martes, 2 de julio de 2024
Barco cazonero

En 1943, los japoneses le habían quitado a Estados Unidos casi toda la producción de aceite de hígado de tiburón cuya captura se realizaba en las islas del Pacífico. Buscando otros mercados que los pudiera proveer de tan valiosa vitamina para tiempos de guerra, encontraron un sustituto en el cazón argentino.

Como pagaban en dólares esto hizo que de golpe fuera un gran negocio la captura de tiburones y la principal zona de pesca estaba ubicada en el sur de Bahía Blanca hasta Camarones, siendo su centro Rawson. Los primeros en operar fueron los “Tucu-tucu” de la “PAP”, que eran simples falúas equipadas con un motor de auto Ford A y protegidas por un pesquero grande que hacía de buque madre.

Cuando se corrió la noticia de la enorme fortuna que hacían calando espineles para pescar tiburones, se largaron al sur todos los pesqueros de Mar del Plata. Primero los buenos, después todo casco que más o menos flotara, comenzando así a llegar pesqueritos de diez y doce metros de manga, equipados con un viejo motor de tractor en desuso; llegaban del Delta cascarones patachos completamente podridos y de formato para río que no servían para navegar en el mar. Recuerdo al “Guaira”, el “Guarumba”, el “Ceibo”, el “Aguaray”, el “Tordillo”, el “San Lorenzo” y tantos otros que el mar destruyó, pero la fiebre del oro cegaba a los hombres y todos se hicieron marinos y pescadores. Tal fue la euforia de la pesca de escualos que grandes yates de lujo como el “Sonny”, el “West Wint”, el “Ana María”, el “Achernar”, totalmente alfombrados, con salones centrales a todo confort, con un calado impresionante que los obligaba a fondear a gran distancia y que dado su formato de grandes navegadores, tenían un rolido impresionante que no permitía trabajar, pero igual calaban espineles, tiraban la pesca sobre los alfombrados salones, el caso era sacar y sacar tiburones por el valiosísimo hígado y cuando agotaban la pesca en esta zona, se largaban navegando a San Blas, donde no siempre llegaban todos. Un mar grueso se tragaba siempre algunos barquitos, pero los que llegaban seguían pescando sin mirar para atrás, sin llorar los muertos ni desaparecidos, el caso era pescar y pescar.

Es lógico que en este negocio, donde muchos barcos eran de gente adinerada que había comprado el barco sólo por lo fácil que resultaba ganar el peso, pero que jamás había viajado a bordo a pescar, mientras se quedaba en tierra a la espera de sus pescadores, éstos vendían parte de la pesca a otros en alta mar o cambiaban los cazones machos, que tenían valor, por hembras que no se pagaban. Otros, con unos ganchos especiales les robaban el hígado a los cazones y los vendían en tambores a las fábricas. Otros los estiraban y los dejaban atados así hasta que se endurecieran para lograr, de esa manera, que dieran el largo mínimo exigido por las fábricas. Esto también hacía que fuera negocio la pesca del pejerrey para carnada y con cualquier pequeño motor de fuera de borda o a remo, todos pescaban.

La mayoría de los pescadores, cobraban sus partes en la pesca y salían a gastar, total mañana ganarían más; eso hizo que también proliferaran boliches y piringundines de toda laya donde, entre curda y curda, perdían el fruto de su rudo y peligroso trabajo.

Lo interesante era cómo pagaba el capitán del barco. Juntaba a toda su tripulación sobre cubierta y repartía así: una parte para el barco, otra para mí como capitán, otra para vos, otra para vos y así les iba entregando un billete igual a cada tripulante. Cuando ya había dado toda la vuelta pagando a todos, decía esta otra parte para mí como tripulante y esta para el barco y de nuevo comenzaba otra vuelta de billetes hasta terminar con toda la plata cobrada. De esto se deduce que el capitán y el barco llevaban dos partes y una cada tripulante y terminada la repartija, cada uno quedaba libre hasta la otra marea que había que hacerse de nuevo al mar a sacar más tiburones.

Con el tiempo, Estados Unidos fue recuperando las islas perdidas del Pacífico y surtiéndose nuevamente en sus mercados anteriores. Además se habían inventado las vitaminas sintéticas y esto hizo que se termine el negocio del cazón y todo vuelva a ser como antes. Esa época de esplendor, algunos la aprovecharon, la mayoría la derrochó, los barcos perdidos valían poco, los muertos se olvidaron. Todo pasó y comenzó la época de la pesca del langostino, exactamente igual.

Cuando también el langostino comenzó a agotarse por la falta de control en la pesca y la gente comenzaba a quedarse sin trabajo, se comenzó el gasoducto argentino, como se lo llamó al primer tubo transportador de gas que desde Comodoro pasó por aquí, para llevar gas a Buenos Aires.

La compañía que hizo esa obra hacía mucho trabajo manual y la gente que sobraba en la pesca entró a trabajar en esa obra y siguiendo la misma se alejó de esta zona sin que aquí se note la desocupación que hubiera ocurrido al mermar de golpe la pesca.

Fragmento del libro “El Madryn Olvidado”, de Juan Meisen

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