Batallando contra la desmemoria y resistiendo al olvido, el pueblo Pilagá vuelve a gritar su genocidio. “La idea es seguir fortaleciendo la memoria de nuestros ancianos, aquellos que fueron nuestra voz”, le dijo a Conclusión Cipriana Palomo, integrante del consejo de mujeres de la Federación de Comunidades Indígenas del pueblo Pilagá.
Pasaron 77 años de una masacre que buscó ser silenciada por todos los medios posibles, un nuevo crimen de Estado que no tuvo reparo alguno en aniquilar esos espíritus tan autónomos como indomables.
Un camino transitado a sangre y fuego, un fin tan deshumanizante como cobardemente justificado. Un proceso iniciado en la conquista, que encontró su punto más álgido con la presidencia de Julio Argentino Roca y la campaña del general Benjamín Victorica al Chaco. Es preciso destacar que este tipo de masacres de 1880 a esta parte, han existido muchas, para citar algunas, no podemos olvidar la que se gestó bajo el gobierno de Hipólito Irigoyen en Formosa sobre el pueblo Pilagá en 1919, Napalpí en 1924, de El Zapallar en 1933 y la de 1947 que hacemos referencia.
Aquellos viejos fortines de línea, hoy siguen siendo sede de escuadrones de Gendarmería Nacional, un ejemplo concreto lo encontramos en Formosa para citar solo uno. Las reducciones indígenas se vienen sucediendo a lo largo de una historia escrita con la sangre de los oprimidos, de los masacrados, de los invisibilizados.
La masacre de la Bomba lejos está de ser un hecho aislado, la negativa de pasar a integrar estas reducciones, desembocó en una matanza deleznable de un pueblo libre, que prefirió morir de pie antes que vivir de rodillas. El Estado se vio desautorizado, el mandato de trabajar en los quebrachales fue desoído, y por ende, disciplinado de la forma más escabrosa e intolerante.
El trabajo proletarizado combinado con la autosubsistencia, para el Estado resultaba una situación intolerante que encontraba en las reducciones un paliativo interesante. Las producciones regionales deseosas de una mano de obra barata, entendiendo que al peón rural nada lo emparentaba con aquellos obreros urbanos en torno a derechos, avanzaban a través del Estado con esta política. Niñas y niños separados de sus madres y padres, los primeros remitidos a Fundaciones, los otros, a formar parte de la esclavitud “moderna” que ordenaba el “progreso”.
El Instituto Étnico Racial
El modelo de hombre que buscaba el gobierno de ese entonces, peronismo, no era el indígena, sino el mestizo. Un afiche representativo del 12 de octubre de aquel 1947, mostraba explícitamente a un hombre con una pala, representando al trabajo, y por detrás la figura del español conquistador. La búsqueda del mestizaje se puede percibir concretamente en el proyecto de las reducciones, este sistema abolía la autonomía de la familia indígena, cercenando su cultura, idioma y costumbres. El idioma castellano sería impuesto al igual que la religión cristiana, curas y monjas trabajando fuertemente en la reducción. A esto habría que sumarle el cambio de nombres a las personas, las fiestas de la algarroba y de la chicha ya no podrían celebrarse, avanzaría el mestizaje para poder darle forma a ese hombre que pueda adaptarse al trabajo sedentario.
Después de la masacre, silencio y desmemoria
En octubre de 1947 cientos de personas se habían reunido en La Bomba –centro oeste de la actual provincia de Formosa–, en torno a un sanador pilagá llamado Tonkiet y transformaron el paraje en un espacio de resistencia política y religiosa. Aquella multitudinaria manifestación no fue tolerada por el poder estatal y el 10 de octubre, luego de varias advertencias y amenazas, la Gendarmería Nacional inició una sangrienta represión que duraría varias semanas. Los grupos que huyeron fueron perseguidos por el monte y capturados. Ocurrieron fusilamientos, los cuerpos fueron incinerados, y el silencio cubrió las huellas de la violencia hasta hacerlas desaparecer de la historia.
Pero las y los imprescindibles siempre suelen aparecer cuando la historia grita su dolor desde la oscuridad más aterradora, el enorme trabajo llevado adelante por Valeria Mapelman, documentalista e integrante de esta Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena en Argentina, lograría certificar que la masacre de la Bomba fue un crimen de lesa humanidad. La decisión del juez Fernando Carbajal, sin lugar a dudas se ha transformado en un antecedente de suma valía para todos los pueblos indígenas de este país.
Valeria Mapelman fue la directora de un documental que atraviesa, Octubre Pilagá, en un nuevo aniversario de uno de los sucesos más lúgubres que abraza al país, la investigadora accedió al diálogo con Conclusión. “Hace pocas semanas el juez de Formosa Fernando Carbajal, emitió un fallo que reconoció que los crímenes cometidos en la masacre de la Bomba, iniciada el 10 de octubre de 1947, y terminada a fines de ese mes, son imprescriptibles”, sostuvo.
“Quedaron probados los fusilamientos, violaciones a mujeres, quema y ocultamiento de cadáveres, y la reclusión en las colonias indígenas de Bartolomé de las Casas y Francisco Muñiz. El juez consideró que una vez capturados, hombres, mujeres y niños, fueron sometidos a trabajos forzados en estas colonias, él utiliza el término servidumbre para hacer referencia a esto. Es por ello que el fallo es de suma importancia, ya que considera que estos crímenes no prescriben, sobre todo la desaparición de personas, que consolida un delito continuado hasta estos días”, indicó Mapelman.
Una bocanada de aire fresco para una causa iniciada 14 años atrás sin resultados importantes. “Cabe destacar que ahora se inicia una nueva etapa para la Federación Pilagá en torno a las apelaciones, ya que insisten en que estos crímenes deben ser considerados genocidio en los tribunales, ya que después de la masacre lo que devino fue un etnocidio, dañando la cultura de un pueblo, encerrándolos y transformándolos en trabajadores”.
“Este jueves 10 de octubre se van a conmemorar 72 años de la masacre de la Bomba, se realizará un acto en la comunidad Pilagá de don Eddy, considerando de suma importancia la necesidad de recordar este día no solo como un hecho triste, sino como una apertura para distintas reparaciones. La verdad y la memoria para este caso, también reparan. Es muy importante para el pueblo Pilagá, que esta masacre sea reconocida como un nuevo crimen perpetrado por el Estado argentino”, concluyó.
Cipriana Palomo integra el consejo de mujeres de la Federación de Comunidades Indígenas del pueblo Pilagá, consultada por Conclusión sobre las sensaciones de un nuevo aniversario, indicó: “Estamos preparando un nuevo acto como cada 10 de octubre con la idea de fortalecer la memoria de nuestros ancianos que fueron la voz de este genocidio que buscó ser silenciado”.
Sobre la apelación que están llevando adelante en torno a la necesidad de que la masacres de la Bomba sea declarada genocidio, sostuvo: “Trabajamos cotidianamente en esto, fortalecemos la esperanza día tras día, si bien muchas hermanas y hermanos están confundidos, ya que lo judicial no es un territorio amigable y confiable, tenemos la certeza de que este juicio debe continuar hasta que la masacre Pilagá sea considerada lo que verdaderamente fue, un genocidio”.
Por Alejandro Maidana para conclusión.com.ar