viernes, 11 de octubre de 2024

La Voz del Chubut reconstruye el periplo de los bandoleros que días antes de la Navidad del ’61, tomaron la comisaría de Gan Gan, secuestraron a policías y se fugaron con un cargamento millonario de contrabando.

El 20 de diciembre de 1961 Cirilio Pazos, Oyarzo y Andrade, que custodiaban el destacamento de Gan Gan, en la meseta de Chubut, divisaron las luces de una combi y dos camiones Ford 600.

El tipo de la combi asomó la cabeza y le ofreció 400.000 pesos para que “haga la vista gorda”. Pazos, incorruptible, le ordenó a Andrade y Oyarzo que revisaran los camiones.

Los bandoleros llevaban un cargamento de cigarrillos por unos 30 millones de pesos. Oyarzo se dio cuenta de todo y corrió al destacamento a buscar refuerzos. Ya era tarde: el tipo de la combi le disparó a Andrade y se fugaron camino a Río Negro.

Los delincuentes se llevaron a Cirilo Pazos y a Bernardo Juárez como escudo frente a la respuesta que no tardaría en llegar.

El jefe de la comisaría de Telsen, Humberto Cabrera, dio la noticia: contrabandistas habían tomado la comisaría, secuestrado a dos policías y herido al oficial Andrade, que luchaba por su vida.

En la Jefatura de Rawson pensaron en Abdo Manllaiux, que se había escapado de la comisaría cuando iban a trasladarlo a la cárcel.

Manllauix, a esa altura, era un personaje legendario: había caído hacía unos meses por contrabando en Puerto Lobos.

Por aquellos años, llegaron a decir que el jefe de la banda tenía “un cofre con dinero y joyas” que había enterrado alguna parte de la meseta.

Los policías, al concluir el periplo de los bandoleros, se lanzarían en busca del tesoro pero se llevarían una sorpresa horrorosa.

DESPUÉS DE LA FUGA

El avión que salió del aeroclub Trelew parecía que iba a caerse. “¿Los dejó en la puerta?”, bromeó el piloto que aterrizó en un descampado.

En Gan Gan no andaba un alma; había un hotelito, dos o tres casas y la comisaría. La gente permanecía encerrada con miedo. Habían escuchando tiros, gritos y ruido de motores.

En la comisaría, que estaba en silencio, habían destruido los equipos de radio. En el calabozo hallaron a dos policías y un maestro pasaba cuando se armó la bataola.

Los vecinos habían llevado en un auto a Andrade al Hospital de Trelew. Unos pocos  hombres y mujeres rezaban por que llegara con vida.

Sobrevolando la zona divisaron un camino por Talagapa que llevaba a la frontera con Río Negro. Allí, a unos 40 kilómetros al norte por tierra, encontraron la combi y los camiones bloquando el camino.

Los contrabandistas no podían haber ido lejos.

LOS PRIMEROS EN CAER

El primero en caer fue Manuel Celestino Fernández. Estaba oculto en una barda, en el camino de Talagapa, a unos 30 kilómetros, cerca del camión abandonado.

Allí encontraron a Bernardo Juárez, uno de los agentes secuestrados, que les dijo que el bandolero se había escondido en las bardas y tenía un 38.

Fernández sabía que no tenía escapatoria; asomó la cabeza y dejó el 38 sobre una piedra.  “Está todo arreglado con la policía”, dijo Fernández temiendo que lo mataran.

Debajo de una lona verde, entre las bardas, encontraron un cargamento de cigarrillos importados.

Fernández cantó que Pazos, el otro secuestrado, estaba en el límite con Río Negro. “Yo fui contratado como chofer”, les suplicó. El policía apareció abandonado a unos 20 kilómetros.

Cerca de la frontera, llegaron a la estancia de Varela Díaz quien había visto a unos cuatro hombres atravesando el campo.

A unos 30 kilómetros del casco, en un galpón, encontraron a José Manllauix durmiendo en un fardo con un 38.

El tercero en caer fue José Bell, de Capital Federal, quien dijo que era el chofer y no tenía nada que ver. Faltaban al menos otros dos prófugos.

En Talagapa los bandoleros descargaron un camión en el puesto de un tal Fortuna Milipil, a quien le pidieron dos caballos para “socorrer a un camionero”.

Allí estaba escondido parte del cargamento: cigarrillos por unos cinco millones de pesos. Nunca quedó claro si Milipi, un paisano “inocente”, tenía algo que ver  o no con el contrabando

Cruzando a Río Negro, dieron con los sospechosos, Saúl Miranda y César Antonio Fernández, quienes fueron detenidos en Manquichao.

Esa Navidad del 61’ los policías tuvieron la mejor noticia que podían tener: Andrade,  quien fuera abatido, había salvado su vida.

MANLLAUIX, EL ENIGMÁTICO

Después de Navidad retomaron al búsqueda de otros dos prófugos que se suponía que estaban en Río Negro. Los sospechosos habían sido identificados como Antonio Dic y Juan Carlos Pintos.

La toma de la comisaría de Gan Gan, para esa altura, era todo un acontecimiento en la región. El único hecho semejante había ocurrido en la década del ’20 cuando unos bandoleros tomaron del destacamento “Los Huemules” y mataron a un oficial.

Circulaban toda clase de rumores y especulaciones respecto del origen del cargamento, algunas más o menos creíbles.

El 26 de diciembre Jornada informa que la Policía descartaba que el contrabando proviniera de las franquicias del paralelo 42.

Más bien apuntaban a  la frontera con Chile o la bahía de Camarones donde casi no había controles y estas prácticas eran habituales.

La mercadería, especulaban, podía haber salido de Punta Arenas en el sur de Chile, o bien de algún paso de la cordillera cerca de Río Pico.

Paralelamente la figura de Abdo Manllauix, el jefe de la banda en la clandestinidad, adquiría dimensiones mitológicas.

Había quienes sospechaban que “el turco” tenía sus contactos del Gobierno Nacional que lo encubrían para llegar a Buenos Aires.

Los rumores cobrarían otra fuerza cuando en 1963, Roque Vítolo, exministro del interior de Arturo Frondizi –ideólogo del “Plan Conintes”- lo visitó en la cárcel, según apunta el comisario general fallecido, Mariano Iralde.

A LA CAZA DEL JEFE

El tren salía de Jacobacci en Río Negro a Buenos Aires a las 20 horas. El jefe y los demás prófugos debían ir en esa dirección.

Al llegar a un puesto en el campo, en un rancho de abobe, se encontraron con un matrimonio; estaban nerviosos.

En el patio al fondo dos hombres empezaron a los tiros y uno de ellos salió disparado. Afuera había quedado un reguero de sangre: le habían dado al segundo.

El hombre y la mujer asintieron que uno de ellos “era turco” y “tenía un diente de oro”. Era la certeza que necesitaban: Abdo Manllaiux, el jefe de la banda, se había escapado otra vez.

Los diarios daban la noticia que el tal “Antonio Dic”, uno de los prófugos, no era otro que el mismo Abdo Manllauix, quien se había cambiado el nombre.

La cacería de jefe de la banda quedó en manos de la Policía de Río Negro, donde suponía que estaba escondido.

Manllauix caería un año después en Bariloche y –tras pasar unos días encerrado en Viedma-, sería trasladado a Puerto Madryn.

EL DINERO Y LAS JOYAS

“Este turco es capaz de cualquier cosa”, pensaron unos policías que estaban decididos a comprobar si el “dinero y las joyas” seguían enterradas en Tagalpa.

Los hombres regresaron a Tagalpa una mañana cuando aún estaban haciendo las diligencias en Gan Gan; quedaron en disparar dos veces si encontraban algo en las bardas.

Sonaron dos disparos: Elías, uno de los agentes, había encontrado una caja de madera en una cueva entre las rocas.  “Meta la mano ahí dentro”, le ordenaron.

En la caja yacía el cuerpo de una criatura. Una familia, tal como se acostumbraba, la había sepultado en medio el campo.

El mito del “cofre” de Manllauix seguía más vivo que nunca.

 

 

 

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