jueves, 4 de julio de 2024
La plaza San Martín sin árboles y la avenida Ducós es de tierra. Las instalaciones del ferrocarril dividen un sector del centro. Foto: Alpino S.A.

Con este título, un enviado de la revista Confirmado refleja, en septiembre de 1968, la sensación que provoca el antes y el después de los contratos petroleros que “ya se han acabado las épocas en que Comodoro tenía trece esquilas por año”, comentará un desilusionado y resignado ex dirigente político. Es cierto: el boom petrolero, la época de los grandes automóviles con chapa de Texas, de los 72 clubes nocturnos abiertos noche y día, pertenece ya a una zona mítica en la que a través de los relatos de sus protagonistas, o al menos testigos presenciales, se mezclan la verdad y la mentira, la nostalgia y la expresión de deseos.

Diviértase; escarbe en esos relatos y descubra lo que pasó en un pueblito aislado del mundo cuando, de golpe, llegaron los norteamericanos.

Antes de ellos, Comodoro era una dulce aldea donde los empleados administrativos, el jefe de correos, el intendente y su señora esposa bebían el té de las cinco, correctamente vestidos, en la confitería de moda. Donde el saco y la corbata eran obligatorios para entrar al cine. Donde las solteras no salían a partir de las ocho de la noche. Donde un prostíbulo admitido por la ley nacional alcanzaba para tranquilizar la conciencia de los bien pensantes. Con los norteamericanos desaparecieron las corbatas, los obreros catamarqueños se valorizaron por sus aptitudes técnicas, en varios miles de dólares, ante el desconsuelo de los tinterillos. La ciudad se llenó de prostitutas y busconas, de whiskerías y piringundines, de dólares y aventureros. Apenas el último perfume de esa epopeya perdura, casi desvanecido en alguna callejuela de Caleta Olivia, en los vastos barrios chilenos que rodean a Comodoro. Cuando la marea norteamericana cesó, las aguas de Comodoro Rivadavia volvieron a su nivel y es poco probable que la historia se repita. (…) Por todas partes, de noche, mirando hacia el Oeste, usted descubrirá las lucecitas y el sonido del viento corriendo por la costa desierta, sacudiendo las plumas de un pingüino muerto en la playa. Será, probablemente, lo último que usted recuerde de Comodoro Rivadavia”.

Acaso el desánimo y decepción de fines de los ’60, alimente la llama rebelde que experimentarán distintos sectores de la comunidad, durante la primera mitad de la década siguiente.

Extraído del libro “Crónicas del Centenario”, editado por Diario Crónica en 2001

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