jueves, 4 de julio de 2024
José Toschke dando clases en el salón “del costado”. 1944

¿Quiénes asistían al Colegio Sarmiento?

En 1905 el primer grupo de alumnos estaba integrado por 15 niños, todos varones. Cada año iba variando el alumnado hasta que se incorporaron mujeres, y llegado el año 1926 ya sumaban 22 en total.

Según la Revista Argentina Austral:

“Bien pronto difundió un prestigio de responsabilidad el Colegio Sarmiento de Puerto Madryn y hacia sus aulas fluyeron niños provenientes de la campaña, porque en aquellos tiempos, no en todos los Parajes o esquinas de campo había escuelas como acontece ahora. Tierra adentro no existían, de modo que los hijos de los pobladores se instruyeron y educaron bajo aquel apostólico preceptor que actuaba en Puerto Madryn. Tuvo que formar conciencia favorable en algunos padres remisos y crear el hábito de concurrencia regular y disciplina de los alumnos”.

Años después, Bernardo Kruse, en una entrevista que se le efectuó, ratificó lo expresado en la Revista Argentina Austral al contar que él y su hermano mayor que provenían de Telsen, fueron compañeros de Antonio Alberdi, Antonio Rodríguez Ríos, Pablo Oca y Francisco Manchula de Pirámide. “Venían a la escuela y ahí los internaban”.

Pedro Estevan recordaba: “Yo conocí a varios ex alumnos, por ejemplo el padre y el tío del vasco Iriarte y mucha gente del campo. Los Olazábal, claro, como estaban en el internado. Los Kruse, ¿se acuerdan? El que era mecánico: Kruse siempre contaba que tuvo vocación mecánica, que en lo de Toschke había un reloj, entonces se puso a arreglar el reloj de pared y Toschke se enojó porque lo hizo sin permiso”.

Otra ex alumna, doña Josefa Rodríguez Ríos de Iriarte (Pepita) recordaba: “Mi esposo fue allí. Era una escuela de varones, aunque después hubo chicas. Mi hermano Antonio también fue. Era una Escuela particular, para la gente de campo que no podía venir a vivir con toda la familia. Estaban pupilos. Los que podían un poquito más se iban al colegio de curas”.

Pero no solo por la posibilidad de que los alumnos estuvieran internados era elegido el Colegio Sarmiento. La fama de estricto que tenía el maestro hacía que los padres lo prefirieran, como relataba Graciela Pérez: “Mi papa fue con Toschke. Lo mandaban porque era bastante terrible y así lo encausaban. También en el colegio se dictaban cursos de verano a los que asistían alumnos de distintas escuelas para profundizar el aprendizaje”.

La vida de los internos en el colegio

La vida en la escuela para los pupilos no era fácil, ya sea por la separación de su familia, pues estas estaban en los campos, ya por la misma alimentación pues era el maestro quien cocinaba. Algunos de los testimonios recabados expresan el modo en que ellos percibían el accionar de Toschke: “Vivía pendiente de su alumnado al que atendía en el aula, en la vivienda, haciendo de cocinero, mucamo y hasta médico de sus chicos”.

En los primeros años que funcionó el internado, según Antonio Alberdi: “No tenía ayudante: los niños alumnos limpiaban y ayudaban en la cocina. Él les daba unas monedas. El lavado se hacía afuera”.

Años más tarde la organización del colegio era algo diferente. El señor Kruse detallaba: “Una vez por semana iba una mujer, Baiguela, la vieja Baiguela porque era de mucha edad, que lavaba la ropa de los alumnos”.

Los alumnos estaban sin ver a su familia durante todo el año, salvo alguna vueltita que vinieran. Cuando venían los padres les daba permiso para verlos pero no faltar a clases. Y así ponían al día el estómago y esas cosas. ¡No había ningún empachado!

Cuenta Kruse: “En la alimentación, Toschke, era medidito no más. ¡Un poquito de puchero, una papa, un platito de sopa y nada más! A veces había fruta. Lo bueno era el panadero, el que hacía reparto de pan. Éramos 3 pupilos no mas, entonces cuando bajaba a dejar el pan a Toschke, nos subíamos al carro y le robábamos la galleta… hasta que un día venia de vuelta y el nos tiró la galleta”.

La educación física tenía mucha importancia para el señor Toschke. Para ello en los fondos del terreno había instalado unas paralelas y un arco donde colgaba trapecios, argollas y sogas. Tenía una particular forma de enseñar a nadar: “Nos llevaba a la punta del muelle para enseñarnos a nadar pero después se lo prohibieron y no lo hizo más, entonces llevaba a los estudiantes a la escalerita les ponía una soga y los tiraba al agua”.

Textos del libro “El desarrollo de la educación en Puerto Madryn y zonas aledañas (1900-1950) – Marta Guelli y Viviana Martín

 

 

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