
Ubicado en la margen norte del Golfo Nuevo, Puerto Pirámide es un paradisíaco y estratégico lugar, conformado por una bahía rodeada de altos acantilados que lo protegen de los fuertes vientos, convirtiéndose en un incomparable refugio para las ballenas y sus visitantes.
Por aquí pasaron nómades, navegantes, aventureros, exploradores, pioneros que forjaron la historia, añadiéndole un interesante toque de misterio a los relatos de esta tierra de cielos resplandecientes y aguas puras y cristalinas.
Por aquí pasó mi viejo, con un carro a caballo, vendiendo mercancías en la primera década del siglo pasado; pasó también don Elías Seleme y después Antonio, quienes hacían el recorrido en un Ford A también como vendedores mercachifles. Lo mismo hacían Mario y Moisés Rapoport, y después yo.
En esa época el camino era una huella de tierra intransitable cuando llovía.
El lugar es tan especial que miles de personas de todo el mundo llegan en busca de nuevas sensaciones. El contacto con la naturaleza permite encuentros únicos con la gran variedad de especies marinas y terrestres que habitan Puerto Pirámide y sus alrededores.
Al marco espectacular que ofrece la naturaleza en este punto geográfico, se suma la presencia de yacimientos fósiles, cuya contemplación resulta una experiencia conmovedora.
Durante estos primeros ciento cinco años de historia, el paso del tiempo ha dejado huellas inexorables en los antiguos edificios de Puerto Pirámides.
Casas de adobe y fósiles conviven con las tradicionales de chapa y madera. Se destacan: la antigua escuela, el hotel “El Español”, la casa de la “Tía Alicia” y el antiguo destacamento de la Prefectura.
Los sitios históricos, con un valor cultural agregado, son el cementerio de los colonos, ubicado entre los médanos de Pirámide, al que se puede acceder mediante diez minutos de caminata, la cueva del primer poblador de Pirámide, don Félix Olazábal, la playa de los Molinos, la antigua locomotora y el viejo depósito de sal.
Puerto Pirámide es el único punto de la Argentina desde el cual se pueden realizar avistajes de ballenas en embarcaciones.
Las excursiones tienen una duración de una hora como mínimo, durante la cual un guía especializado va relatando a los pasajeros todo lo que ocurre alrededor de la embarcación, resaltando en especial los aspectos relevantes acerca del comporta- miento de la fauna observada. Los cetáceos, en especial las ballenas, se han convertido en el símbolo de la conservación de especies en peligro de extinción. El hecho de utilizarlas como recurso turístico es, sin lugar a dudas, un modo efectivo de colaborar con su protección.
El avistaje permite a personas de diferentes edades, nacionalidades y niveles culturales relacionarse de una manera directa con la naturaleza y tomar conciencia de la necesidad de su conservación. Eso llevó a considerar que la actividad posee un alto valor educativo. El mensaje transmitido es claro: las mismas cosas que las ballenas necesitan para subsistir (cielos limpios, aguas puras, alimento suficiente y un lugar tranquilo para criar a sus hijos) son fundamentales también para nuestras vidas.
La Aldea Ecoturística es el único núcleo urbano de la Península Valdés y a través del turismo y su actividad impulsa la revalorización y defensa del recurso natural, siendo intención de todos sus habitantes vivir en armonía y equilibrio con la naturaleza.
El primer Gobernador del entonces Territorio Nacional del Chubut, el Coronel Don Luis Jorge Fontana, según relata el historiador Lucio Barba Ruiz, fue nombrado por el Gobierno Nacional el 26 de noviembre de 1884. Este ordenó a los Ingenieros Garzón y Pedro Escurra que estudiaran la posible y provechosa explotación de la Península Valdés. Para ese cometido se contó con la colaboración del Baqueano Don Gumersindo Paz, que se había instalado definitivamente en la Península en el año 1882, en la Aguada Grande, a la que había llegado procedente de Carmen de Patagones con un arreo de yeguas, algunas ovejas y vacunos, convirtiéndose en el primer poblador de la época nacional que se asentó en la región y en el pionero que logró trazar un camino o senda que unía a Puerto Madryn con el centro de la Península.
Don Antonio Munno, de nacionalidad Italiana, fue un verdadero visionario, llegó a estas costas el 28 de mayo de 1885 en el buque transporte “Villarino”, trasladándose a lo que hoy es Trelew acompañado por un grupo de inmigrantes Italianos que habían sido contratados para la construcción del ferrocarril.
El Gobierno Nacional encargó al Ingeniero Pablo Gorostiaga, de la Dirección de Minas, que se practicase la mensura de las Salinas Grandes, concediendo a don Antonio Munno dicha explotación.
Este regresa con obreros de distintas nacionalidades, trasladándose a la Península, comenzando con los trabajos de extracción de sal en las salinas, que por medio de carros era transportada al mismo lugar de embarque utilizado por los Españoles del Fuerte San José con destino a Buenos Aires.
Cercano a la salina se levantó un gran campamento, donde se dio alojamiento a los citados obreros, algunos de estos con sus familias, que vivían en carpas.
Se construyeron galpones, almacenes y otras viviendas de material, radicándose algunos bolicheros con proveedurías donde se vendía una gran variedad de artículos, incluyendo la célebre cerveza “Pilsen”.
Al lado se encontraba la canchita de bochas, juego de la taba y el sapo. A una legua del lugar estaba el cementerio, que hoy aloja a quienes fallecieron en el campamento.
Al mismo tiempo en San José, por el embarque de la sal y de otros frutos provenientes de las estancias, incluyendo cueros, aceite y grasa que provenían de la matanza (por aquel entonces autorizada) de lobos y elefantes marinos, se formó el pueblo Puerto San José.
También allí se radicaron muchas familias y diversos comerciantes de ramos generales. Para lograr una explotación de las salinas, en 1898, Antonio Munno se asoció con los pobladores Ernesto Piaggio, Alejandro Ferro y José Ferro, formando la Sociedad Anónima Piaggio y Cía.
En lugar de transportar la sal hasta el pueblo Puerto San José, se decidió que los embarques se efectuaran por otro puerto natural del Golfo Nuevo, acordando la construcción de una línea férrea de trocha angosta de 34 kilómetros de longitud denominada Ferrocarril Península Valdés. El sitio elegido fue una playa cerrada

Texto de “Puerto Madryn. Vuelo hacia el recuerdo”, de Hugo Antonio Albaini

