto de averiguar si lleva armas consigo.

Artículo 254: es prohibido, sin embargo, hacer ostentaciones de armas o llevarlas a la vista, bajo pena de $10 de multas.

Artículo 255: si alguien con miras hostiles o en medio de una disputa o con el fin de producir escándalo o desorden sacase armas abonará $50 de multa y perderá el arma”.

Según el expediente de la antigua Dirección de Tierras, durante la década del 10, la mayor parte de los comerciantes instalados en el pueblo abonaban parte o bien nada de los impuestos correspondientes a las habilitaciones comerciales, de pastaje de animales o por las tierras que ocupaban. Ello se debía a que el agente policial destacado del pueblo prefería cobrar coimas antes que cobrar los impuestos, lo que a los comerciantes les resultaba mucho más barato: “Al efectuarse el trazado de este pueblo, debe dotárselo de una subcomisaria… y una receptoría de impuestos internos, lo que no se cobra en la localidad por desidia de las autoridades a quien le corresponde hacerlo, por mala fe de ciertos comerciantes en complicidad con la policía local, constituida por un destacamento a cargo de un sargento, quien percibe en concepto de coima en perjuicio del fisco, parte de las patentes que este debería percibir” (Expediente 4050).

Vida en Cañadón Lagarto, discusión trágica

Cuenta Amelia Pires

“Mi papá ganaba mucha plata en Cañadón Lagarto, fue tres veces a Europa, la segunda vez nos mandó a buscar. De Lisboa a Buenos Aires demoramos 17 días; el barco se llamaba San Federico, era muy lindo barco; nos tocó viajar para carnaval. Durante el viaje nos gustaba comer caramelos y como no nos entendían para comprarlos íbamos a la cantina del barco con los envoltorios de los caramelos… de Buenos Aires a Comodoro Rivadavia tardamos 13 días; el barco se llamaba Camarones, un barco muy feo, se movía mucho, todo el mundo se descompuso.

Llegué a Cañadón Lagarto con 9 años, cuando en el pueblo había nada más que dos hoteles; había muy pocas casas, los hoteles y herrerías; era muy feo pero con mucho trabajo.

A mi esposo lo conocí en Lagarto, era empleado en la herrería de mi papá, esperó a que yo creciera para casarnos, me casé con 15 años, era muy bueno, criamos 9 chicos. Cuando nació mi hijo Rogelio, en invierno hacía un frio tremendo, no había doctor pero estaba una señora francesa que había sido enfermera, así que mi esposo la fue a buscar, cuando llegó y vio al chico me dijo que lo refriegue con ginebra para calentarlo para que no se congele; el clima era durísimo, siempre había viento y un frío terrible.

La gente de afuera era muy salvaje, muy camorrera; los que venían en carros de mulas o bueyes, a la noche se juntaban en los boliches y se armaba lio. Cuando moría alguno en una pelea, lo tiraban afuera del boliche  y seguían como si nada; como no había policía, nadie terminaba preso. Al primer policía que fue –un portugués- le sacaron la gorra, la chaqueta y lo mandaron de regreso a Comodoro.

Una vez un panadero mató a un comisario llamado Sallese; cuando le hicieron la autopsia en un galpón por un agujero espié como lo cortaban”.

Cuenta Gabriel Clemente:

“Dos personas habían discutido en un boliche, una se fue con su carro a la cordillera a buscar lana. Pasaron tres meses, y cuando regresó el otro estaba con el rencor; cuando lo vio en el carro, le dijo que bajara, que quería pelear, y el otro le contestó que ya había pasado, así que el hombre sacó un revólver y lo mató, cayó entre las patas de los caballos.

El peón de este carrero, que se ve que o quería mucho a su patrón, corrió al carro, agarró un Winchester y le voló la cabeza al agresor. Dos muertes absurdas”

En la actualidad perduran en Cañadón Lagarto tres árboles junto a las ruinas del aljibe y de la desaparecida estación del ferrocarril, la base de la estación y el andén, las ruinas de las viviendas del personal y en un tiempo también escuela, el cementerio e innumerables botellas de todos los colores, formas y tamaños. Entre los años 2005 y 2006 fue despojado de las vías y en lo que era el pueblo se instaló un tanque de petróleo.

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