“Es posible que la virtud además de ser un bien en sí misma, a la larga trae felicidad, aunque uno no debería tener demasiadas expectativas al respecto”
Henry Bowman
Henry Bowman, inglés con carta de ciudadanía Argentina, tenía alrededor de 45 años cuando comenzó con su función como Juez de Paz en la región. Bowman había nacido en el condado de Plymouth y fue el único hijo varón de 4 hermanos. Criado por su tía materna a la muerte de su madre, pasó luego a un orfanato hasta que su padre lo llevó a vivir con él a una pensión. Empleado desde los 15 años en una imprenta y en un taller de marmolería, formó parte de una secta de la iglesia protestante denominada “Los Hermanos de Plymouth”. Desembarcó en Buenos Aires en plena crisis económica de Juárez Celman y al poco tiempo empleado en la construcción de las vías del ferrocarril del NE, conoció a mineros ingleses y galeses. De esta relación surgió su viaje e instalación en la colonia galesa de Chubut. Llegó a Trelew en 1890, para trabajar en las canteras de Gaiman donde conoció a Francisco Pietrobelli, con quien compartió libros en inglés y en francés. En el año 1909 enviudó y, a cargo de sus hijos, decidió tomar la ciudadanía Argentina. A partir del año 1915 se desempeñó como Juez de Paz en Gan Gan hasta 1923 en el que es nombrado comisario de Gastre, zona rural próxima, perteneciente al departamento del mismo nombre.
El inspector de tierras censó a Henry Bowman en Gan Gan en 1920, lo encontró viviendo junto a sus 4 hijos cerca de la laguna homónima cultivando alfalfa y cereales sin mucho éxito, en una tierra salitrosa y expuesta a los fuertes vientos que caracterizan el lugar. Además de este emprendimiento se encontraba, como dijimos, ocupando el cargo de Juez de Paz, un cargo de jerarquía que le permitía manejar ciertas cuotas de influencia, ya que la alta tasa de analfabetismo de la población, otorgaba a quien tenía estos saberes una lugar estratégico.
Tampoco debemos dejar de remarcar que tanto los juzgados como las oficinas de la policía eran espacios propicios para la negociación de favores a cambio de dinero, con lo cual estos agentes del estado, que muchas veces eran también comerciantes, estancieros o profesionales de la justicia, incrementaron sus bienes y su poder. Este, sin embargo, no fue el caso de Henry Bowman, que salió del cargo tan pobre como había ingresado, y que con cierta indignación anota en su diario que “en este país, al menos en los Territorios, todo puede comprarse y venderse –la justicia y todo lo demás-, el asesinato y cualquier otro crimen. Lo mismo si quiere ser absuelto de todos los cargos. Si el hombre que usted mató es pobre, es una simple transacción comercial. Lo mismo vale para el comisario del policía y también para el abogado, que hace arreglos privados con el juez. La administración de estos países hispano-americanos no podía ser peor. La Argentina, tan próspera económicamente, es probablemente igual de mala, y aunque personalmente no conozco como son los otros países, entiendo que son peores -¡Dios los ayude!-”.
Como en esta cita, a partir del 1925 Bowman escribe un diario personal en el que consigna sus vivencias, cuyo tono general es el de una resignación esperanzada. Sostiene a lo largo del texto un diálogo constante entre sus sueños de progreso como campesino, las dificultades del medio, y su insistente valoración del cultivo del intelecto, que sentía que perdía día a día. Remarca constantemente la importancia de la literatura para la vida como había aprendido en Devonshire.
En su diario pasa del conteo obsesivo como detalles de la construcción de su vivienda, la fabricación del horno, la actividad del campo, la cantidad de nuevas papas y brotes de parra, a sarcásticos y sublimes comentarios acerca de la condición humana. “No estamos teniendo suerte en absoluto con el clima en esta primavera -dice Henry en una de sus anotaciones-. Seco y ventoso, ventoso y seco. Pésimo para la vegetación. Malo para el hombre y los animales. Esta dificultad se podría superar con el tiempo y en gran medida plantando árboles… pero los árboles tardan en crecer. Quizás tenga el placer de plantarlos y quizás de verlos crecer. Otros tal vez cosecharán los beneficios, lo cual está bien después de todo, ya que de todos modos no tengo ningún deseo de ser Matusalén”.
Fragmento del libro “Tel’sen, una historia social de la meseta norte del Chubut”, de Liliana Elisabeth Pérez