La creciente lista de exmandatarios caídos y procesados no debería leerse como un mero anecdotario judicial, sino como una resonante advertencia: que el verdadero poder no reside en la altura de la estatua, sino en la solidez de su base.
De acuerdo con los archivos bíblicos, el libro de Daniel relata el sueño del rey Nabucodonosor: una estatua gigante con pies de barro se derrumba al ser golpeada por una piedra, simbolizando así la fragilidad de la base a pesar de la solidez del resto de su cuerpo. Esta imagen se ha incrustado en nuestro lenguaje para describir a ídolos, líderes o figuras públicas que, a pesar de su innegable poder o popularidad, esconden una “humana” vulnerabilidad. Debilidad que, al exponerse, puede provocar su estrepitosa caída. Una caída que, como es de esperar, hará no poco ruido.
Los casos de los expresidentes Cristina Fernández de Kirchner, Jair Bolsonaro y Nicolas Sarkozy son una muestra trágica y elocuente de este fenómeno. Son apenas tres ejemplos en el vasto escenario político mundial, pero resultan profundamente representativos de cómo la solidez de ayer puede convertirse en la fragilidad de hoy, especialmente cuando el poder es puesto bajo la lupa implacable de la justicia. Ya no pudieron hacer pie.
Aun con realidades políticas, económicas y culturales bien diferenciadas, Argentina, Brasil y Francia han llevado al banquillo a sus máximas figuras, todas ellas elegidas por el voto popular. Estos procesos judiciales inevitablemente dividen las aguas de la opinión pública, generando pasiones a favor y en contra. Sin embargo, en el fondo son fundamentales para preservar y reafirmar la esencia de una democracia madura y bien entendida: nadie está por encima de la ley.
Valga un pantallazo de cada uno. Cristina Fernández cumple una pena de seis años de prisión en su domicilio, además de inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Esto por el delito de administración fraudulenta agravada en perjuicio de la administración pública (la llamada Causa Vialidad), por irregularidades y direccionamiento en la adjudicación de obras viales en Santa Cruz durante sus mandatos presidenciales. A la par enfrenta juicios en causas como “Cuadernos” y “Hotesur-Los Sauces” por acusaciones de asociación ilícita, cohecho y lavado de activos.
Jair Bolsonaro purga una pena de 27 años de cárcel bajo custodia policial. Fue encontrado culpable de liderar un complot para intentar perpetrar un golpe de Estado y la abolición violenta del Estado democrático de derecho luego de su derrota electoral en 2022. También está inhabilitado políticamente hasta 2030 por haber atacado el sistema de votación. Recientemente fue detenido mientras cumplía arresto domiciliario por haber manipulado su tobillera electrónica. Además, enfrenta investigaciones por malversación de fondos públicos y falsificación de datos de vacunación de Covid-19.
Nicolas Sarkozy resultó condenado por dos causas principales, lo que lo llevó a cumplir penas de prisión bajo modalidades alternativas, como el arresto domiciliario. Una de las condenas firmes es por financiación ilegal de su campaña electoral de 2012, donde se le encontró culpable de exceder los límites de gastos autorizados y usar un sistema de doble facturación para ocultarlo. La otra condena firme es por corrupción y tráfico de influencias (Caso Bismuth) y por haber intentado obtener información reservada de un juez a cambio de un puesto. Tiene pendiente el juicio de apelación en el Caso Libia por presunta financiación ilegal de su campaña de 2007.
Hoy por hoy, América Latina es la región con la mayor cantidad de expresidentes procesados, condenados o encarcelados en el mundo. A los casos anteriores se suman los peruanos Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski, el panameño Ricardo Martinelli, el colombiano Álvaro Uribe y la boliviana Jeanine Áñez. Un listado que crece y que pinta un alarmante patrón en la geografía política del continente.
Esta creciente lista de exmandatarios caídos y procesados no debería leerse como un mero anecdotario judicial, sino como una resonante advertencia. Si la historia de Nabucodonosor nos enseña algo es que el verdadero poder no reside en la altura de la estatua, sino en la solidez de su base.
Fuente: Los Andes

