sábado, 27 de julio de 2024

Cuando la semana pasada saltó la noticia del suicidio del cantante Moonbin, del conocido grupo de K-PopAstro, muchos se preguntaron ¿otro más? Son tantos los casos de muertes autoinfligidas en esta escena musical, que cada vez que un nuevo artista se suma a la lista, automáticamente vienen al recuerdo los rostros de tantos y tantos jóvenes que se quitaron la vida por la gigantesca e insoportable presión que sufren en esta industria del entretenimiento.

Sulli, Goo Hara, Cha In-Ha y Yohan, hallados muertos en sus apartamentos, igual que Jonghyun, que dejó una nota en la que confesaba estar «roto por dentro» y «devorado por la depresión»; Ahn So Jin, fallecida tras lanzarse al vacío de un décimo piso; U;Nee y Lee Seo Hyun ahorcados en su habitación… Ni en los años de la explosión psicodélica de los sesenta, ni en el autodestructivo estallido punk en los setenta, ni siquiera en los años de la bacanal química de las raves en los noventa dejaron semejante rastro de muerte tras de sí. Así que cabe preguntarse, ¿es una cuestión que tiene más que ver con la sociedad coreana que con la música?

En Corea del Sur, el índice de suicidios supera los 26 por cada 100.000 habitantes, muy por encima de la media mundial, que no llega a 10. Así que evidentemente, estos sucesos sí guardan cierta relación con la salud mental de su población en general. ¿Pero el K-Pop ayuda a reducir ese índice, o más bien todo lo contrario?

Cuasi robots
Los hechos hablan por sí solos. Las condiciones de trabajo de sus artistas superan lo estajanovista ya desde antes de convertirse en estrellas, ya que todos ellos pasan por escuelas de formación que les exigen un delirante número de horas de entrenamiento vocal y físico al día para alcanzar una perfección cuasirobótica, y eso sin contar con la exagerada cantidad de tiempo que tienen que emplear en maquillaje y peluquería -cuando no en operaciones de cirugía estética- para tener un look virginal, especialmente las chicas, y también en generar contenidos en redes sociales para multiplicar sus canales de promoción.

De ahí que aparte de los suicidios se hayan producido muchísimas muertes por infartos a pesar de su juventud, y también por accidentes de tráfico como en el caso de Seo Jae-Ho, protagonista de uno de los primeros dramas del K-Pop. En marzo de 2004, su boy-band, llamada Wanted, llegaba tarde a una actuación y su manager, que conducía el coche en el que viajaban, prefirió anteponer el trabajo a la seguridad de sus chicos y acabó estrellándose contra un camión con el saldo de tres de los jóvenes heridos graves y Jae-Ho muerto en el acto. Lo mismo le pasó a la girl-band Ladie’s Code en 2014, durante un viaje en su autobús de gira. Una noche en la que tenían varias actuaciones, su manager exigió a su conductor que pisase el acelerador y varios kilómetros después se estrellaron contra un guardarraíl. Todas las chicas del grupo quedaron gravemente heridas y dos de ellas murieron días después en el hospital.

‘Lolitismo’
Un elemento muy distintivo de este género musical y que resulta devastador para la salud mental, es que no se puede ser artista de K-Pop por encima de la treintena. Nunca veremos a una Madonna del K-Pop, ni a una Kylie Minogue, ni siquiera a una Beyoncé y mucho menos a una Dolly Parton, porque en este mundillo se reivindica sin tapujos una suerte de ‘lolitismo’ que raya la pedofilia, en el que las artistas pugnan entre sí por ser la jovencita más mona de la escena vistiendo atuendos infantilizantes. Todas ellas saben que tienen muy poco tiempo para triunfar antes de quedar fuera del mercado por ‘viejas’, y eso convierte al K-Pop en una picadora de carne que destruye el alma y la psique. Esto también ha favorecido la aparición de numerosos escándalos sexuales como el protagonizado por Seungri, del famoso grupo Big Bang (que ha vendido más de 140 millones de discos), que se veio obligado a abandonar la música cuando fue acusado de proporcionar chicas a grandes inversores de la industria del K-Pop.

Este ecosistema de trabajo no parece muy saludable para jóvenes que rondan los veinte años. Pero la delgada línea que separa la vida y la muerte en el K-Pop es un tabú insuperable en la escena, que vive en una suerte de omertá donde lo importante no son las vidas de los artistas, sino la conquista cultural de Occidente. Y para muestra, un botón: hace un par de años, cuando la Embajada de Corea del Sur organizó un festival de K-Pop en Madrid a través del Centro Cultural Coreano, ABC entrevistó a varios de sus participantes pero tuvo que aceptar un veto: nada de preguntas sobre salud mental y suicidios en la escena.

La cantante Ahn So Jin, a la izquierda, falleció tras lanzarse al vacío desde un décimo piso

Sólo algunos grupos que se han hecho tan mundialmente famosos como para ser estrellas (y por tanto modelos) para la juventud occidental se han atrevido a plasmar este asunto en las letras de sus canciones. ‘Trauma’ de Seventeen, ‘Breathe’ de Lee Hi o ‘Borderline’ de Sumni son algunas de ellas, aunque el mejor ejemplo podría ser el de ‘No’, un hit de los más grandes del género, BTS, que dice: «Una buena casa, un buen coche, ¿serían esas cosas la felicidad? En Seúl ¿los padres son felices realmente? Los sueños desaparecieron, ya no hay tiempo para descansar.

La artista Lee Seo Hyun se ahorcó en su habitación

Es un ciclo, de la escuela a la casa o a un cibercafé. Todo el mundo vive la misma vida, somos presionados para ser el número uno. Los estudiantes viven entre el sueño y la realidad ¿Quién es el que nos ha convertido en máquinas de estudio? Ellos nos clasifican. Ya sea ser el número uno o el que no es inteligente. No hay más remedio que aceptarlo, es la supervivencia del más apto ¿Quién crees que nos hace pisar hasta a nuestros amigos?».

El problema desgraciadamente va a más. Según la agencia estatal de contenido creativo de Corea (KOCCA, por sus siglas en inglés), que ha estado ofreciendo asesoramiento psicológico para aspirantes a cantantes y estrellas del K-pop desde 2011, la cantidad de casos atendidos se ha multiplicado por dieciocho en los últimos diez años.

Miedo al fracaso
Cho Jung-hwa, un conocido entrenador de artistas del género, admitió en The Korea Times: «Los aspirantes a cantantes jóvenes, cuya edad promedio es de 15 años, a menudo se someten a varios años de brutal entrenamiento vocal y de baile para lograr su único objetivo en la vida: debutar. Debido a sus agendas, muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que están psicológicamente agotados… Dedican sudor y lágrimas a convertirse en cantantes, pero siempre temen fracasar. Entonces, cuando sienten que sus habilidades no están mejorando lo suficiente, se vuelven extremadamente ansiosos por lo imprevisible de su futuro». Y advierte: «Las discográficas de K-Pop deberían brindar ayuda en cuanto a salud mental a los aprendices de ídolos, o de lo contrario no podrán crecer como adultos fuertes psicológicamente ni transmitir mensajes positivos al público».

¿Sobrevivirá el género?
Después de tantísimas muertes prematuras y suicidios, la percepción del cantante de K-Pop como profesión de riesgo ya es algo que está fuera del control de esta industria. Así que, tal como señala Lim Myung-ho, profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Dankook, este modelo de negocio tendrá que introducir cambios si pretende dar una imagen a Occidente que le permita sobrevivir y seguir expandiéndose. «Las celebridades evitan ir al psiquiatra o al psicólogo porque temen que su estado de salud mental empañe su imagen, y para sus compañías discográficas, hacer chequeos psicológicos puede parecer innecesario a corto plazo para sus directivos. Pero a largo plazo ayudará a su éxito financiero al garantizar la estabilidad mental de sus estrellas, y por tanto, su vida profesional».

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