
“Mi padre se llamaba José Krotevich y había nacido en Moscó, aunque no recuerdo la fecha exacta. A los 16 años se fue de Rusia. Llegó al puerto de Buenos Aires…. dos años tardó en llegar. Vino en un barco que se llamaba Reicht. Cuando llegó se quedó en el puerto de Buenos Aires porque no sabía pedir pan ni nada de eso en castellano. A los doce días llegó un ruso que ya hacía tiempo que estaba en Argentina, comenzó a preguntarle a mi padre en ruso que era lo que quería. Dijo que quería trabajo, que quería comer, le consiguieron trabajo a mi papa y a otro más y lo mandaron a San Antonio Oeste.
Mi padre de San Antonio Oeste fue derecho a Puerto Deseado a trabajar en los tanques de petróleo del ferrocarril. Luego volvió a San Antonio. Allí conoció a mi madre que era argentina.
Yo nací en una humilde casa de chapa. Eran las casas antiguas, las viejas del ferrocarril. Nací en 1928 y cuando tenía dos años, es decir en el ’30, a mi padre lo trasladaron a Puerto Madryn. Primero se fue él unos quince días, consiguió una vivienda en el barrio La Loma y nos vino a buscar.
En mi casa éramos cinco hermanos pero nos criamos quince… ¡Todos los que andaban por ahí que no tenían donde alojarse o comer iban a parar a mi casa! Trabajaban mi padre y mi madre… Trabajaban los dos para mantenerlos… porque ellos siempre los consideraron como hijos. Mi mamá fue una madre ejemplar. Lavaba la ropa para afuera… con el sueldo de mi padre éramos tantos, que no podíamos vivir. El oficio era duro, porque el lavarropas no se conocía ni por casualidad. ¡Tenía que lavar en la tina! Lavaba nuestra ropa y la ajena, y usaba el jabón Federal, el pan amarillo.
El último hermanito que tuvimos se murió y cerca de mi casa había un conventillo que una noche abandonaron una nena. Entonces, el doctor les dijo a mis padre: “¿Por qué no la agarran ustedes?” Bueno mi mamá la crio y a los quince años vino la madre a reclamarla. Justo salió ella a la puerta de la casa y le preguntó qué quería. Ella entonces le dijo: “¿Vos sos fulana de tal? Yo soy tu madre”. Y ella no quiso ir porque dijo que, si la había abandonado, su verdadera madre era mi mamá. Entonces fue al juez. El juez le dijo a mi padre: “Mirá, vos reclamale los quince años de alimentación que le diste”. Y así fue que no apareció más. Se quedó en mi casa, se casó en mi casa, y ¡también soy tío!
A mi mamá le decían Titi, pero nosotros le decíamos mamá porque tutear no la tuteábamos nunca. En esos años no se tuteaba ni al padre, ni a la madre, como ahora. Tampoco decíamos “el viejo de fulana o mengana”; era una cachetada seguro. Teníamos también que respetar a los más chicos que uno, siempre nos enseñaron eso.
Primer edificio de la Escuela 124, Tomas Espora de Puerto Madryn, patrimonio histórico desde 1998
Llegó el tiempo de ir a la escuela y fui a la Tomás Espora, en La Loma. A nosotros nos tocaba ir a la escuela de La Loma porque en esos tiempos hasta la educación estaba dividida. En Puerto Madryn, y no tengo ningún empacho en decirlo, los más pudientes iban a la Escuela N° 7 del centro y los menos pudientes iban a una es- cuela pobre que había en La Loma, la Tomás Esposa… ¡Cuando llovía el Director nos tenía que mandar a casa! Esa escuela estaba en la entrada de Madryn. La otra escuela se pagaba y era totalmente privada. Salí de séptimo grado y antes de salir recibí una bandera… ¡Yo era abanderado en la escuela! Recibí la bandera de ceremonia de la escuela y por una de esas casualidades de la vida, al salir mi sobrina la mayor de séptimo grado, entregó esa bandera y recibió otra nueva. ¡Le dijeron que esa bandera la había recibido su tío!… ¡Y la chica se quedó emocionada!
Cuando salí de séptimo grado comencé a trabajar en una gomería hasta los catorce años. Cuando ya era más corpulento y podía trabajar en otra cosa para ganar más dinero y aportar más a la casa me fui a trabajar de peón de albañil en la calle 9 de Julio… y en aquellos años no había reglamento de trabajo.
Mi padre, un gran ferroviario
Mi papá en Madryn era Superintendente de Tracción y Calderas. ¡Nosotros fuimos todos una familia de ferroviarios! ¡Todos los ferro- viarios de Madryn pueden hablar de mi papá! Cuando murió mi padre cerró todo Puerto Madryn. Mi padre era muy, muy querido y muy res- petado. ¡Él hablaba poco, pero cuando hablaba era lo justo! ¡Jamás nadie pensó que mi padre se moría! Y él murió desde el día que supo que mi madre no tenía cura. En esa época yo tenía taller mecánico y gomería en sociedad en Puerto Madryn y vino el doctor del ferrocarril y que era doctor de cabecera de la casa y me dijo: “Che Raúl, ¿vos lo viste a tu papá? Yo le pregunté por qué; claro, yo ya vivía aparte por- que era un hombre grande. Y me dijo: “Tu padre está canceroso”. “¿Qué?”, le dije. “Sí, tu padre está canceroso y tiene quince días de vida”. Y yo le dije… Se lo conté a mi hermano y fuimos a ver al otro doctor. Él me dijo que no quería mandarlo a Buenos Aires porque ahí lo iban a abrir y él no quería. Yo insistí… El doctor Pozzi no lo podía atender… se largaba a llorar. ¡Yo fui incluso a la Gobernación a pedir el avión para trasladarlo! Cuando se enteró el doctor Quismakel vino y me retó. No quiso tampoco que lo abrieran. Mi padre esperó que vinieran todos los hijos… Un domingo estaba al mediodía en el sanatorio ferroviario en Madryn y miró el reloj y nos dijo que nos fuéramos a la casa porque había que cumplir con los horarios; porque en mi casa siempre hubo una disciplina para comer al mediodía y a la noche. En el verano de 20,30 a 21 y en invierno de 20 a 20,30. Y a las doce, jera sagrado!… Y nos mandó a comer. Nos dijo: “Ustedes saben que a su madre le gusta que estén a las doce…” No habíamos terminado de comer y nos vinieron a avisar que mi padre estaba agonizando. Yo me di cuenta antes porque tenía la vista clavada en el techo… pero lo mismo nos dijo eso… Pero él murió porque mi mamá tenía una enfermedad incurable y cuando se enteró, entonces él dejó de comer… jy los glóbulos blancos acabaron con él! Entonces le agarró cáncer de estómago… ¡El no usó lentes jamás! ¡No le faltaba ni una sola muela, ni un solo diente! ¡Nunca tomó! ¡Fumar, tampoco! Y murió a los 84 años.
Texto de “Los ferroviarios que perdimos el tren”
