Perón debió enfrentar una fuerte crisis en abril de 1953. Las quejas por los aumentos del precio de los alimentos y la escasez de carne en el Gran Buenos Aires significaban problemas mucho más graves. El malestar ocasionado por tal situación daba fundamento a las acusaciones de corrupción y mala administración que en varios sectores se hacían contra las altas esferas. En el ámbito de los trabajadores, manifestaciones espontáneas presionaban a los dirigentes de la CGT para que lograra la reducción de precios o para dejar sin validez el compromiso de no modificar los salarios durante dos años, como había urgido el gobierno el año anterior. La difícil alternativa del presidente era tratar de apaciguar de algún modo a los grupos consumidores sin abandonar su política básica, o mantener en su nivel actual los precios y salarios.
La primera reacción de Perón ante el problema del precio de los alimentos pareció indicar que no había perdido su vigor político y que, aun sin Evita, era capaz de atraer a las masas. Con gran publicidad, convocó a una reunión conjunta del gabinete económico, el comité nacional de precios y salarios, representantes de la CGT y de la Confederación General Económica (CGE, el grupo empresarial) y les ordenó que se mantuvieran en sesión permanente hasta acordar soluciones.
En sus propias observaciones, que iniciaron la reunión, trató de dar fuerza a la imagen de los dirigentes de la CGT elogiando la energía con que defendían los intereses de los consumidores: “Es la primera vez que la Confederación me ha puesto el cuchillo en la barriga, pero con verdad y con justicia”. Con lenguaje de igual franqueza, se comprometió personalmente a ajustar cuentas con los proveedores responsables de la escasez de carne; “aunque sea voy a carnear en la avenida General Paz y voy a repartir carne gratis, si es necesario. La pagarán los que no han sabido cumplir con su deber de abastecedores”.
Esta imagen de su presidente, un teniente general del Ejército, faenando carne en los aledaños de la Capital debió producir un curioso impacto sobre los argentinos conscientes de los niveles jerárquicos; pero no debe desestimarse el efecto positivo de sus observaciones sobre los trabajadores.
Perón descubrió pronto que era más fácil dar la impresión de que se buscaban soluciones a los problemas económicos que encontrarlas. En su mensaje radial a toda la nación, programado para una semana después, en el que anunciaría las nuevas medidas económicas, Perón no podía ofrecer más que un mayor control de los precios de todos los productos alimentarios y la promesa de ejercer una vigilancia rigurosa. Ese discurso del 8 de abril, sin embargo, reveló a un presidente distinto, un hombre que estaba al borde de perder el control. Consciente ya de la necesidad de encubrir los descubrimientos de Bengoa, de la permanente oleada de quejas públicas y de la falta de toda solución real a los dilemas económicos, Perón se desahogó en una mezcla de denuncias, amenazas y expresiones de autocompasión.
Perón: “Cuando un tipo es un ladrón, es porque hay un estúpido que se deja robar”
No pudiendo sino darse por enterado de que las acusaciones por robos y estafas surgían de todos los ámbitos, Perón apeló a una lógica extravagante y culpó a las víctimas: “Cuando un tipo es un ladrón, es porque hay un estúpido que se deja robar. Primera cosa. Y cuando hay un coimero, hay un ladrón que le paga la coima”. También fustigó duramente a los típicos porteños que no se mostraban dispuestos a negarse a pagar precios mayores que los exhibidos en los comercios o a acusar formalmente a los corruptos. Perón advirtió a los comerciantes que él mismo les haría respetar los precios fijados, “y si no los cumplen les daremos con los inspectores; si todavía eso no es suficiente, les voy a poner la tropa y a culatazos se los voy a hacer cumplir”.
Fragmento del libro “El ejército y la política en la Argentina 1945-1962. De Perón a Frondizi”, de Robert A. Potash

